9. ¿Hermanos?

2.5K 308 191
                                    

Volver a ver a Gustabo frente a él, después de seis meses en los cuales, no se consumió de soledad gracias a Volkov fue, por decir poco, bastante impactante.


—¿Pero por qué esa cara, macho? ¿Así me recibes? —Gustabo se acercó con dos zancadas a él, con una sonrisa. Ignorando las miradas extrañadas de todos en comisaria— ¡Anímate hombre, que al fin estoy libre!


Horacio sentía los ojos molestarle con lágrimas inminentes. No podía quebrarse ahí. Era incómodo sentir tanta atención sobre ellos.


Le sujeto de la muñeca y Gustabo se dejó arrastrar fuera de comisaria, hasta el vehículo de Volkov, el cual usó para ir a trabajar.


—Fiu, bonito coche —silbó al verlo— Sí que te pagan bien los cabrones. —Solo alguien que lo conociera bien, notaria el atisbo de rencor que se escuchaba en su voz. Y no es que Horacio no lo conociera bien, es que siempre se negaba a ver esas cosas.


—No es mío... —respondió con simpleza, subiendo al coche seguido de Gustabo.


—¡¿Te follas al supervergardiente?!


Una expresión inquietante surco su rostro al hacerse a la imagen mental. En otras circunstancias se habría reído. El nudo que sentía en la garganta solo le permitió hacer una mueca, entre aversión e inquietud.


—Gustabo, ¿cuándo saliste? —Prefirió cambiar de tema.


A él no pareció importarle el cambio, volteo a mirarlo con una chispa de reproche.


—Ayer. No fue fácil llegar a la ciudad y alguien, no fue a buscarme —Gustabo no apartaba los ojos de su rostro, a pesar de que Horacio se había apoyado contra el volante, abrumado—. Cualquiera diría que no te alegras de verme...


—¡No es eso! —Horacio se enderezó de golpe, mareándose en el proceso— Es solo... Han pasado demasiadas cosas Gustabo, demasiadas. —Su tono de voz iba en descenso a medida que hablaba.


—Eso veo... —dijo mirándolo de arriba abajo—. Iniciando por esa pinta de pringao que me llevas, también está el hecho de que no fuiste a verme. Ni una vez.


Sus palabras fueron una estaca para su perturbado corazón.


—¡No es por qué no quisiera! —Se defendió abatido— ¡Lo intenté! Pero nunca me dejaban verte y me amenazaron con arrestarme si seguía yendo para allá. Ni siquiera sabía cuándo ibas a salir...


Gustabo lo observaba analítico. La mirada desesperada de Horacio al borde de las lágrimas pareció ser suficiente para convencerlo.


—Ese maldito viejo decrépito...


Horacio se mordió los carillos consternado. No mintió, pero Conway le avisó cuando lo llevaron a prisión, que no le dejaría verlo durante todo ese tiempo. No iba a permitir que lo siguiera manipulando, incluso desde la cárcel.

ConociéndonosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora