Si creíste que también te llevarías mis lágrimas, te equivocaste, maldito bastardo lamentable.
Desconozco los motivos que me arrastraron a esta vida lúgubre y reprimida, lo suficiente como para ponerme a escribir unas cartas para una persona que ya está muerta y nunca las leerá. Porque estoy seguro de que al infierno no llegan las correspondencias, Dazai.
Recibí la noticia de tu patético final, y lo hice por parte de Mori, ¿no es eso algo lamentable y aberrante? ¿Tanto era tu desprecio hacia mí como para permitir que me enterara de esa manera?
Oí, además, que moriste solo. Ninguna señorita fue lo suficientemente estúpida para que pudieras realizar tu anhelado suicidio doble, ¿no es eso algo lamentable también?
Empero, aún más lamentable es el hecho de que yo sí hubiese estado a tu lado. Conmigo allí, jamás hubieses muerto en soledad. ¿Era, acaso, esto lo que verdaderamente querías? Tragarte mis penurias y ser un estorbo que retumba en mi mente y me ahoga en la incertidumbre.
Incertidumbre, ¿de qué? Del rumbo que podían haber tomado las cosas, de si mi presencia habría cambiado los resultados. Pero ¿sabes cuál es la peor? La más punzante de mis preguntas es ¿por qué no pude estar ahí? Más allá de si significaba algo para ti o no, significaba mucho para mí. Quizás para patear al cruel hombre del cual me enamoré perdidamente y al cuál nunca perdonaré. Porque con esta me has dejado por segunda vez, y sería lamentable también perdonarte ahora, ¿no lo crees? Y digo "también" sin pena alguna, porque aunque fuese capaz de echarte en cara cada una de tus maldades, dentro de mí resonaba el mudo pero claro sonido del perdón, aquel el cual te negué innumerable cantidad de veces.
Me hubiese gustado patearte antes de morir, para que sintieras todo ese resentimiento que me ha consumido por años, y a su vez me hubiese gustado contenerte y sostenerte hasta tu último aliento. ¿Habrás sufrido, habrás llorado? Desconozco y me intriga.
El dolor era algo de lo cual querías huir, y ha sido lo único que me has dejado. Lamentable.
No quiero llorar más; daré vueltas en el jardín de mi espíritu hasta perder a las lágrimas de vista y camuflar mi rastro. Me esconderé detrás de un arbusto o un arce para que así no me encuentren y no me hagan prorrumpir en llanto. Y sin embargo, mi congoja es tan imponente y furiosa que tarde o temprano las atraerá y las dejará pasar a través de mí, llevándose cada pequeño pedazo que reste de mí.
Si es que aún queda algo.
¿Alguna vez pensaste en alguien que no fueras tú? Porque siempre hablabas de que renegabas de una muerte indolora, pero ¿alguna vez reparaste en el dolor de la gente que sigue viviendo sin ti día a día? Por supuesto que no. Al fin y al cabo era yo el único infeliz que te quedaba para llorarte.
Aunque, por supuesto, nunca pensaste en si yo derramaría alguna lágrima por ti, y es una idea razonable, porque no te mereces ninguna. Pero siempre fuiste de esas personas que ganan sin jugar, de esas que llevan el mundo a sus pies a pesar de ser un idiota. Y por esa razón te lloré y te sigo llorando sin saber la auténtica razón y sin poder refrenar el dolor. Pero hoy no, hoy no quiero llorarte más. Ya he atravesado dos días, en los cuales no abandoné mi departamento, ¿no es eso lamentable?
Esta es la segunda noche, y por alguna razón, tan incoherente como ausente, se siente mucho más fría. Siento como si cada segundo mi piel se helara más y más y como si a mis dedos les costara escribirte. Porque claro, ¿de qué vale semejante acto fútil, como escribirle cartas a un muerto lamentable?
La segunda noche y no sé cómo manejarlo. Me amedrenta pensar en cuántas noches más desperdiciaré frente a mi ventana, en mi escritorio al cual no le había dado ningún uso hasta estos miserables momentos. Tengo una taza de café a mi lado y temo mirarla y lamento beberla, puesto que su oscuridad espesa me recuerda a tus ojos, y su amargura me guía al sabor de tus besos olvidados, al sabor de tu mismísimo espíritu, que bailaba entre lo amargo y lo agrio. Hasta has arruinado mi amor por el café, ¿hay algo más que me quede para que me arrebates?
¿Por qué tu segundo abandono me duele tanto, tantísimo como si fuera la primera vez? Mi corazón, acostumbrado a tus menosprecios y a tus manipulaciones, es ahora incapaz de dejarte atrás. Con tu partida me has convertido en un hombre lamentable, Dazai. ¿Era esto, tal vez, lo que verdaderamente querías?
Porque intento, con todas mis fuerzas, comprender tus ideales, y no obstante creo que eso es algo que jamás existió. Y algo que me hiere, querido Osamu, querido y queridísimo, es que nunca logré entenderte. Y ahora que deseo hacerlo, ya no tengo la oportunidad; se escurrió entre mis dedos como tantas otras cosas que quisiera expresarte.
Y, por otro lado, me niego enteramente a aceptar que eras un hombre tan penoso como para, luego de tantos años, seguir abrazando la idea del suicidio. Y no solo la abrazaste, te sumergiste en ella, te uniste explícitamente a ella.
Y eso solo me apuñala una vez más, porque me doy cuenta de que me enamoré de un hombre miserable al cual nunca pude hacer feliz.
Aunque me parta en dos, puedo entender que nunca me viste de la forma en que yo te veía a ti, y a pesar de que me entregué a ti más veces de las que tú podrías recordar, mis caricias nunca atravesaron más allá de tu fría piel. Y hablo de ti, Dazai, porque yo las recuerdo a todas.
Comprendo que te rehusabas a verme de esa forma, sin embargo, me pregunto cómo es que a pesar de cambiar todo tu ritmo de vida y echarme de la misma te viste aún inhábil de encontrar aquello que pudiese golpearte con el fulgor de la vida. ¿Mis besos no fueron lo suficientemente cálidos? ¿Hacer el bien no logró causar en ti una satisfacción mínima como para aferrarte a ella? ¿Tu subordinado, tus nuevos colegas, no te otorgaron aquella paz mental que es la única capaz de vencer la belleza propia de la mismísima muerte?
Mi pluma escribe sin parar y mis manos duelen. Estoy hecho un ovillo en mi asiento y la tenue luz de mi lámpara quebranta mis ojos. No he dormido en dos días y mi rostro está abotagado, tanto por las lágrimas de ayer como por el insomnio incipiente que será mi aparente compañía a partir de ahora. De cuando en cuando alivio mi frenética escritura para ver la ventana que descansa junto a mi enorme escritorio, tan grande que resalta mi soledad. A pesar de estar atacando la hoja sin parar, cuando veo la ventana logro ver el cielo más esclarecido y la oscuridad menos densa. La madrugada se asoma, pero eso no me emociona ni un poco; al contrario, hace que me perciba a mí mismo como un hombre lamentable.
Lamentable, lamentable, lamentable.
Eso es lo que eres. Eres un hombre que abusó del adjetivo patético, una deshonra y una mancha en mi expediente. Despreciable, desapegado, despreocupado, soberbio, manipulador, dañino. Un hombre que rozaba con lo ridículo de la melancolía, llevándola más allá de los límites de lo salubre. Me rehúso a aceptar tu muerte, Dazai, ¡me rehúso! Te merecías seguir viviendo para demostrar que sirvió de algo abandonarme y traicionarme.
¿Sirvió irte a la luz? ¡Para nada! Te hubiese querido aunque hubiese sido en la oscuridad y en las tinieblas.
¿Sirvió irte al lado de los buenos? ¡Para nada! Te hubiese querido aunque hubieses seguido siendo ese hombre ruin y endiablado.
Me niego a creer que las lágrimas que derramé en nombre de tu partida fueron en vano.
Me niego a aceptar que acabaste así, incluso aunque todas las pistas me guíen indudablemente hacia tu tumba.
Has sido un hombre de lo más lamentable, Dazai, y jamás te lo perdonaré.
Sin embargo, más lamentable soy yo, que te escribo cosas que jamás sabrás y para las cuales ya es muy tarde. Lamentable, porque te hago preguntas que nunca obtendrán respuestas y para las cuales no tuve el valor de hacerte cuando te regocijabas en la efervescencia de la vida.
Soy un hombre lamentable, tal y como tú.
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Irredimible ||Soukoku||
Hayran KurguDazai se suicida y el alma rota de Chuuya, en honor al insomnio y los remordimientos, se resguarda dedicándole ocho cartas, cada una con un nombre para su amado.