Tres venezolanos, tres diferentes destinos, un mismo sufrimiento: Venezuela.
Pero una salvación vieron al tener en sus manos la carta de Hogwarts.
Los tres latinos se habían separado, las dos chicas por un lado y su amigo por otro, pero ellos...
Una...
De repente, una vieja ahí se puso en el centro del invernadero con una mesa con un poco de orejeras de peluche y se empezó a acomodar la ropa. ¿Iba a ver el jevo después de la clase o qué? Se acomodó el pelo, y lo que le faltó fue sacar el espejo pa' maquillarse ahí mismo. Yo cargaba mi senda cara de culo porque Erika 'taba habla que habla con Theodore y David andaba medio arrecho por culpa del mamaguevo de Malfoy.— Hoy nos vamos a dedicar a plantar mandrágoras —empezó la vieja esa. — Veamos, ¿quién me puede decir qué propiedades tiene la mandrágora?
Esa verga yo la sabía, así que alcé la mano, pero la salía de Hermione también, y la coñoesumadre profesora le concedió la palabra a ella. Ay, sí, la favorita de la clase y tal.
—La Mandrágora, o Mandrágula, es un reconstituyente muy eficaz. Se utiliza para volver a su estado original a la gente que ha sido transformada o encantada.
—¡Excelente, diez puntos para Gryffindor! —exclamó la profesora Sprout, casi aplaudiendo como foca epiléptica.
—Diez puntos para Gryffindor —refunfuñe, mofandome.
Erika me metió un codazo en la costilla. Ah, ¿ahora sí me estaba parando bola la perra serpiente esa?
—¿Qué es lo qué es, bruja? Dale por ahí —le medio grité a Erika y ésta me hizo la seña para que me callara.
—Señorita Tramonte —llamó la profe' y yo le maté los ojos a Erika. — ¿Hay algún problema?
—No, profe', quédese quieta, siga con su clase —suspiré, arrecha con la vida y el mundo.
Y así siguió la salía de Hermione, recitándose el calembe libro de memoria una y otra vez, con la profesora jalabola dándonos y dándonos puntos. Chamo, yo quería que tan siquiera le dieran unos diez puntitos a Slytherin, no sé, que tan siquiera le dieran una estrellita dorada, pero nada, ni un peo le tiraron a las pobres serpientes, quería ver que por un momento Hermione se callara. En fin, ni modo. Nos pusimos las orejeras, yo llegué a alcanzar unas negras con escarcha y lentejuelas. O sea, primero muerta que sin estilo. Erika, David, Theodore y yo nos pusimos a plantar esas matas lloronas, y le regalaron veinte puntos más a Gryffindor cuando terminamos.
Personalmente, les comento que mi mandrágora fue peor que un dolor de barriga a mitad de la noche, se retorció, me mordió y me arañó hasta que le dió la perra gana, pero logré meterla en su maceta y san se acabó. El gafo de David no tuvo tanta suerte, ya que la profesora Sprout terminó haciéndole el trabajo porque su planta chillona no se dejó replantar. Esperé los «cinco puntos menos para Gryffindor», pero, obviamente, no pasó.
—Chamo, esa calembe mata del coño me quiso quitar un deo' —se quejó David, bufando y secándose el sudor con la manga de la túnica.
—Ay, ya, David, supéralo, nos vemos después —bufé, adelantándome hasta alcanzar a los de mi casa, ya que teníamos Transformaciones con la profesora McGonagall.
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