La Pesadilla Comienza.

365 50 54
                                    

Afrodita no dejaba de observar a Hefesto, pensando en lo que habría sido si no lo hubiera rechazado como lo hizo, tal vez se vería de esa forma a su lado de haberle dado una oportunidad, pero sería leal a él, creando sus tesoros, sus armas, sus máquinas, todo para él, para su placer. 

Pero, todo eso aún podría ser para él, aun en ese momento, porque era un omega, porque su padre se lo había entregado cuando eran jóvenes, cuando apenas habían nacido y creía, que su esposo aún seguía siendo un amante de la belleza, aun tenía esa debilidad. 

Y Afrodita se sabía hermoso, aun con esa nueva apariencia, nadie podría rechazarlo, ni siquiera Hefesto, que semidesnudo estaba recostado en su cama, sus ojos cerrados, su respiración lenta, estaba inconsciente. 

-Debo esperar a que despiertes Hefesto, para que luches contra mi…

Susurro seguro de que eso era lo que iba a pasar, su esposo pelearía contra ella, se le enfrentaria y no estaba dispuesto a permitir que eso pasara, así que, suspirando, besó los labios de su esposo, con delicadeza primero. 

Esperando que despertara con ese contacto, pero al no hacerlo, se apartó riendo entre dientes, tomando la túnica, lo poco de esta que aun cubría su cuerpo con una de sus manos, para arrancarla de su cuerpo. 

Deteniéndose, esperando que su esposo despertara, pero no lo hizo, parecía que le había dado un buen golpe y que podía tocarle a su antojo, al menos, por el momento, se dijo, demasiado complacido. 

Recordando que Hefesto había hecho lo que fuera por sentir sus caricias, sus besos, su piel contra la suya, pero nunca quiso hacerlo, no era hermoso, no era digno de su belleza, pero en ese momento era diferente, supuso. 

Hefesto no se veía como en el pasado, o al menos, como ella lo veía en el pasado y lo deseaba mucho más, por la razón de que su esposo ya no la quería a su lado, le había dado la espalda, a ella, a él, al dios de la belleza. 

Eso no iba a permitirlo, así que, aún complacido consigo mismo, orgulloso de su nuevo cuerpo que competía con el de Ares, así como su fuerza física, empezó a acariciar cada uno de los músculos del cuerpo de su esposo, primero su cuello, después sus pectorales, deteniéndose en uno de sus pezones, esperando que despertara, pero no lo hizo. 

Relamiendo sus labios cuando fue bajando un poco más, deteniéndose en su bello pubico, el que acaricio lentamente, observando como Hefesto comenzaba a moverse ligeramente, gimiendo un poco, de una forma apenas audible. 

Así que llevó su mano un poco más abajo, acariciando su hombría con esta, todo ese tiempo observando la expresión de Hefesto, que medio dormido gemía, un poco más fuerte cada vez, relamiéndose los labios, sintiendo que su propia excitación iba en aumento. 

Observando su cuerpo y después el de su esposo, que era un poco más pequeño, casi tan alto como un humano común, una desventaja cuando estaba ciega, pero en ese momento, le gustaba que Hefesto no fuera especialmente alto, que no fuera especialmente fuerte y que su belleza no fuera superior a la suya, eso le haría sentir celoso. 

No le gustaría que su esposo fuera más hermoso que él en su forma masculina, apartándose del cuerpo de Hefesto, pensando que debía buscar la forma de sostener sus muñecas, no quería que tratara de soltarse a la mitad de sus placeres. 

Y comenzó a buscar entre sus posesiones, aquellas que guardaba con cierto cariño, encontrando un lazo que alguna vez fabricó para ella, para su cabello, una cuerda delicada, creada de ese metal dorado que tanto le fascinaba, una cuerda que no podría destruir, con la cual amarró sus muñecas juntas, las que a su vez, amarró a los barrotes de la cama, viendo como su esposo empezaba a despertar. 

Cacería.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora