VI. Desesperanzado

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Desconozco cuándo perdiste toda fe, o de si alguna vez la tuviste. Nunca fuiste un hombre soñador, por lo que dudo de que alguna vez haya existido alguna abstracción que pudiese ligarte a alguna creencia. Sin embargo, ¿cuándo te convertiste en un hombre desesperanzado, Dazai?

¿O es que siempre has sido así? Ojalá pudieras responderme, puesto que mis preguntas son tantas. Aunque conocía el sabor de tus labios y el aroma de tu cuerpo a la perfección, nunca supe más de ti. ¿Fuiste un niño miserable, con una infancia triste y solitaria? ¿Te presentaste a alguna escuela? ¿Tuviste alguna vez un amigo durante tu niñez en el cual respaldarte y llorar?

¿Cuándo, Dazai? ¿Cuándo? ¿Cuándo? ¿Cuándo?

No tienes idea de cuánto daría por saber cuándo perdiste la esperanza en la vida, en ti, en tus acciones. ¡Y lo que daría por haber podido hacer algo por ti! No sabes cuánto te he soñado en las poquísimas horas de sueño que he tenido estos últimos dos meses, y en ese mundo onírico te veo, te admiro, te puedo tener y sanar con solo un toque. Me siento un humano poderoso, alguien capaz de conseguir tu amor y curar cada una una de tus ilusiones, tus lamentos, tus desesperanzas. Hubiese hecho hasta lo que está fuera de mi alcance con tal de haber tenido la oportunidad de evitar que cayeras en el vórtice de oscuridad donde viviste toda tu vida, incluso te hubiese acompañado, ¡si tan solo me lo hubieses permitido! ¡Si tan solo me lo hubieses permitido, Dazai! ¿Por qué? ¡Por qué!

¿Tan desesperanzado estabas que no dejabas que nadie gastara su tiempo en ayudarte? Intento comprenderte, Dazai, me dueles tanto que no encuentro palabras ni convicciones para completar esta carta con contenido preciso que me describa ni tampoco uno que logre plasmar adecuadamente la montaña de odio y aflicción que se gesta dentro de mí.

Este tema me entristece de una manera que jamás entenderías, hombre desalado.

Porque no comprenderías ni diez vidas más lo que significa quererte de la manera tan atenta y delicada en la que lo hice. Un amor como el mío, de esos difíciles de encontrar, solo quería quererte. Deseaba poder cuidarte, mas nunca me lo permitiste; hubiese ido contigo adonde fuera, pero ¡nunca me sentí bienvenido! Agonizaba en mis ganas de estar para ti y acompañarte, mas sentía que mi compañía era mayor motivo de molestia que de júbilo. Podía quererte de manera desesperada, pero no pretendía ser un estorbo para ti de ninguna manera. Por más que me destrozara, no podía imponerte mi presencia si era indeseada.

¿Cuál es el origen de tu desesperanza, Dazai? Dímelo, ¡dímelo! ¡Dímelo!

¿Se debe, acaso, a la familia que nunca tuviste? ¡Yo podría haber sido tu familia, si tan solo me hubieses dado la chance!

Me enfurece pensar en que, a pesar de ser tu compañero, nunca pude hacer nada; no pude evitar lo inevitable. No pude ser tu soporte, no logré ser tu compañía deseada, y lo que llegué a cubrir de tu enorme vacío de desesperanza es lo mucho que puedo cubrir el sol con mi dedo. ¡Todo acabó por ser inútil al final, cuánto me lastima!

Hablando del sol, hace meses que no lo veo como tal. Cuando se hace de día abandono mi asiento para, un día de cada tres o cuatro, comer una fruta. Es el momento en el que aprovecho para ir al baño y pongo la enorme cafetera en marcha nuevamente, preparándome para la noche. Luego de eso, cada día, pese a dejar mi ventana abierta, me limito a no ver a través de ella, o me dirijo a otra parte de mi departamento donde no me dé la luz. Estoy apunto de confirmar cuán lamentable me he vuelto, pero la verdad es que ya no puedo ver la luz del sol, puesto que mis ojos se dañan de manera instantánea por estar habituados a las penumbras y a la tenue lamparilla y más aún por la falta de sueño que los ha enrojecido a niveles tétricos, por lo que la radiante luz diurna me provoca dolores de cabeza irrefrenables. La última vez que sucedió, hace un mes, tuve que tomar muchos analgésicos, uno atrás de otro sin medir la cantidad, ya que el dolor no cesaba. Un rato después, tomé vino y el suceso empeoró.

Desde ese día, durante las horas de sol me escondo en mi sala de estar. Podría dormir durante ese tiempo, mas no me es posible pegar un ojo. No he dormido en los últimos cuatro días más de veinte minutos, y considero que es suficiente. Mi costumbre es sentarme en el suelo mientras pienso en lo que te escribiré por la noche, para así evitar arruinar tantos manuscritos. No puedes figurarte ni la menor idea de cuántas noches me cuesta escribir cada carta, ni cuántos cientos de hojas arrojo ante el primer imperfecto. Mi habitación está repleta, por lo que comencé a abrir la puerta de mi habitación por las noches para arrojarlas al pasillo también. Hay veces, durante el día, en las que incluso me llevo algunos papeles a mi sala de estar, para escribir argumentos sueltos cuando me desparramo en el piso frío. Otras veces, mientras los escribo, acabo por llorar y envolverme entre mis propios brazos mientras tu nombre se escapa entre mis sollozos.

Me gusta sentarme en el suelo porque la primera vez que sucedió, fue porque, en mi marcha falta de lozanía, tropecé con mis propios pies y caí de bruces y no tuve fuerzas para levantarme hasta la noche. Desde ese día, decidí que mi lugar era estar en el piso como un insecto. Los insectos no poseen esperanzas, ¿no es así?

Esta noche mi tos está incontrolable. He comenzado a mezclar el alcohol con el café con la excusa, que solo es escuchada por mí, de que se parece al café irlandés; es mi manera de paliar el escozor de mi garganta seca e hinchada. Además, por momentos esporádicos, por más cortos que sean, consigue que se calmen mis toses y catarros. A veces, en esos ataques de tos en los que me cuesta tomar el control de mi cuerpo, se cierran mis vías respiratorias y quedo atorado. Es por ello que ahora tengo una botella de agua al pie de mi escritorio, solo para esos casos. Y, ciertamente, con la mano en el corazón, no es que me importen las consecuencias de mis actos descuidados, sencillamente la mantengo ahí para que esos ataques no me impidan escribirte.

Hoy me siento más desesperanzado que de costumbre y mis lágrimas caen con absoluta libertad. ¿Cómo es posible que luego de cuatro meses, casi cinco, siga llorando sin menguar ni un poco? Sospecho que guarda relación con el hecho de que pienso cada vez que tu imagen viene a mi mente; y eso implica un arduo trabajo para mí, puesto que no has salido de mi cabeza ni en el momento más breve. Huelga mencionar que, además, tu presencia es tan firme que comienzo a poner en tela de juicio mi sensatez y creer lo que mis ojos ven ya no es un acto simple.

Sabes, me convertí en un hombre desesperanzado cuando me di cuenta que ni luego de cincuenta veces de entregarme a ti, lograría que dejaras de verme como a una molestia. Creí, erróneamente, que acariciándote el cabello hasta que te durmieras te envolvería en mi amor y te otorgaría un poco de aquello que buscabas en la oscuridad de tu existencia. Creí que abrazarte y jadear tu nombre en tu oído cada vez que dormíamos juntos te transmitiría mis locuras y más apasionados deseos de tenerte a mi lado durante toda mi vida.

Lo que nunca creí fue que mis esfuerzos cayesen en saco roto.

Porque un hombre desesperanzado es incapaz de percibir las esperanzas de los demás.

¿Nunca sentiste mis esperanzas cuando te abrazaba? ¿No sentías en ese momento mi corazón latir desbocado ante tu cercanía y tus muestras de un afecto irreal? ¿No te conmovía ni un poco mi alborozo al sentir el aroma de tu piel en mis narices? ¿No era mi toque indulgente una señal de la esperanza que abrazaba? ¡Cuánto quería ser aceptado como tuyo, Dazai!

Por supuesto que no, porque eras un hombre desesperanzado y desamorado.

Sin embargo, más desesperanzado estoy yo, que te escribo cosas que jamás sabrás y para las cuales ya es muy tarde. Desesperanzado, porque te hago preguntas que nunca obtendrán respuestas y para las cuales no tuve el valor de hacerte cuando te regocijabas en la efervescencia de la vida.

Soy un hombre desesperanzado, tal y como tú.

Irredimible ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora