Familia

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El tiempo pactado pasaba con extrema lentitud y Luna, quien decidió que ese seguiría siendo su apelativo estando allí, para asombro de los que la conocían había recuperado gran parte de su vitalidad.

Una pesadez extraña la abrigaba antes de dormir y las pesadillas dejaron de molestar, dándole paso a pedazos de memorias que iban armando poco a poco el rompecabezas.

La cuarta noche Luna salió sigilosa de la habitación de la nueva casa que ocupaban, siendo esta menos decorada porque se estaban terminando de instalar, pero fue descubierta por Alí, quien se asomó casi al mismo tiempo.

—¿Qué haces? —le preguntó en voz baja. Él se mantenía vigilante y su recámara se hallaba solo a dos puertas de la suya. Tal vez oyó algo extraño y decidió investigar.

Los dos se detuvieron en medio del pasillo y fue ella quien lo jaló cerca de las escaleras que llevaban al primer piso. Una espada, que ya no era la suya, colgaba de su cintura, delatando sus intenciones.

Luna se quedó pasmada con la interrogante.

—Voy a salir —apenas pudo decir.

—¿Sola?

—Sí, sola. Y es mejor que Leo no lo sepa.

—¿Por qué escondérselo? —No entendía su repentina postura, pero de ninguna manera permitiría que se aventurara a irse sin compañía—. Pides sinceridad y ahora eres la que esconde cosas.

Ella lo miró directo a los ojos y él guardó silencio porque supo que venía su excusa.

—Fui demasiado egoísta al pedir el sacrificio de quienes ya han sufrido lo suficiente. Tengo personas aquí que también quiero y lo último que deseo es verlos arriesgarse por un problema que solo me compete a mí. Isis, Rey, Lili..., hasta Loísa, todos merecen estar tranquilos. Sobre León, ¿sabes lo que le va a pasar si va? Su pierna debe sanar, eso ha dicho Elvira. Además, en cuanto lo reconozcan van a intentar detenerlo y matarlo, ¡y eso no lo voy a permitir! Tal vez no he sido tan valiente como debía, pero en esta ocasión conocerán de lo que puedo ser capaz. —La seguridad que antes le hizo falta hacía acto de presencia, encendiendo su mirada y renovando su semblante—. Recuerda que aun en el ajedrez la reina protege al rey.

—El mismo riesgo corres tú.

—Tenme un poco de fe. —Le sonrió con camaradería.

Alí la contempló dubitativo. Sabía que esta vez tenía razón, era su lucha; más bien dicho, era la lucha de los dos. Bajaron las escaleras para dejar de hablar allí, teniendo cuidado de no hacer ruido y unos pasos les avisaron que se acercaban mirones, pero fue demasiado tarde para reaccionar. Brisa apareció acompañada de Christina. Los cuatro se quedaron de pie, guardando una distancia de más o menos tres metros.

—¿Está todo bien? —quiso saber Brisa porque le preocupó ver sus rostros casi inmóviles.

—¿Qué hace ella aquí, y a esta hora? —La noche estaba entrando y la presencia de Christina incomodó a Luna.

—Chris será quien me ayude en la botica —se apresuró a responder Brisa porque no deseaba una discusión—, le estoy enseñando algunas fórmulas y quisimos avanzar ya que se nos va el sueño. Cuesta mucho acostumbrarse a esta nueva rutina.

—Es mejor que me reti...

—No es necesario —le pidió Alí a la mujer, sonando cortés y alzando una mano para evitar que se marchara—. Pueden continuar con sus labores.

Enseguida brisa advirtió la espada y una alarma despertó en su interior.

—¿Y Leo? —se aventuró a preguntar intentando sonar casual.

Aprendiz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora