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— Oh vamos, ni siquiera es para tanto — palmeó su espalda mientras le daba una pequeña sonrisa a su hermano quien trataba de acallar un poco los sollozos que pugnaba por salir, ruidosos y destrozados desde el interior de su garganta.

Sin embargo, Osamu no veía las cosas desde la misma perspectiva que la de su gemelo. Él estaba con el corazón roto, para él si era para tanto, era para todo.

Su pareja de años simplemente había terminado con él, alegando que las cosas entre ambos ya no iban en la misma dirección y aprovechando que irían a universidades diferentes para decir que sus caminos desde un principio iban a rumbos distintos, que no tenía por que sentirse culpable con la ruptura, simplemente no quería que sufriera la distancia y el posiblemente hecho de que nunca más iban a estar juntos de nuevo.

— Ojalá nunca te rompan el corazón, y si pasa, ojalá no sea para tanto — no lo había dicho con malicia, desde el fondo de su alma quería que Atsumu jamás tuviera que sufrir esa innecesaria sed de amor, ese vacío en el pecho, esa maldita opresión que lo hacía extrañar a la persona que le había jurado un amor, tal vez no eterno, pero si sincero y anhelante, lleno de alegrías que solo la adolescencia le brindaba día si y día también. Osamu, con los ojos rojos y las mejillas húmedas, le pidió a todos los dioses que su gemelo, por muy imbécil y desesperante que fuera, no tuviera que pasar por lo que él estuvo pasando por meses.

Si tal solo los dioses le hubieran cumplido su mísera petición.

Habían pasado cerca de dos meses después de su última situación, aquella donde los celos le nublaron la mente por unos instantes, y a pesar de que ambos juraban estar bien, sabían que algo invisible estaba afectando la relación, distanciándolos con un enorme vacío que no abarcaba lo físico. 

Era un sentimiento bastante confuso, porque incluso estado lado a lado, se sentían como si estuvieran a kilómetros de distancia. Pero ninguno de los dos juntaba el valor suficiente para enfrentarse a la verdad y abrir la boca al respecto; era como una calma terrible antes de una tormenta arrasadora. Y no estaban listos aún para enfrentarlo.

— ¿Vas a pasar por mi? — llevó un bocado a sobre sus labios y resopló buscado que se enfriara un poco para poder comerlo, Atsumu pegó un brinquito cuando sintió como el pie de Hinata lo golpeaba levemente por debajo de la mesa — Tierra llamando a Tsumu, te estoy hablando, cariño — y le sonrió, al mismo tiempo que comía, el rubio ladeó un poco su cabeza y observó un largo rato su plato lleno de alimento, pensando en todo tipo de cosas antes de responder.

— Ah, claro, ¿A qué hora? — preguntó distraídamente, Hinata hizo un puchero.

— Llevo dos semanas diciéndote que a las 3:30, así llegamos exactamente a las 4 a la estación para tomar el tren — su tono de voz era un poco emocionado, sin embargo parecía que se reprimía a si mismo para no verse tan infantil, dándole distraídamente un trago a su vaso de agua y volteando la vista a la televisión en la sala de estar; estaban a minutos de que empezara un partido de voley del equipo donde jugaba Kageyama.

Quería decir algo cuando vio como la mirada del pelinaranja brillaba en emoción al ver como la cámara que grababa a los jugadores entrando a la cancha enfocaba el número de la playera del pelinegro al mismo tiempo que se oía su nombre pronunciado por los comentaristas, Hinata estuvo a nada de saltar de la emoción en su lugar, luego regresó la mirada a su comida en cuanto Tobio dejó de ser captado en pantalla. 

Quería decir algo, pero no sabía como, ni que.

— ¿No será complicado para él? — señaló forzadamente natural, Shoyo alzó una ceja — Hoy tiene un partido y mañana una fiesta.

— Reunión — corrigió con una sonrisa — Hablé con él y me dejó bien en claro que ni por las olimpiadas faltaría a la reunión de mañana, al parecer también habló con Tanaka hace unos días y, bueno, le contagió la emoción — y siguió comiendo, tranquilamente, volteando un poco la silla cuando oyó el pitido que daba comienzo al partido televisado, clavando su atención únicamente en la pantalla.

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