Eris.

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Eris, la diosa de la discordia, era una entidad que encontraba agradable al dios Ares, eran como amigos con beneficios, ambos disfrutaban de una buena guerra, de una buena dosis de sexo y despues, una buena dosis de traición. 

Era como un juego para ellos y apenas habían pasados unos mil años de vida, que era realmente buena, lo que no soportaba era que fuera el amante de Afrodita, mucho menos que en un ataque de celos o como venganza hubiera asesinado a Adonis, para su punto de vista, el muchacho no tenía nada que ver en sus enredos, tampoco era como si tuviera algo que decir al respecto, cuando dos diosas te desean. 

Hasta la fecha suponía que estaban a mano, en su tablero imaginario, y no era como si estuviera anotando cuantos puntos llevaban, o contandolos, en primer lugar, aunque cada uno se había hecho el suficiente daño, que si no fueran tan compatibles, serían enemigos mortales. 

-Aquí apesta a zorra, no me digas que volviste a perdonarla después del fiasco con Adonis. 

Ares estuvo a punto de defender a su amante, no era una zorra y no le gustaba que le dijeran de esa forma, pero, aun estaba enojado con ella, especialmente, después de recibir esa carta donde le suplicaban que le abandonara. 

-No entiendo cómo alguien como Hefesto, aceptó casarse con alguien tan desagradable como ella… tu y yo no somos muy buenos que digamos, pero el, el es un pan de dulce… no entiendo que espera conseguir de ella, ni porque la tolera como lo hace.

Llevaban algo de tiempo sin charlar, Eris consideraba que Afrodita era un monstruo, una traidora que se disfrazaba de una dulce mujer, de una hermosa doncella, como una viuda negra, o algo parecido. 

Lo que no sabía, era que Eris, con quien tenía más en común que con su propia hermana, pensaba que Hefesto fuera tan bueno y por un momento sintió pena, por no atender su carta, que estaba en el escritorio, una carta que su aliada observó, con una sonrisa, sosteniendola antes de que pudiera evitarlo. 

-¿Acaso Hefesto es masoquista? 

Ella preguntó con un dejo de burla, encontrando sumamente extraña esa carta, especialmente por el tono de admiración que podía ver dirigido hacia Ares, como lo describia en tan pocas palabras. 

-Primero Afrodita y después tu… 

Ares no entendió a qué se refería, no al principio, pero cuando Eris hizo un gesto especialmente especifico, negó eso, Hefesto no estaba interesado en nadie que no fuera Afrodita y lo unico que hacia era suplicarle, porque no deseaba perderla.

-No es esa clase de carta, Eris, es una súplica, quiere que abandone a Afrodita… 

Pero Ares no estaba emparejado con Afrodita, nadie lo estaba en realidad, porque ella deseaba a muchos y amaba el sentimiento de ser amada por ellos, de ser sostenida por alfas, por amantes, mujeres, hombres, pero no amaba a nadie, ni siquiera a su hermoso amigo. 

-Pero habla de tu belleza, de tu poderío… y mis enemigos jamás me han hablado de esa forma. 

Ni siquiera Ares, que era su amante en ocasiones, por lo cual, solamente se rió, al ver que el dios de la guerra parecía no entender porque le habían mandado esa carta, y no creía que el buen Hefesto lo entendiera en ese momento, enamorado como estaba de la noción de tener un alfa, uno hermoso, pero que no lo quería. 

-Ni siquiera mis amantes, es mas, ni la misma Afrodita habla así de ti, ella cree que los dos están a mano, o por el contrario, que tu deberias estar agradecido con ella, pues, es la diosa de la belleza, y tu no. 

Ares siempre se había preguntado eso, si Afrodita lo veía como alguien hermoso o no, como su igual, o solo como un amante más y había asesinado a Adonis para darle una lección, una lección que ella pareció no entender, porque busco muchos más amantes. 

Cacería.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora