VII. Atormentado

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Cada día es un tormento desde aquella fatídica tarde en la que supe de tu muerte, tan patética como auténtica.

Me he convertido poco a poco en un despojo de hombre, me he reducido y me he caído a pedazos. Pasé de ser un hombre que logró fortalecerse a costa de sus propias vicisitudes, a ser uno que no puede dormir y que se niega a llorar a pesar de que siente sus lágrimas estamparse contra sus párpados cada vez que pestañea; a ser un hombre umbrío y abatido. No soy ahora más que un hombre atormentado.

¿Cuántos días han pasado? ¿Cuántas noches me he desvelado? ¿Cuántas horas le he dedicado a dormir en estas últimas semanas? He perdido la cuenta. Solo puedo hacer cálculos en base a cuántos kilos he perdido, a la sequedad de mi boca, a las botellas de vino rotas a mi lado y la cantidad de tazas de café que descansan en mi cómoda, en el marco de mi ventana o en mi mismísimo escritorio; al número de cartas que te he escrito, de las cuales muchas he escrito y desechado con desencanto y mi puño apretado. Las escribo a toda velocidad para luego arrugarlas en un bollo al darme cuenta de cuán incapaz puedo llegar a ser de sincerarme, tanto contigo como conmigo mismo. Lo que empezó siendo un método para dejarte atrás, a ti y a tus recuerdos, acabó siendo un método para obsequiarte aún más de mi tiempo y enseñarte mi lado más penoso. Esto se ha vuelto algo sin retorno para mí, Dazai, y es tu culpa de principio a fin. 

Yo, que tanto luché por sentirme humano, me estoy transformando en algo que se aleja día a día a ese significado. Tanto por mi comportamiento, como por tu ausencia. Si tan solo estuvieras aquí, bastaría con un toque de tus suaves y comprensivas manos para volverme a la tierra; con una sola caricia de esas manos engañosas lograrías devolverme cuanto me has arrebatado con tu ausencia, aquella que empezó siendo dolorosa y temporal, para finalizar siendo permanente y mortífera. Eres tú el mayor de mis demonios y pecados, Dazai, y en cada noche que te sueño y en cada rincón que te lloro solo me lo confirmas.

Viví creyendo que era atormentado por tu presencia, solo para terminar comprendiendo el genuino y fidedigno significado del tormento. La palabra que definía con precisión a esa crédula versión de mí era la cobardía. No era un hombre atormentado, era un hombre cobarde y temeroso. Vivía con el constante y vívido miedo de enfrentarme a ti, de desafiarme a puño limpio con mis sentimientos por ti; me horrorizaba la idea de verte y saber que aunque mis ojos desperdigaran odio, mi corazón latiese desbocado al verte sonreír y bromear contigo una vez más; me aterrorizaba la forma en que mi espíritu se abrazaba a inverosímiles esperanzas cada vez que me tocabas en mi departamento, en tu alcoba, en la oscuridad de la sede de la Port Mafia; esa esperanza que jamás vería la luz pero que siempre invadía mi pecho con su dulzor; esa esperanza que renacía cada vez que me cruzaba contigo aunque fuésemos enemigos. Esa esperanza punzante que hizo de mí un hombre atormentado.

¿He mencionado muchas veces a la esperanza? Mira cuánto daño me has hecho.

¿Y tú? ¿Qué te atormentaba? ¿Te atormentaban las consecuencias de ser un hombre arrepentido? ¿Te atormentaba tu pasado? ¿Era un dolor sin fuente ni explicación? ¿Era, acaso, la pérdida de ese hombre que amabas más que a tu vida? ¡Ja! Si eras más estúpido que yo. Yo amé a un hombre malicioso y nocivo que nunca me tuvo en consideración, ¡pero tú, pérfido ser! Tú amabas a un hombre al cual sí le importabas, pero que jamás te tuvo en cuenta de la forma en que querías. ¿No es eso peor? ¡Tan cerca, pero nunca tan lejos!

¡Deplorable y ridículo, eso es lo que has sido!

Sin embargo, mírame, ¿no estoy insistiendo yo en seguir tus pasos y pisar tus mismas huellas? ¡Mírame ahora, mírame ahora, eleva la mirada y trata de ver entre las llamas, mira lo que me has hecho! Has hecho de mí un hombre atormentado también, perseguido por todo aquello que no hice cuando pude.

Irredimible ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora