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El grupo ya se había ido, dejando a aquellos dos omegas a resguardo, como ellos habían querido en un principo. Sin embargo, éstos no parecían sentirse felices,y no entendían por qué. Estaban donde ellos querían, ¿no? Pero entonces, ¿por qué se sentían así? ¿Tan...vacíos?

Horacio no pudo evitar pensar en su despedida con Volkov, no era capaz de olvidar su aroma a eucalipto, ni tampoco su sonrisa sincera al tenderle la mano y decirle: "Espero volvernos a encontrar, si no es en esta vida, en otra". No podía ni describir lo mucho que se le había encogido el corazón.

Aún así estaba claro que debían separarse, aquellos alfas debían seguir una misión con la cual los dos omegas no habrían podido, o eso pensaban al principio de la noche, pues habían peleado junto a ellos, sin llevarse un solo rasguño y saliendo victoriosos.

—¿Estás bien?— preguntó Gustabo sentándose al lado de su hermano, mientras notaba su aroma a algodón de azucar agriarse.

Horacio suspiró, sin apartar la mirada de sus manos.

—No tengo a mi osito de peluche.

Gustabo le miró entristecido por sus palabras, recordando el momento en el que fueron secuestrados en su piso. Ambos habían dejado allí sus mochilas. Pasó un brazo por los hombros del más alto para atraerlo hacia él en un abrazo, intentando consolarle.

—Gustabo— llamó el menor— ¿Crees que hemos hecho bien en quedarnos aquí?

—¿Por qué?— preguntó alejándose un poco para poder verlo a los ojos— ¿Te preocupa este sitio?

—No, no es eso— volvió a suspirar algo exasperado por no saber bien cómo expresarse— No sé, podríamos haber ido con ellos.

—Sabes que eso podría acabar muy mal.

—Ya, pero ¿qué nos espera después de esto?— dijo mirándole fijamente— ¿Seguir viviendo con miedo por nuestra condición de omega, sin trabajos dignos y viviendo...? Yo que sé dónde, si hasta nos hemos quedado sin piso...— hizo un chasquido con su boca— Podríamos dar nuestra vida por una causa mayor, ayudar a que las futuras generaciones no pasen por algo como la Purga. Gustabo, no tenemos nada que perder.

Horacio sabía que lo único que podría perder era a su hermano, aunque sabía que si eso pasaba él sería el siguiente en morir. Aunque muy en el fondo sabía que a aquel ruso que le había cautivado también iba a perderlo, y, aunque fuera una fantasía, no quería vivir sabiendo que aquel alfa habría muerto por no ir a ayudarle.

Gustabo pensaba igual, sentía a su omega inquieto y triste por la marcha de Conway, sobre todo teniendo en cuenta que aquel abrazo podía haber sido la última vez que le fuera a ver el resto de su vida. No podía evitar respirar el aroma a fuego que se había impregnado en sus ropas desde su celo repentino.

—Iremos.

El de cresta miró a su hermano algo sorprendido.

—¿Sí?

—Sí— se separó del más alto para poder levantarse— Vayamos a ver al alfa de antes, no podemos irnos sin armas.

Horacio repitió el proceso del rubio algo entusiasmado, emprendiendo su búsqueda. Al no visualizar a aquel hombre, el rubio decidió acercarse a uno de los guardias.

—Hola— dijo para captar su atención— Necesitamos encontrar al alfa que nos dejó pasar, olía a...— trató de recordar, pues el aroma de aquel alfa no había sido el único que había captado en aquel lugar tan pequeño— ...tierra.

El guardia, a pesar de llevar la cara tapada, sonrió amable aún sabiendo que no le veían.

—Claro, está en la...

Un sonido fuerte y seco hizo que tanto Gustabo como Horacio pegaran un salto. Abrieron mucho los ojos al ver como el hombre que hacía unos segundos les estaba hablando, estaba ahora tirado en el suelo con una bala en la cabeza. La sangre había salpicado a los dos omegas.

—Volved a vuestro sitio— escucharon de pronto la voz del alfa que había disparado, el cual ahora les apuntaba a ellos con su arma.

No entendían nada, aquel hombre parecía ser otro de los guardias. Más confusa se volvió la situación al ver cómo aquel proceso se repetía en todo el lugar: algunos de aquellos guardias estaban acabando con el resto

—Gu-gustabo— tartamudeó el de cresta mientras retrocedían tal y como les habían indicado— ¿Qué está pasando?

—No lo sé— respondió observándolo todo tratando de entenderlo.

En cuanto llegaron al centro de la sala, en dónde se encontraban el resto de omegas, más hombres entraron al lugar. Los aromas de algún que otro omega comenzaron a agriarse, incluyendo los de Gustabo y Horacio, al darse cuenta de que los alfas que acababan de entrar eran los uniformados de los secuestros.

—Mierda— murmuró el rubio.

Sabía que no podía sacar la pistola, pues no tendría ninguna oportunidad frente a las numerosas armas que parecían tener aquellos hombres.

—Lo van a volver a hacer— habló Horacio en un tono bajo para que solo lo escuchara su hermano— Nos van a secuestrar.

La afirmación en las palabras del más alto hicieron que Gustabo se mantuviese en silencio. Su hermano tenía razón.

Se apresuró a esconder bien el arma entre su ropa al ver cómo un par de uniformados se acercaban a ellos y empezaban a ponerles bridas en las muñecas. Al ver todo aquel panorama, comprendió que algunos de los guardias estaban compinchados con aquella gente, y por eso habían disparado al resto. Lo tenían todo planeado.

—¡Caminad!— gritó uno de los uniformados hacia los omegas en cuanto terminaron de atarles.

Y sin nada que pudieran hacer, se limitaron a obedecer.

Les guiaron hasta la salida de aquel Refugio, donde numerosos camiones esperaban aparcados.

—No parece que vayamos a salirnos con la nuestra esta vez— murmuró Horacio al oído de su hermano.

—Todavía no, pero lo haremos— respondió seguro.

Esta vez no había miedo en su cuerpo, sino decisión. Aquellos camiones iban a llevarles precisamente con sus alfas, y eso era lo que buscaban, lo que pasara cuando saliesen de los camiones sería otra historia.

Ya no les temía.

𝑲𝒊𝒍𝒍 𝑱𝒂𝒄𝒌  |Intenabo|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora