Ataque

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—¿Has escuchado eso? —preguntó alarmada Luna, poniéndose de pie con agilidad y llevó por instinto la mano a su arma que agradecía tener consigo.

—Sí. Es un grito de ayuda. —Rey también se levantó.

—Viene de este lado. —Sabía ubicar sonidos y señaló una zona que se alejaba más del pueblo, justo de lado contrario de Isadora.

No había tiempo que perder y ambos corrieron tras el llamado. Luna casi podía asegurar que eran malas noticias, pero no quiso pensar más y avanzó lo más rápido que pudo.

—Esa voz, Es... ¡Brisa! —El joven comenzó a temer de verdad. Brisa no era de las que se alteraban a la ligera.

Al llegar al lugar, divisaron a la chica llorando desesperada, rogándole a un cuerpo yaciente que se levantara.

Un hombre se encontraba en el suelo sobre los brazos de la mujer y esta lo sujetaba aterrada.

—¿Qué sucedió? —preguntó Rey cuando se acercó para poder observar en la oscuridad que no permitía ver como hubiera querido.

Un quejido casi inaudible se escapó de su boca cuando pudo saber de quién se trataba, e hizo una seña con la mano a Luna para que no avanzara más, pero su acción solo la hizo apresurarse para descubrir la identidad que pretendía esconderle.

De inmediato cayó de rodillas al suelo y, quitando a su compañera de casa de un empujón, tomó al hombre entre sus brazos.

—¡Despierta! —rogó, intentando que León abriera los ojos.

—¡Luna! —la llamó Rey mientras inspeccionaba y al mismo tiempo consolaba a Brisa para que se calmara un poco y pudiera decirles lo que había sucedido—. Hay sangre... y mucha. —Su temor se confirmó.

Un río de líquido carmín salía del cuerpo de Leo y se esparcía por el suelo; estaba muy herido o tal vez muerto.

—¿Aún vive? —preguntó nerviosa, incapaz de asistirlo como debía. Fue su acompañante quien se colocó a su lado para averiguarlo—. No puede estar muerto, ¡no! Levántate, despierta. ¡Por favor, debes despertar! —La desesperación se fue apoderando de ella. Siempre aparentó ser valiente ante los demás, pero en esa situación fue imposible mantener dicha fachada.

—Brisa, escúchame, respira. Tienes que ir por ayuda. Corre lo más rápido que puedas, ¡anda! Sigue vivo, pero no por mucho tiempo, tiene demasiadas heridas. ¿Qué te ocurrió, amigo?

La mujer asintió y se secó los ojos que se encontraban cubiertos de lágrimas y, siguiendo la petición de Rey, salió a toda prisa temiendo el peor desenlace.

Luego de que su vista se adaptara, Luna pudo observar el escenario con mayor detalle. La ropa estaba rasgada por todas partes y había unos cuantos pedazos de carne levantada que dolían con solo verlos. Reconoció enseguida el corte, era una espada la que lo había lastimado. También tenía golpes, uno de ellos muy marcado en su rostro que poco a poco se iba quedando ausente de vida.

No estaban seguros allí, el pueblo quedaba un tanto retirado, la oscuridad lo cubría todo y se sentía una pesadez en el ambiente que la llevó a sacar su arma y observar con más recelo a su alrededor.

Sin desearlo, a su mente llegó la historia de cómo se fundó Isadora. Según lo que se contaba, muchos años atrás hubo un tiempo donde los poblados convivían unos con otros, pero poco a poco se fueron corrompiendo y la gente se fue convirtiendo en seres carentes de sentimientos. Una guerra larga y sangrienta se desató y los pocos sobrevivientes conscientes se resguardaron lejos de todo y convirtieron el lugar en su hogar. Si había algo que les repetían una y otra vez era que solo podían estar seguros dentro de la muralla, afuera solo habitaban esos seres asesinos y las bestias en las que algunos se fueron transformando con el paso de los años. El miedo de pensar que algo así lo había atacado la hizo temer de verdad.

Aprendiz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora