Capítulo III (Sangre)

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Me desperté ahogada en mi propia sangre, por mi nariz ya no corría aire y mi boca sabía a hierro puro, el papel intentaba estancar el líquido rojo que cada vez salía con más fuerza, dispuesto a salir todo de mi cuerpo, incluso de mis huesos tiesos.

No se me daría mal conocer bien mi casa, ya que gracias al ataque, perdí el sueño, y no hay que hacer; 05:39 a.m. lo indicaba bien el reloj de mi teléfono que avanzaba con ardua lentitud.

Mi cuerpo semidesnudo era la pijama que llevaba, y que tragedia que el frío lo acariciara con tanta perversión, volver a la cama a acurrucarme sería una pesadilla, ya que el molesto líquido que me despertó, manchó todo, mi almohada no se veía tan mal, pero el olor que desprendía era desagradable, incluso más que yo.

Mi cuerpo no tenía equilibrio y mi cabeza tampoco, todo el mundo daba vueltas mientras yo sólo intentaba mantener la razón y no caer gracias al mareo feroz que me golpeaba; 06:20 a.m. ya amaneció, pero está muy temprano y quiero pegar un ojo por lo menos, aunque sepa que estoy lejos de ello.

Ahora no sé qué más hacer, podría ver TV pero ya se volvió aburrido aprenderme cada canal, podría leer, pero usar algo tan perfecto de distracción es un pecado.

Ahora comer no era la solución a mi ansiedad, cada bocado sabía a sangre, y el cepillar mi boca una y otra vez no quitaba el infierno de mi garganta.

Me resigné a dormir, pero volví al cuento de antier, ver el techo hasta soñar algo, así sea a conciencia propia, tal vez es karma, por desperdiciar unos mililitros de sangre el día anterior por mi muñeca.

Aún no me amo.

Las Cinco Etapas Del DueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora