Mutantes I: El Niño

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7:30 am, 2 de mayo de 2018. Royal Woods, Michigan. Casa Loud.

El ardor se extendía por sus músculos, cada movimiento era más tortuoso que el anterior. Su aliento le quemaba la garganta, las gotas de sudor resbalaban por todo su cuerpo, los brazos comenzaban a temblar, mientras que su abdomen y tobillos no soportaban la presión. Después de 25 repeticiones, él cayó totalmente exhausto, respirando con desesperación, rogando que su garganta dejara de arderle. Esa escena era un tanto cómica, ya que era bien sabida su poca resistencia física, sumada a su ociosidad desde la infancia, pero a la vez era una verdadera decepción, ya que en un mes no había mejorado en lo absoluto.

—¡Lincoln! Debes tomarte más en serio el entrenamiento —regañó el viejo de cabellos blancos y grueso bigote gris—. Tu desempeño está dejando mucho que desear, si realmente quieres aprender a defenderte debes ser mucho más disciplinado.

—Lo intento... —escupió con frustración el chico apoyándose en sus rodillas—. No estoy acostumbrado al ejercicio.

Resopló, intentando no reír, al ver la sonrisa socarrona en los labios del niño. Ante sus ojos, no había persona más optimista que Lincoln L. Loud, era el alma de los hermanos y quien no dejaba de encontrar el lado bueno a cualquier situación. Mas, conocía ese comportamiento, esa tendencia a distraer la atención de todos con bromas o burlas. La perpetua actitud payasesca, burlona y desinteresada. Era un mecanismo de defensa, una forma para no sumirse en su tristeza.

Funcionaba con Lincoln, aunado a su optimismo, dejaba que el chico pareciera el mismo de los tiempos mejores. El problema no era si funcionaba o no, sino que era lo dañino que esto podría ser. No era experta, ni por asomo, buscaba solo acercarse al chico ahora que eran como de la familia. "Es el hermano de mi novia, vivo con ellos... ¿Es de la familia?" se preguntaba con frecuencia. Algo muy dentro de ella, una sensación de malestar y culpabilidad muy arraigado, le decía que considerar a los Loud como su familia era traicionar a la suya. Solo ha pasado un mes desde esa trágica noche, tal vez era demasiado pronto.

Desechó el círculo interminable de pensamientos sobre los Loud, concentrando su atención en el ejercicio. Físico envidiable no tenía, era delgada y algo perezosa, mas el ejercicio nunca la había molestado. La propuesta de Albert era aceptable, incluso divertida. Todo con tal de distraer su mente una hora, o dos cuando podía, al día. Todo con tal de olvidar el propósito de estos entrenamientos.

—Llevamos más de media hora con los ejercicios, abuelo —reclamó el niño albino con cansancio—. ¿Cuándo vamos a iniciar con el entrenamiento?

—Sin la condición necesaria, se lastimarán al practicar los movimientos —contestó autoritario el hombre.

—No soy un experto, pero creo que ya hemos estirado, fortalecido y calentado suficiente los músculos, abuelo Albert —opinó un exhausto Roberto Santiago. El joven recién se había integrado a los ejercicios, al no entrar en conflicto con su trabajo nuevo.

—Bobby y Linc tienen razón, abuelo, esto no rockea —terció Luna con un rostro compungido y rojo. Era cómicamente linda.

—¿Tú qué opinas, Sam? —preguntó el anciano militar con seriedad.

Se sorprendió. La rubia miró con detenimiento el rostro del hombre, buscando un rastro de broma, pero sabía la actitud que adoptaba Albert Millar a la hora del entrenamiento. Era como si regresara a los viejos tiempos del ejército. Vaciló, buscando las palabras adecuadas, y respondió con tranquilidad, intentando no sonar agotada.

Una Nueva Oportunidad (The Loud House Y Marvel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora