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«Este es el inicio de la purga anual. Cuando suene la sirena, cualquier delito, incluido el asesinato, será legal. Todos los servicios de emergencia quedarán suspendidos. El gobierno les da las gracias por su participación.»

La voz que anunciaba la Purga comenzó a sonar, consiguiendo que todo el país temblara y que hasta al más duro de los alfas se le erizase la piel.

Ya no había marcha atrás, desde aquel momento, la vida de cualquiera corría peligro, y eso, tanto Gustabo como Horacio lo sabían. Siguieron corriendo mientras la voz hablaba, intentando llegar a su edificio, pero, sobre todo, buscando con la mirada algún escondite por si aparecía alguien.

Observaban con nerviosismo a su alrededor, pues nada era seguro, y menos cuando la voz terminó de hablar y una escalofriante sirena empezó a sonar, consiguiendo que más de uno se tapara los oídos ante aquel ruido.

—Estamos a diez minutos— susurró Gustabo a su hermano sin dejar de correr.

De pronto, agudizaron el oído. Podían escuchar cómo la gente salía a las calles felices. Escuchaban música, gritos, motosierras... Lo escuchaban todo, por lo que decidieron dejar de correr e ir alerta a lo que pudiera pasar.

—Tenemos que sacar las pistolas de las mochilas, Gustabo.

Los dos omegas se metieron en un callejón, el cual, antes de nada, revisaron que se encontrara vacío, e hicieron lo que el de cresta había dicho. Cargaron bien sus armas y se volvieron a equipar la mochila, cuando unos gritos empezaron a hacerse notar.

El rubio visualizó el contenedor que tenían detrás de ellos y lo abrió para inspeccionar el interior. Al ver que no había nadie, le hizo una seña a su hermano para que se metiera, pues los gritos cada vez sonaban más cerca.

Horacio, de forma asqueada, le hizo caso, y se metió tapándose la nariz. El olor era nauseabundo. Le siguió Gustabo, el cual se metió de prisa y dejó la tapa un poco abierta para poder observar lo que pasaba.

—¡Ayuda!— escuchó ya en el callejón— ¡Por favor!

Pudo ver a una persona que arrastraba a otra por la cabellera. El aroma de aquel omega le azotó de repente, casi podía saborear el miedo que él sentía. Dio gracias de que el olor a basura camuflaba sus aromas, pues no quería correr la misma suerte de aquel chico. Vió como el alfa ponía a funcionar su motosierra, riendo como un desquiciado en el proceso, mientras el omega gritaba.

Entonces Gustabo decidió dejar de ver. Cerró del todo la tapa y juntó su mano con la de su hermano, en un intento por calmarse entre ellos. Horacio también había estado observando, y ambos sabían lo que le iba a pasar a ese pobre chico, pero no podían hacer nada.

La motosierra comenzó a sonar con fuerza.

—Tápate los oídos, Horacio— le susurró al de cresta mientras juntaba su frente con la suya, llevándose él también las manos a los oídos para poder escuchar lo menos posible.

Tenían miedo. Gustabo sabía que si les pillaban estaban muertos, por mucho que intentara tranquilizar a su hermano diciéndole lo contrario. Solo esperaba que si aquello pasara, fuera rápido e indoloro.

Tras unos largos minutos, el rubio decidió volver a mirar fuera al dejar de oír la motosierra. El callejón parecía estar vacío. Evitó con todas sus fuerzas mirar al cadáver que descansaba a tan solo unos metros de aquel contenedor, aunque era casi imposible, pues sus restos estaban esparcidos por la mayor parte del callejón.

—Vale, nos vamos— volvió a susurrar Gustabo saliendo del contenedor— No mires, Horacio, ve hacia la salida del callejón.

El más alto obedeció sin pensarlo, notando la sangre salpicar sus botas al tocar el suelo. Su aroma a algodón de azucar comenzó a picar de forma desagradable en la nariz de Gustabo, podía notar su miedo.

𝑲𝒊𝒍𝒍 𝑱𝒂𝒄𝒌  |Intenabo|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora