Capitulo 10.

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CAPITULO 10.

Bosques de Karula.

Actualidad

El atardecer caía sobre el tupido bosque. Nada se movía entre los troncos, la quietud era tan extrema que precedía sin duda a un estallido que llegó inevitable. Rompiendo la calma del lugar, el aullido de los lobos resonó como una advertencia, segundos después el sonido de la manada se apoderó de todo.

Había algo más, solapado bajo el trote salvaje: un jadeo aterrado, un jadeo humano. Los lobos aullaban jocosos, exultantes en la cacería. Como toda criatura, disfrutaban obedeciendo a su naturaleza. El olor del miedo que exudaba su presa era un acicate irresistible. Excitados corrían veloces a través del bosque, aumentando su velocidad casi con indolencia. Podrían haberlo atrapado ya, pero gozaban con la cacería y cuando se hallaban demasiado cerca ralentizaban su carrera de modo casi burlón. Para el hombre que corría ante la manada, aquel juego resultaba aterrador.

El sonido de sus patas hollando la tierra húmeda a través del bosque se mezclaba con el jadeo enfebrecido de la presa. La lucha por la supervivencia era un mero juego para la jauría. El hombre lo sabía, lo sentía, y, de haber podido detenerse a pensar unos segundos demasiado vitales, quizá se habría sentido indignado, o dolido. Pero el juego estaba a punto de terminar. El humano había escogido mal, ante él se alzaba una pared de tierra, una única entrada, una única salida.

Intentó girarse buscando un punto más alejado para desviarse pero los animales eran mucho más rápidos, y en pocos segundos se vio rodeado. Los lobos aullaron jocosos, mostrando sus dientes en un escalofriante remedo de risas humanas, y la presa ante ellos comenzó a temblar. La cacería había llegado a su fin y era el momento de degustar la cena. Los sollozos aterrados del hombre resultaban desoladores, pero los animales parecían incapaces de compadecerse de él, Se hallaba completamente rodeado, y, el tamaño de los colmillos de los lobos, excedían con mucho al diente de una daga.

De haber sido conocido, la libertad de semejantes bestias, habría provocado un estado de alerta general. Pero como muchas otras realidades terribles, ésta pertenecía también a los secretos que se susurran a media voz, no del todo real, excepto si te encontraban cuando la noche empezaba a extender sus alas.

Los lobos aullaron mostrando sus pavorosos colmillos y el hombre gritó aterrado. Fue solo un instante de miedo, un solo instante antes de que el más grande saltara a su cuello, lo último que pudo pensar, inevitablemente agradecido, es que el primer mordisco le desgarró el cuello y una bienhechora oscuridad cayó sobre él.

La claridad de la tarde se desvanecía por momentos, agudizando las sombras de los animales alimentándose. En algún momento, las formas lobunas dieron paso a otra cosa: Alargándose y estirándose, tomando otra forma, alzándose sobre piernas humanas, regresando de su secreta naturaleza. En pocos minutos el claro bullía de hombres y mujeres desnudos, la mayoría aún tenían restos de sangre en la comisura de sus labios, en algún caso continuaban degustando los restos de lo que había sido un cuerpo humano. El sonido claro y grave del cuerno resonó entonces reuniéndoles, en pocos segundos todos se inclinaron, hincando su rodilla derecha y bajando sus cabezas.

Un hombre de cierta edad se acercaba a ellos, se hallaba casi tan desnudo como los demás, a excepción de un corto faldellín de color hierba. No iba solo. Otros dos le seguían, estos vestían una túnica blanca y otra negra. Al alcanzar a los demás, el hombre se aproximó a los restos humanos sobre la tierra húmeda de la arboleda.

-Bendecido seas. –murmuró, y sus palabras fueron repetidas por los demás, como una especie de viejo ritual.

Después se inclinó para tomar un pedazo del cuerpo, aún sanguinolento. Lo llevó a la boca sin dudar, ingiriéndole de un solo bocado. En silencio su pueblo le observaba alimentarse, apenas un mordisco era suficiente. Después se levantaron, silenciosos, y casi felices. La mayoría siguieron al hombre en su regreso a través del bosque, una extraña comitiva de hombres desnudos que no parecían sentir el frío del exterior. Pero unos pocos permanecieron junto a los restos. Uno de ellos usó un pequeño silbato del que no parecía salir ningún sonido. Pocos minutos después varios animales se aproximaron al lugar.

Un par de lobos solitarios, pero de tamaño común, tres zorros al menos, varios perros salvajes. Los hombres dejaron los restos solos, en una clara invitación para los recién llegados. Mientras se alejaban, los animales degustaban su gratuito festín.

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Linaje. (WIP) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora