CAPITULO 21

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CAPITULO 21

Ciudad de Tartu

Trece años antes

Singer le había prometido mostrarle la ciudad bajo la montaña y el día, finalmente, había llegado. Desde aquel día en el zoo no había dejado de soñar con ello. La promesa de pisar el lugar al que sus sueños le conducían, una y otra vez, no le dejaba dormir. Incluso había logrado olvidar la larga enfermedad padecida, o la extraña reacción de los gatos del parque. Aunque, después de la reacción del profesor aquel día, mantenía en secreto sus visitas al lugar. Singer parecía sentirse a disgusto cuando mencionaba el lugar y, realmente, quería demostrarle que era digno de su confianza. No estaba acostumbrado a despertar el interés de los adultos, su tío se había vuelto a desvanecer de su vida diaria y los maestros solían reducir al mínimo su trato con sus alumnos. Después de cumplir con su obligación, cuidándolo durante las fiebres que le habían enfermado, su pariente parecía volver a sentir que Jensen no necesitaba nada más que su apoyo económico. Mientras que el interés de Singer por su bienestar parecía haber eclosionado ahora, había sido una presencia amable hasta entonces, más pendiente de él en todo caso que su familia, pero desde el episodio febril, se había convertido en un apoyo constante. Le halagaba mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir. Siempre le había hablado como a un igual, sin aquel tono tan molesto en muchos adultos que parecían rebajar su nivel intelectual para dirigirse a gente más joven. Lo único que ensombrecía aquella relación era el disgusto que Singer parecía sentir si visitaba el parque natural.

Había dado vueltas a sus palabras, preguntándose como el maestro había entendido el impulso que había sentido de reunirse con los felinos del foso. Pero no solo parecía entenderlo, sino también juzgarlo. Sin decidirlo conscientemente, había empezado a ocultarle sus visitas al lugar. Aunque no quería disgustarle, seguía sintiéndose unido a aquellos animales, y, cuando su mente se hallaba saturada, o la tensión se hacía insostenible, aquel era el único lugar donde realmente lograba relajarse. Esa misma mañana se había dirigido al lugar para calmar la tensión ante la excursión de la tarde. Y en las serenas profundidades de los ojos de sus amigos de otra especie había encontrado la serenidad que buscaba. Quizá Singer no podía entenderlo pero él sentía que aquel vínculo con ellos no le hacía menos humano, sino todo lo contrario. Pero no quería disgustar al hombre y le ocultaba sus visitas. La tarde había llegado sin aquella aprensión de las primeras horas, y sabía que se lo debía a sus amigos.

Esperaba al profesor con tranquilidad pero emocionado, recordando todo lo que había leído sobre la ciudad subterránea. La había recorrido con su mente cientos de veces, pero nada podía compararse a estar allí realmente. Desde la primera vez que había escuchado hablar de ella había deseado recorrerla. No era la única ciudad bajo la tierra sobre la que había leído, estaban las ciudades turcas, especialmente Derinkuyu, o las ruinas subterráneas de ciudades como Roma o Bucarest. Pero aquella que focalizaba sus sueños era del todo singular. Parecía haber sido construida con una maquinaria muy avanzada, uno solo podía imaginar cuántas vidas había arrastrado la edificación de un lugar así. Derinkuyu, y otras como ella, eran lugares orgánicos, similares a colmenas excavadas en la roca rojiza, y se extendían a lo largo de cientos de corredores, conectados entre sí como una amplia red. Pero el lugar que iba a visitar era diferente. Una vez descendido al tercer nivel, parecía haber sido construido en bloque, como un gran rascacielos de numerosas plantas, introducido de un modo sobrenatural en la tierra. Y, aunque aquellos primeros niveles parecían haberse derrumbado en parte por el paso del tiempo, a partir de aquel tercer nivel, la ciudad parecía hallarse intacta tras puertas cerradas, algo que parecía del todo ilógico. Había encontrado algunas fotografías, borrosas y poco claras, en varios monográficos. Pero nada que pudiera darle una idea real de la distribución del lugar, de sus texturas, de lo que sería poner sus pies en los largos corredores, respirar el aire que se deslizaba por pozos de ventilación que llevaban abiertos más de cinco mil años. Y en pocos minutos estaría allí abajo.

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