La característica, tan propia de ti, que me atravesaba con solo una mirada, era tu indiferencia. Incluso mientras me decías cuánto te gustaban mis cosillas, tu mirada era gélida y tus toques superficiales. A pesar de mi amor y mis miradas aterciopeladas que buscaban contenerte, eras un hombre frío.
Un hombre frío y apático. Juraría y pondría mis manos al fuego para decir que carecías, casi en tu entereza, de empatía alguna, de solidaridad.
Tú único objeto de culpa y preocupación eras tú mismo, constantemente quejándote y hablando de aquello que te faltaba y exhibiendo a todas luces tu inminente suicidio. Es increíble pensar que eso llegó hasta un punto en el que no había persona que te creyese.
No sentías empatía por Atsushi cuando lo amparaste. No te compadecías por su estómago vacío ni por sus pies agraviados por tanto caminar en soledad y atemorizado. Sentiste culpa al ver en sus ojos su angustia y sus penurias y ver en él el inherente reflejo de Akutagawa; es decir, lo hiciste con intención de una falsa reivindicación, como quien consigue un nuevo juguete y se jura en vano que no lo volverá a romper. Eso es digno de un hombre de alma fría y egoísta.
Para entregarte a la muerte de esta manera, me arriesgo a decir de manera certera que has acabado por devastar a ese niño; no tiene sentido que aclare a cuál de los dos, si de cualquier forma, podría estar describiendo a los dos al unísono y te verías inhábil de justificar la distinción. ¿Podrías ser más dañino?
Lo más triste del asunto es que esa culpa era inexistente en ti ante cualquiera de tus actos, hasta que "Odasaku esto" y "Odasaku aquello". En ese momento se te iluminaron los caminos y, por arte de magia y Belcebú, por solo unas palabritas y una muerte, una entre todas las que incluso tú causaste a puño, pistola y navaja; solo por aquellas nimiedades, nació en tu alma algo que se podía catalogar como culpa. Sin embargo, el lobo no deja de ser lobo aunque se disfrace de cordero. Tus interiores seguían siendo despiadados y tú seguiste siendo un hombre frío, un témpano.
Fríos asimismo eran tus besos, que para mí eran lo más próximo al paraíso, mientras que para ti eran un pasatiempo, una forma de experimentar y poner a prueba los límites de tu humanidad. Al fin y al cabo, ambos éramos fríos a nuestra manera y en distintas graduaciones, ¿no lo crees? Tú me hacías sentir humano, y era algo que iba más allá de anular mis habilidades; se trataba de una humanidad que nacía en mi pecho al entregarme a ti. Desde el momento en que reconocí que me había enamorado de ti, supe que era un humano, uno capaz de sentir como cualquiera. Lo que no me esperaba era que, como tal, era capaz de sufrir de esta manera, llevándome hasta el escalón más bajo al que puede llegar una persona. Al dejar que me hicieras el amor solo inflaba mis sentimientos por ti y nutría mi sentido de humanidad, creyendo que, si me tocabas, al menos era porque lo deseabas, porque había un poquísimo cariño dentro de ti que iba destinado a mí. Porque tenía la certeza absoluta de que tú no eras del tipo de personas que lleva a cabo algo por lástima.
Así como tú me usabas para sentirte un humano al tener un orgasmo en los brazos de alguien que te quería profundamente, yo te usaba con los mismos objetivos y diferente método. Ambos éramos fríos y egoístas.
Esta noche, luego de... ¿tres meses? Por primera vez, llueve. Y llueve mucho, de esas lluvias con las cuáles podría aprovechar para salir a la calle para camuflar mis lágrimas y que la gente no tenga el tiempo ni la suspicacia suficiente para notar mis ojeras y mi andar moribundo. Llueve mucho, y eso incrementa el frío que daña mis pulmones. Y no tengo voluntad para ir a buscar un suéter, me limito a permanecer en mi lugar de siempre, bebiendo nuevamente café con la esperanza de que su calor sea suficiente para calentar mi pecho que solo está cubierto por una delgada camisa. La misma de siempre. Temo quitármela y perder el aroma a café que me mantiene de pie, o peor aún, perder el recuerdo constante de que ya no estás aquí. Tengo miedo de olvidar que has muerto, y con ello olvidarme por completo de mí.
Nunca me gustaron las lluvias, pero ahora, desde mi asiento, es mi novedad atrayente. El aroma a tierra mojada que lleva consigo me mece y me tranquiliza por breves períodos; diría que es el momento de la serenidad sublime en todos estos meses. Y estoy seguro de que solo es la calma que precede a la tormenta. Sin embargo, no tengo miedo, Dazai, no me acobardo si puedo sentir tu presencia a mi lado.
Ahora, en esta noche tan fugaz como todas las demás, puedo afirmarte que soy un hombre frío. La falta de sueño le ha jugado malas pasadas a mi mente, y aquello ha desatado en mí más sufrimiento que este luto infinito, transformándome en un hombre frío asimismo.
Un hombre frío que solo llama a su subordinado para mandarle a comprar plumas, tinta, hojas y café; alcohol tengo de sobra. Mi hermosa y ostentosa bodega que reservaba con recelo es ahora un hospital de botellas donde muchas están muertas, y otras muchas están ahí, esperando para ser sacadas del coma.
Un hombre frío que ya no desperdicia sus lágrimas en algo que no sean tus fotos o que no lleven tu nombre.
Osamu Dazai, Osamu Dazai, Osamu Dazai.
A pesar de lo que pueda declararte y escupirte en este vómito de odio, sigues mirándome con indiferencia desde allí abajo, no me cabe duda alguna.
Dime, por favor, corrígeme, necesito que me digas que me equivoco, que yo era un destinatario de una porción de tu cariño, que una parte de tus anhelos iban dirigidos a mí, que alguna vez pensaste en mí, que crucé fugazmente tu cabeza ese segundo antes de que murieras, que fui alguien para ti. ¡Por favor, ten piedad de mí, impío bastardo irreverente!
No obstante, son palabras que nunca dirás, por más que fuesen verídicas, porque eres un hombre frío y desalmado.
Sin embargo, más frío soy yo, que te escribo cosas que jamás sabrás y para las cuales ya es muy tarde. Frío, porque te hago preguntas que nunca obtendrán respuestas y para las cuales no tuve el valor de hacerte cuando te regocijabas en la efervescencia de la vida.
Soy un hombre frío, tal y como tú.
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Irredimible ||Soukoku||
FanficDazai se suicida y el alma rota de Chuuya, en honor al insomnio y los remordimientos, se resguarda dedicándole ocho cartas, cada una con un nombre para su amado.