II. Iluso

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A pesar de que nunca encontraste la esencia de la vida y de que ensalzaste la muerte y loaste al suicidio desde que te conocí, y quién sabe desde cuánto tiempo antes, me he preguntado muchísimas veces, demasiadas tal vez, si no has sido tú un hombre repugnantemente iluso.

Un hombre iluso que creyó que dejando todo de un lado borraría su escabroso pasado.

Un hombre iluso que, en su ingenuidad y su consuelo ante la muerte que tal vez acabó por no ser tan deseada, estimó que sus miedos no le seguirían adonde fuera. ¡Y no sabes cuánto rezo por tu error y que así sufras como sufro yo! Oro por tu calvario sin fin, Dazai, indistinto del que me espera a mí.

Hoy he tenido visita. Hace casi dos semanas que no aparezco por mi trabajo, por lo cual han enviado a mi subordinado a velar por mí.

Y aunque no lo creía posible, Akutagawa tiene el valor de llorarte sin pena. No tengo idea de por qué ni conozco sus razones para desvelarse por un hombre tan cruel como tú. Aunque me tomase el tiempo para intentar comprender su accionar, no le encuentro lógica. No existe en esta tierra una razón cuerda e intachable para que alguien como él se desgaste por ti. Sin embargo, lo mismo puede decirse de mí, ¿no lo crees? Yo tengo mis justificaciones que, sin importar si se las debo a alguien, son tan ridículas y guiadas por mis emociones que me avergüenzan, tan ilusas como tú.

Akutagawa lloró por ti, ¡y no sabes cuánto! Lloró por ti y lloró por mí. No me comunicó sus razones para llorarte a ti, mas me dijo a mí unas palabras que me golpearon aún más fuerte que la cafeína que me permite sollozar en suma vigilia.

"Lamento su pérdida, Chuuya-san, lo lamento tanto".

Sentí que era indigno de aquel trato. Esas palabras las debe de recibir un viudo, no un hombre que nunca conoció la calidez del amor. ¿Cómo puedo perder algo que nunca atenté con tener?

¡Cómo puedo perder un amor que nunca fue mío! ¡Cómo! ¡Cómo! ¡Cómo!

Mi respuesta, escueta como mediocre, contrarió mis ojeras y mis labios secos y ajados.

"No gastes tus preocupaciones en mí, no me hiere, y no es como si no me lo hubiese esperado".

Él me miró con desconsuelo y se tomó el atrevimiento de seguir lagrimeando mientras ahogaba sus sollozos con esa característica tos suya, tapándose la boca. Mentiría vilmente si dijera que aquello no me conmovió, pero mi retrato está mutando, progresivamente, a uno donde puedo ver la pintura de un hombre egoísta. Quería abrazarle y cumplir con mi rol, aquel del cual te deslindaste en cuanto te fuiste de la mafia, de ser su soporte, pero soy incapaz de sostenerme a mí mismo. Mi dolor pesa tanto que luego de un rato de estar parado debí recostarme sobre el marco de la puerta mientras solo me dedicaba a observarlo con pesar. Podía contenerle, pero luego ¿quién me contendría a mí?

Lo despaché y le pedí que fuera feliz. Sus ojos se entrecerraron y, con su boca al descubierto, chocó sus dientes, apretó con fuerza sus ojos y largó sus lágrimas una vez más, las cuales salieron disparadas como si tan solo esperasen su orden. Fue lastimoso, Dazai, ver sus hombros sacudirse al compás de su delicado cuerpo cada vez que hipaba y sollozaba con la garganta ardiéndole. ¿Y sabes de qué me he percatado con ello? Que él, al igual que tú y que yo, es un joven iluso que creyó en ti y en mí, al cual has abandonado por segunda vez, tal como a mí.

Y eso me llevó a pensar en el rey de los ilusos. ¿Qué habrá sido de tu subordinado, Atsushi, en estas semanas? ¿Te llorará como Akutagawa? Estoy seguro que sí, y que aún más, porque él, a diferencia del mío, no tiene problema en llorar y en proclamar que algo le duele. A base de escarmiento y cicatrices, le enseñaron a no llorar, pero aún así lo hace.

¿No eres, incluso muerto, alguien estupendo? Fuiste un iluso al creer que podrías cambiar tu naturaleza negligente y desidiosa. Salvaste la vida de dos muchachos para luego arrebatarles esa figura que fuiste para ellos; la diferencia es que con Atsushi tuviste la creencia de que no cometerías el mismo error, ¡y mira, has hecho algo incluso peor!

¡Iluso! Podría seguir vociferando esa palabra todo el día como lo he hecho mientras daba vuelta en mi habitación, que con cada día se ve más pequeña y con cada noche la siento más amplia, pero llegaría un punto en el que, irremediablemente, no sabría si te acuso a ti o si me describo a mí.

Iluso fui al soñar con alguna vez verte quedarte por mí. Iluso como quien pierde su primer amor, cuando yo lo he perdido todo. Iluso como quien siembra una flor con la esperanza rota de que esta nunca vaya a morirse a pesar de los tormentas y ausencias.

Cuando te miraba con mis ojos expectantes e incondicionales, desolados ante tu acendrada belleza, tan disociada de la horrible maldad que cargabas dentro de ti. Tan discordante. Porque siempre fuiste la manzana de la discordia sin importar adonde fueses.

Cuando te otorgaba sonrisas acarameladas con la idea de que pudiese causar alguna revolución dentro de ti, por más pequeña e insulsa que fuera.

Cuando cuidabas mi espalda durante las misiones, donde solo éramos tú y yo, yo y tú, tú y yo. Incluso aunque me despreciaras, no existía persona capaz de ocupar mi lugar a tu lado cuando éramos Doble Negro. Y no sabes cuánto anhelo aquello, cuánto lo echo de menos, puesto que era la única situación, el único momento infinito y efímero, en la que yo podía sentirte como mío. Y hablo exclusivamente de ti, porque yo siempre fui tuyo. Ahora en medio de mi miseria y hecho un estropajo sin grandes voluntades, lo sigo siendo, como todo un iluso.

Cuando me devolvías mi humanidad con un solo toque, uno que significaba la vida para mí, sin dramatismos y sin exagerar. Eras mi salvador, Dazai, y ese hecho solo provocaba que mis ojos brillasen más al verte a mi lado. Y cuando todo iba como una noche memorable, me abandonabas a mi suerte; hasta ahí llegaba la importancia de mi vida para ti. Ése era el límite entre tú y yo, la diferencia entre dos tipos distintos de ilusos.

Cuando te tomaba de la mano y tú creías que era una bromilla. "Tú me odias, Chuuya" era tu respuesta ante mis gestos más certeros y devotos de amor. Y cuán equivocado estabas ¡cuánto te odio ahora por ello!

Mis labios tiemblan por la impotencia que me desgarra con cada palabra, mi pluma se resbala de mis dedos y mi cuerpo se estremece en respuesta al frío que se cuela con suavidad por mi ventana, la cual no se ha cerrado en todas estas semanas, puesto que me espanto cada vez que me sofoco. Dejo que el viento se interne y me acompañe para poder sentir que así, al menos, la soledad de la noche no absorbe mi espíritu; dejo que rodee mi cuerpo y que se adentre en mí cada vez que siento que el aire escasea, cada vez que las lágrimas que me niego a desasir me raspan la garganta y no permiten el paso del aire.

¿Creíste que suicidándote te librarías de todo aquello en lo que has errado? ¿Creíste que la gente se olvidaría más rápido de tus insidiosos pecados? En tantas cosas te sobra la inteligencia, y en tantas otras das pena en dicho campo. Tus golpes y cortes residen en el cuerpo de cada hombre que has torturado; tus palabras superfluas que creíste que se desvanecerían en cada mujer a la que le juraste amor eterno perduran en sus almas. Los hombres a los que has asesinado a sangre fría permanecen bajo tierra. Cada una de tus acciones quedará forjada en toda persona que ha tenido la desdicha de ver la oscuridad de tus ojos; tanto la oscuridad inundada por los letales destellos carmesí, como la oscuridad hipnótica que sacaba suspiros incluso al más cauto de los ilusos.

Fuiste un iluso al creer lo contrario.

Sin embargo, más iluso soy yo, que te escribo cosas que jamás sabrás y para las cuales ya es muy tarde. Iluso, porque te hago preguntas que nunca obtendrán respuestas y para las cuales no tuve el valor de hacerte cuando te regocijabas en la efervescencia de la vida.

Soy un hombre iluso, tal y como tú.

Irredimible ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora