1. Sin Alternativa

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Caminaba a paso lento y cansado hacia la puerta de su edificio departamental. Había sido un día difícil, demasiados robos y ventas de droga, probablemente por los chubascos que habían azotado durante todo el día. La mayoría de la gente iba encapuchada, con sudaderas o hasta bufandas, hacía demasiado fácil el pasar desapercibido para cometer ilegalidades y en estas circunstancias no podían arrestar a media ciudad por querer cubrirse de la llovizna que a esas horas de la noche, seguía cayendo sobre su cabeza.


Suspiro cansado, adentrándose al lobby.


Camino a paso lento, desabrochando un par de botones de su camisa gris y peinando su húmedo cabello hacia atrás. Dentro del edificio se sentía una temperatura mucho más cálida, sumado a la humedad del ambiente, provocaba una sensación incómoda. Puede que tuviera su ropa algo húmeda, pero venía de Rusia y seguía prefiriendo mil veces el frío helado de su pueblo. Se preguntó en qué estaba pensando, cuando decidió mudarse a una ciudad tan árida y conflictiva como era Los Santos, en comparación con los interminables campos verdes de Sezval. Los recuerdos amargos de su pasado fueron suficiente respuesta.


Se quitó las gafas de sol, apoyándose en la pared del ascensor, presionando sus ojos hasta el puente de su nariz. Probablemente esta sería otra noche en la que no podría dormir. Al menos agradecía haber surtido su reserva de vodka hace poco.


Cuando el ascensor se detuvo y abrió sus ojos. Frunció el ceño al ver a una persona encapuchada, sentada enfrente de su puerta, con el rostro oculto entre sus rodillas. Guardó los lentes en su bolsillo y acarició su arma instintivamente. Salió del ascensor antes de que la puerta se cerrará. Dudo al momento de acercarse, pendiente de cualquier movimiento del sujeto.


Al estar a una distancia prudencial de la persona, se dispuso a hablar. Las palabras murieron en su boca cuando el hombre reaccionó a sus pasos y un par de cristalinos ojos ámbar le devolvieron la mirada.


—Horacio... ¿Qué hace aquí? —cuestionó Volkov, con su acento bastante marcado. Cada palabra sonaba más grave y ronca de lo habitual, después de horas de organizar a la malla a gritos—, y ¿qué le pasó en el rostro? —agregó, alzando una ceja.


El aludido tardó en reaccionar, quedando brevemente aturdido por su voz. Solo atinó a mirarlo confundido, antes de llevar a una mano a su rostro para palparlo. Realizó una mueca al tocar una zona inflamada de su pómulo, ante la mirada atenta del ruso, que reparaba en su aspecto demacrado con auténtica curiosidad. Tenía un labio roto, junto a algunas manchas amarillentas en su mandíbula y en su mejilla que probablemente se pondrían púrpuras en poco tiempo.


—Una pelea... Estuve en una pelea clandestina —respondió sin pensar, provocando que su mirada mutara a una de pánico al notar su desliz.


—¿Cómo? —El comisario le había escuchado perfectamente. Se cruzó de brazos, a la espera de explicaciones, aunque por el tono de su voz, era obvio que el chico en el suelo no estaba en sus 5 sentidos.


—Y-yo... No he dicho nada —balbuceó Horacio. Ante la mirada de reproche que le devolvió, bajo la mirada alicaído. Lo que menos necesitaba en estos momentos era que alguien más le regañara por su mala toma de decisiones, mucho menos el comisario Volkov. Sus ojos se humedecieron nuevamente al darse cuenta de que fue estúpido el ir ahí y que debió irse en cuanto tuvo la oportunidad.

ConociéndonosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora