Capitulo 3: Campanas moradas

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Cuando vio a su prometido el día de su boda, lo primero que sintió Andrés fue ira. No dejó que se notara, obviamente. Pero estaba ahí. Estaba enojado con Martín. Y con razón.

Se sintió traicionado.

Insultado de que pudiera alguna vez dudar de él de esa manera. ¿O ya había empezado a flaquear su fe en él? ¿Se estaban escapando las muchas pruebas de su amor de las manos temblorosas y descuidadas de Martín?

Había una vena en su cuello, justo por encima del cuello. El corazón le latía con fuerza, bombeando sangre con furia por esa vena. Andrés lo notó mientras hablaba. Quiso apretarlo con los dedos, arrastrar los dientes por la piel enrojecida. Quería apartar sus inseguridades con un beso, mordisquear su cuello y reemplazar todos los sonidos de su miedo con gemidos de placer, una voz quebrada gritando su nombre.

Necesitaba insinuar su amor en su cuerpo, hasta que toda noción de duda no era más que un recuerdo lejano y vergonzoso.

Martín pareció encogerse presa del pánico. Mientras temblaba, maldecía y caminaba por la monumental habitación, se hacía cada vez más pequeño. Una cosita frágil y caprichosa. Sólo cuando entró en la habitación y le impuso las manos, volvió a crecer hasta alcanzar su plena estatura. Le miró, lo tocó y le dio vida.

Por su beso sagrado, Martín volvió a ser Martín.

Oh, cómo había odiado verlo así. Débil y plagado de dudas. Desleal.

Aunque, si tenía que ser completamente sincero, a una parte de él le gustaba. Esa parte que carece de empatía, que carece de humanidad. Se disparó. Hay algo que valorar, que atesorar en llegar a verlo en ese estado. Sabiendo muy bien lo provocó. Se rindió de esta manera. Por supuesto que lo hizo. Indirectamente, por su distancia. Todo lo que hizo fue pasar la noche a unas puertas de él. Mismo piso, habitación diferente. Y aún así, su ausencia no solo se notó, sino que se sintió de manera aguda. ¿Qué hay que no me guste?

Para Martín, Andrés fue la causa y la consecuencia. Lo había sido durante bastante tiempo. Con un movimiento de su dedo, podría causar estragos y otorgar éxtasis.

Había tomado esa decisión hace mucho tiempo. Mucho antes de que supiera que se casaría con él. Se había hecho una promesa a sí mismo, que nunca abusaría de su devoción. Al menos no demasiado. Podía disfrutarlo. No tan en secreto. Aún así, recompensaría, donde solía castigar.

Y estar con él en el altar parece una manera tan buena como cualquier otra de demostrarlo. Al mundo. A Martín. Pero su voto, su compromiso con él, es mucho más profundo que los ritos de los hombres.

-Son muchas bodas, ¿no?"-Había preguntado hace unos días, cuando entraron por primera vez al palacio. -¿Estás seguro de que podrás parar a las seis?-

Ambos se habían reído, entonces. Obviamente estaba bromeando, pero hasta cierto punto, no lo estaba. Es posible que Andrés nunca sepa qué provocó una pregunta tan grotesca.

-No hay nada que quiera más que hacerte mía.-había respondido.

Porque era un romántico desesperado. Porque lo decía en serio.

-He sido tuyo durante mucho tiempo.-

Martín lucía la verdad de estas palabras todos los días.-Y nunca me perdonaré por no aceptar ese regalo antes de lo que lo hice.-Martín resopló, como si Andrés estuviera haciendo el tonto. Como si su culpa no tuviera raíces.

-Lo digo en serio, Martín. Quiero casarme contigo. Pero sabes que no es suficiente. Quiero mucho más que eso.-

Esa fue la versión corta. La forma más fácil que se lo pudo expresa, en tantas palabras. La verdad es más sutil que eso. Más insidioso.

Algo Robado, Algo Azul (Berlín x Palermo)[Traducción]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora