10. Mejores decisiones

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Volkov llevaba semanas sin saber de Horacio.

Al principio no se lo tomó tan mal. Pensó que lo mejor sería darle su espacio, que ambos aclararan todo lo que tenían en mente de forma tranquila, cada quien por su lado y en cuanto resolvieran sus conflictos internos, las cosas volverían a estar bien. Fue algo ingenuo al pensar eso.

Cuando Horacio no volvió en días, fue cuando empezó a preocuparse de verdad. No respondía sus mensajes, no sabía donde estaba, no daba señales de vida.

En comisaria era más de lo mismo. No se lo encontraba nunca, a pesar de que se suponía que compartían horarios, empezó a creer que volvió al turno de la mañana, aunque ni aun así, se explicaba porque no lo veía en ningún momento, ni le escuchaba por la radio. Su única explicación es que no se lo encontraba, porque no iba a trabajar.

Eso solo comenzaba a aumentar la ansiedad de Volkov por saber su paradero. Fue gracias a esa inquietud que, guiado por la intriga, entró en la habitación de Horacio y se percató de que faltaban objetos personales; ropa, zapatos y artículos que debió de llevarse cuando Volkov no se encontraba en el piso. Saber al menos que Horacio estaba por allí rondando, aplacó un poco la angustiante presión que sentía en el pecho desde hace días, sin llagar a sentirse bien del todo.

Su constante distracción volvió inevitable que su vida laboral empezara a verse afectada. Le costaba mantenerse concentrado en el trabajo y por ello acabó en el hospital en más de una ocasión debido a heridas que, solo por suerte, no fueron demasiado graves. Incluso llego a desarrollar una constante necesidad de revisar su móvil, esperando una respuesta que nunca parecía llegar.

No hacia falta ser demasiado observador para notar que el comisario no estaba bien, incluso cuando el propio superintendente le regañaba por sus descuidos, seguía sin salir de su semblante inexpresivo, porque si algo sabia hacer Volkov, era fingir indiferencia ante las cosas que le afectaban.

Para más de un agente era demasiado inusual ver al comisario tan distraído, más nadie quiso preguntar, ya que ante cualquier intento de conversación, respondía fríamente con monosílabos o lo que fuera estrictamente necesario. Era inútil indagar en su situación.

El único motivo por el cual Volkov no empezó a perder la razón, es que cuando interrogó a Conway sobre el paradero de Horacio, le respondió con evasivas. Más explícitamente, diciéndole que no era asunto suyo y que si seguía distrayéndose en el trabajo, lo degradaría a alumno. No tenía que ser un genio para darse cuenta de que el superintendente sabía algo, y si Conway le ocultaba algo, entonces debía saber dónde se encontraba Horacio y que se encontraba bien.

Porque Conway no dejaría que le pasara nada malo a Horacio. ¿Verdad?

Volkov ya no estaba seguro de nada.

De lo único que estaba seguro era de la incomodidad que le generaba su nuevo compañero de piso.

—¿No crees que es muy temprano para estar bebiendo? —cuestionó el otro comisario del CNP, mirando su muñeca como si tuviera un reloj en ella.

—No es problema suyo —respondió Volkov de mala gana, terminándose el vaso de vodka de un trago—. Es mi "día libre", así que puedo hacer lo que me venga en gana —dijo con una mueca, haciendo las comillas en el aire.

No era un secreto para ninguno que Conway le obligo a tomarse más días libres hasta que, según sus palabras, dejara de comportarse como un gilipollas.

—¿Y no tienes mejores cosas que hacer que ahogarte en alcohol? Qué sé yo... Tomar el sol, caminar por la playa —sugirió con ironía.

ConociéndonosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora