Parte 2

329 44 5
                                    



Durante la práctica, Kuramochi observaba detenidamente a Miyuki, como si estuviera todavía analizando bien lo que ocurrió. Más tarde, se ponía a pensar sobre su propio comportamiento, y suspiraba pasándose la mano por la cara. No sabía si sentirse abochornado, avergonzado o enfadado consigo mismo. ¿Qué había sido eso? No había caído en el amor con el idiota de Bakamura para saltar a expresarlo a la primera. Estaba aturdido con su propio subconsciente, ¿por qué narices había soltado algo así en primer lugar?

Su mirada vagó entonces hacia el bullpen, donde tanto Furuya, como Kawakami entrenaban; pero él se conocía mejor, y conocía el rumbo que buscaba su mirada. Encontró en cosa de segundos a Sawamura, ruidoso como siempre. Le vio sonreír mirando hacia Ono, quien tenía una gotita de cansancio en la cabeza, y no pudo evitar sentirse culpable a medias de que ese idiota tuviera tanta energía. ¡Si solo lo hubiera arrastrado a jugar videojuegos hasta altas horas en la noche...! 

Y ahí se detuvo a sí mismo. 

Sonreía suave y no se había dado ni cuenta.

Siempre, consciente o no, hacía lo posible para que Sawamura le acompañara por la noche y se quedara a su lado. Estaba seguro de que él lo interpretaría como su senpai molestándolo —y quizá tendría la razón a medias—, pero la verdad iba más allá de la densa percepción que este tenía. Youchi era bastante simple, en realidad.

No podía evitar sentirse imprudente y bendecido, de cierta manera, al ser él el único compañero de cuarto de Eijun en aquél momento. Que aquello le hiciera sentirse especial era patético también, ¿no? Siempre se insistía a sí mismo para no cruzar la línea y empujar al chico más cerca de lo que estaba permitido; pero también, un alocado deseo intenso de su pecho en llamas, quería monopolizarlo del todo. Al menos, cuando estuvieran los dos juntos en su cuarto, por la noche, solos.


No recordaba cuándo fue que empezó a sentirse de esa manera hacia el idiota de su kouhai. Solo sabe que ocurrió, y que para cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde para remediarlo.

En ocasiones se encontraba a sí mismo mirando más de la cuenta cuando el otro se cambiaba, o disfrutando inhumanamente al tocar cada parte del cuerpo flexible del chico cuando lo forzaba en extrañas llaves. Incluso una vez, podría recordar, que se levantó preso del insomnio y se arrastró fuera de su litera, para bajar y echarle un vistazo al Sawamura dormido. Notó con el tiempo que el idiota tenía la costumbre de dormir destapado, y aunque Youichi estaba bastante seguro de que los imbéciles como él no atraparían así de fácil un resfriado, antes de darse cuenta estaba tapándolo y velando por su salud y seguridad.

Al principio incluso creyó que podría estar sintiendo un impulso fraternal, una clase de adoración hacia un kouhai que se había autoimpuesto cuidar; pero... 


Esa euforia cuando este le gritaba en los partidos alentándolo con todo el alma, o esa desazón que sentía cuando lo veía persiguiendo a Miyuki a diestra y siniestra le dejaron en claro que algo estaba mal con él, que no era del todo un sentimiento de familia.


El punto culminante en el que no admitir que se había enamorado perdidamente de él habría sido patético, fue cuando se emocionó como un pobre diablo cuando literalmente creyó que Sawamura se le estaba confesando. Sonaba ridículo, ¿verdad?

Aquél día el de primer año había hecho llamar a Kuramochi detrás del cobertizo, y cuando estuvieron allí, estuvo nervioso todo el rato rehuyéndole la mirada y agachando la cabeza como un niño huraño. Youchi, en toda su vida de haber estado viendo pornografía y haber querido salir en citas y esas cosas, nunca había visto algo tan alentador como la mirada que le dirigió entonces. Sawamura era un poco más alto que él, pero se veía tan pequeño como un criajo y sus ojos parecían enrojecidos y dilatados por el cúmulo de emociones. La saliva se le acumuló en la boca y sintió que el aire se le arrebataba un poco. Inconscientemente levantó las manos, para atrapar los brazos de Sawamura en un agarre intenso. — ¿Qué sucede? —le había preguntado, con el corazón en la boca.

Uno para todos, y té para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora