III. Egoísta

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El egoísmo es un adjetivo al cual, desde mi humilde punto de vista, no se le debería adjudicar una visión peyorativa. Es natural y es intrínseco del ser humano, pero tú, tú eras todo lo que está mal, Dazai; todo lo que es negativo, todo lo que hace llorar a los niños, todo lo que debería ser tachado y excomulgado. Eras un hombre egoísta al punto de la indecencia.

Fuiste egoísta hasta el último momento de tu vida, lo fuiste desde el momento en el que abandonaste la mafia hasta el momento de tu muerte. Qué va, seguro que lo fuiste cuando eras niño asimismo.

Fuiste egoísta como nadie, porque teniendo tantas personas que te querían, tantas personas que extrañarían tus fastidios, tantas dispuestas a dártelo todo, y con una que te amaba con locura, y que aún lo hace, decidiste que nada valía lo suficiente como para seguir viviendo.

Me arriesgaré a obtener nada más que silencio, mas preguntaré nuevamente.

¿Alguna vez mediste las consecuencias de tus actos, maldito bastardo egoísta? ¿Lo hiciste? Durante tu caída, que habrá sido tan fugaz como eterna, pensaste en mí, que te quería con locura? ¿Pensaste en Atsushi, de cuya vida eras parte de su luz? ¿Pensaste en quiénes te llorarían, mientras sonreías con satisfacción?

¿Pensaste en Sakunosuke? A que sí, porque tu egoísmo veía el final en donde comenzaba su vida y su seguridad, ¿no es así? Porque sus palabras eran tus deseos, y sus deseos eran tus órdenes. Fuiste egoísta al abandonar la organización por él, ya que lo hiciste para disminuir el peso de tu culpa en el momento en el que la única persona que querías murió en tus brazos. Si ya eras desde antes un hombre miserable, ¿qué significaba para ti el tener una culpa más sobre tu espalda, si no las habías reconocido como tales hasta ese momento? ¡Egoísta, egoísta!

Pensar en él me enerva. Me tomé un descanso para respirar porque siento que me estaba olvidando de hacerlo mientras escribía, mas el recuerdo de ese hombre me quitó el aire de tan solo un golpe. Necesito moverme hacia mi ventana. Espérame, no te vayas mientras lo hago, por favor.

He vuelto. Creo que nunca volveré a acercarme a ella. Sospecho que, en medio del calor de mi desesperada escritura, el aire, al entrar pasivamente, no me causa nada; mas, al alejarme de mi escritorio que ya parece más un nido que un mueble, el frío logra que me dé cuenta de cuán enfermizo me he vuelto en este último mes. ¿Cuánto ha pasado, un mes, un mes y medio?

Mi cuerpo, más delgado y mis músculos, desgastados. Cuando me distraigo de la escritura o en los pocos minutos que duermo, mi cuerpo duele. Me duelen las articulaciones por estar en la misma posición permanentemente; me duelen los labios, descuidados y secos; me duele la boca, que progresivamente va juntando llagas por mi mala o exigua alimentación; me duele el estómago por solo tomar café y alcohol. Me duelen ligeramente los pulmones al respirar el aire frío de la noche que pasa con mi permiso y desapercibido; me duele la cabeza por la cantidad de veces que me he tirado del pelo. Y aún más duele mi pecho por la opresión constante que significa tu pérdida.

Fuiste un hombre egoísta al que quise hasta la demencia y que nunca logró apreciarlo, puesto que preferías enfrascarte en que tu vida estaba condenada a las penurias, en lugar de sentarte a ver cuánta gente te adoraba, y que había un joven a tu lado dispuesto a tomar tu taciturno ser para hacerlo propio y sanarlo.

Porque nunca me consideraste, ¿no es así? Apuesto a que nunca supiste que puedo sentir y puedo llorar. No obstante, algo que soy incapaz de hacer es llorar frente a ti; siempre a tus espaldas, siempre a escondidas, y ahora que estás muerto y que solo tu espíritu puede verme, pero ¡frente a ti? Jamás. Porque un hombre egoísta como tú merece que las lágrimas en su nombre sean guardadas para mí.

Y yo también admito mi egoísmo; es innegable. Egoísta al quererte para mí, egoísta por pretender que te quedaras conmigo para ser Doble Negro por muchos años más y que solo me vieras a mí, egoísta por querer que permanecieras en este mundo que, al parecer, tanto reprobabas y detestabas, solo para no perder la oportunidad de verte de pasada en Yokohama, para estremecerme al verte sonreír, para anonadarme y extasiarme ante cuanta cualidad buena mostrabas. Eras un espectáculo para el cual jamás quería quedarme sin asiento, Dazai, de esos que podría ver hasta el hartazgo todas las noches de mi vida, tanto las estrelladas como las lluviosas. Con tormenta o con primorosas brisas, hubiese asistido y te hubiese aplaudido, te hubiese grabado en mi memoria como si fuese la primera vez que esos telones oscuros se abriesen ante mí. Esa es, nada más y nada menos, que una de mis más límpidas y manifiestas muestras de egoísmo; un bailarín no debe bailar hasta el alba solo porque el público le clama por ello, y yo quería que tú lo hicieras, quería embeberme en tu belleza y tus defectos cuanto me fuese posible, ansiaba verte actuar en primera fila hasta llevarnos a nuestros confines. Porque me hiciste egoísta, Dazai.

Sí, así es, porque fuiste tú, tú, tú ¡tú! Maldigo tu existencia pasada, tu recuerdo póstumo y tu legado, maldigo cada parte de ti y de lo que has dejado. Desde que me permití enamorarme de ti, transgredí los límites del raciocinio, la abnegación y la benevolencia, para dar paso a un hombre egoísta que te quería para sí mismo, para sanarte, protegerte y ayudarte a encontrar aquello que buscabas tan encarecidamente. Aquello para lo cual fuiste a la luz con tal de encontrar, pero que falleció en el cajón de objetos perdidos de un sitio cuyo mapa se quemó en tus manos.

Y yo ¡y yo! ¡Y yo, desgraciado canalla en el que me he convertido, estoy abandonando todo, incluyéndome a mí mismo, por ti, por tu recuerdo y mis remordimientos! ¡Yo, cerrándole la puerta de mi casa a las personas que insisten con protegerme, no soy más que uno de tu clase ahora mismo!

Me atrevo hasta a preguntarme si las numerosas ocasiones en las que deseé dejar de amarte fueron también un acto de egoísmo puro y severo. ¿Lo es, lo fue?

¿Era un acto pecaminoso, egoísta y desconsiderado de mi parte el dejar de formar parte de un amor unilateral que solo profundizaba sus espinas en mí? ¿Tú lo crees así? De cualquier forma, no es como si tú pudieses arrojar la primera piedra.

Tú, ¡maldito hombre despreciable, egoísta! ¡Egoísta! ¡Egoísta! ¡Egoísta! ¡Egoísta! ¿Cómo pudiste?

¿Cómo pudiste soltarme en medio del desamparo así, sin siquiera brindarme la oportunidad de dejarte atrás? ¿Cómo fuiste tan egoísta de partir privándome del derecho de despedirme? Si había algo que podías hacer por mí, era permitirme decirte adiós, a ti, a mi funesto amor por ti, a tus recuerdos, a mis lamentos. Nunca te lo perdonaré, ¡nunca! Si para volver a las filas de las reencarnaciones necesitas el perdón de la persona que más te quiso, ¡jamás lo tendrás! Y si, asimismo, cuando yo vaya al infierno necesito otorgar el perdón a quien más me dañó, prefiero quedarme allí y verte quemarte junto a mí. Al fin y al cabo, ya te he dicho que también soy egoísta; si con negarte el perdón puedo verte siempre y hacerte pagar, aunque sufras, me mantendré firme a mi resolución.

¡Egoísta, cuánto lastimas y cuánto debes!

¡Egoísta, cuánto te has llevado y cuán poco has dejado!

Sin embargo, más egoísta soy yo, que te escribo cosas que jamás sabrás y para las cuales ya es muy tarde. Egoísta, porque te hago preguntas que nunca obtendrán respuestas y para las cuales no tuve el valor de hacerte cuando te regocijabas en la efervescencia de la vida.

Soy un hombre egoísta, tal y como tú.

Irredimible ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora