XI

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El día estaba triste, no había parado de llover y eso me no me ayudaba mucho, pues me sentía como la misma mierda y es que mi vida era una completa mierda.

No quería salir de mi habitación, el desayuno ni siquiera lo miré, no quería nada lo único que quería era poder levantarme sola y caminar, correr y reír de nuevo. Quería estar llena de felicidad.

Las gotas caía al mismo ritmo de “Träumerei” de Betoven, que justo ahora se reproducía.

¿Quién en pleno siglo XXI escucha a Betoven? ¿Quién en pleno siglo XXI pone a reproducir un disco de vinilo? Solo los adultos mayores y, claramente, yo.

Amaba escuchar a Betoven cada melodía me llenaba de una paz interior, llevándome a un mundo donde todo es mejor, pero cada vez que se acababa era devuelta de golpe a la realidad, a la asquerosa realidad.

Ahora solo me dedicaba a dos cosas, primera: Escuchar las melodías que desprendía aquel disco de vinilo, segunda: Perderme en cada gota que caí.

El cielo parecía estar llorando y mi alma lloraba con él. Parecía una completa loca que no despegaba la mirada de aquel punto fijo.

Estaba tan centrada en las gotas de agua que no me importó en lo absoluto mirar a quien se había atrevido a entrar en mi habitación.

El disco aun seguía reproduciéndose, ahora con “Pavane Pour Une infante Défunte” llegando a cada rincón de aquella habitación.

Aquella persona que había entrado no parecía querer hablar y era mejor así, pues no planeaba responderle si preguntaba algo.

Sentía su mirada sobre mí y sabía que tal vez me miraba con lástima, pero aun así no despegue mi mirar de aquella gotas de lluvia.

Recordaba, recordaba cuando llovía en mi infancia. Recordaba cuan feliz me hacía un día lluvioso. Recordaba cuando mi madre preparaba chocolate caliente y unas galletas. Recordaba cuando los tres nos sentábamos frente a la chimenea que desprendía aquella calidez, que envolvía todo nuestro hogar. Pero solo eran recuerdos, solo recuerdos que se iban apagando en mi mente.

Comenzaba a olvidar aquellos días y es que casi nada me hacía recordarlos.

Mi vista se movió un poco a la parte baja de la ventana que daba con la esquina de la habitación, el cuadro estaba allí, aquel cuadro que había destrozado el día anterior.

Mi vista volvió a la ventana. Aquella mirada persistente aun estaba allí, pero no voltee a ver a aquella persona.

Quería que se fuera, quería, quería que me dejara sola. Pero no tenía la fuerza capaz de hablar y hechar a quien se hubiera atrevido a entrar en mi habitación.

Simplemente me parecía más atractivo ver las gotas de lluvia caer por mi ventana, que ver a quien fuese que estuviera allí.

Quería quedarme imaginando. Las gotas me hacía imaginar. Imaginaba a una niña, en una verde pradera, correr tras una hermosa mariposa azúl.

Imaginaba a sus padres. Sus padres sonreían al escucharla reír, sonreían al verla correr, todo mientras estaban abrazados, bajo la sombra de aquel gran árbol de hojas verdes que se movían al compás del viento.

Imaginaba a la niña riendo mientras movía sus manos, saludando a ambos adultos. Y aquellos adultos rieron y devolvieron aquel saludo.

Mi corazón se apretó, se apretó con tanta fuerza que comenzó a doler y un gran nudo en la garganta se hizo presente.

Tenía ganas de llorar, quería llorar al descubrir que aquella niña que imaginaba, sonriente, corriendo y riendo, era yo.

Era mi yo que soñaba desde hace once años. La niña que corría era yo. La niña que reía era yo. La niña que saludaba a sus padres era yo.

Y entonces sentí algo ser puesto en mi pecho, un pequeño y suave cuerpo fue posado en mi pecho. Aquella pequeña manita se poso en mi mejilla.

Y entonces rompí en llanto, el llanto más desgarrador que alguna vez pude haber tenido.

—No llores, mi linda princesa- Susurró mi padre, acariciando mi cabello

Mi padre se mantuvo en silencio observándome, tratando de descifrar lo que pasaba por mi mente...
Pero no lo logró, nadie podía saberlo.

Shadows of the past || Jungkook ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora