Insignia

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La gran fortaleza se levantó imponente frente a sus ojos. La noche se aliaba con sus propósitos, siendo esta más oscura de lo usual, sin estrellas y con una luna rodeada con un círculo blanco de nubes; todo espectral y melancólico.

—¿Puedes compartirme tu plan? —preguntó Alí cuando se hallaron en el bosque, observando el que años atrás fue su hogar—. ¿Cómo vamos a entrar? Hay vigilancia en la entrada.

—Solo sígueme —indicó ella en un susurro y caminó sigilosa.

Rodearon el pueblo por fuera, escabulléndose entre los árboles, hasta que el lugar donde decidió quitarse la vida los recibió. Allí estaba su espada, todavía manchada con su sangre. Luna la recogió y la intercambió por la que llevaba, solo necesitaba una. Alí guardó silencio, comprendía que se trataba de un tema difícil y optó por brindarle espacio.

—¿Vamos a subir por aquí?

—Sí. Está bastante lleno de ramas secas y ayudan a sostenerse.

—¿Y después de que entremos? ¿Tocaremos la puerta y ya?

—No. Primero tengo que hacer una visita, pero es arriesgado porque hay que pasar por varias calles. Seis para ser exacta. Sé que suena a una locura.

—Si tú dices que hay que hacer una visita, lo haremos. —Él tenía claro que tocaba dejarla dirigir.

Luna dio unos cuantos pasos hacia el muro y cuando estaban a punto de escalar decidió hablar:

—Pensé en escribirle a Leo una carta..., tú sabes, por si no regresaba. Aunque eso hubiera sido predisponerme a morir o terminar encerrada de por vida, que para el caso es casi lo mismo.

—Tranquila —le dijo, posando una mano sobre su hombro. Comprendía que ella requería de su soporte—. Vamos a estar bien y vas a volver a estar con él para hacerme enfadar cada que recuerde que se salió con la suya.

Compartieron una sonrisa que la relajó y luego subieron despacio, tratando de ser silenciosos y pidiendo por dentro que no estuviera algún mirón por allí o un guardia dando una ronda. Seguro reforzaron la seguridad y tenían que ocultarse mejor. Al llegar al suelo, una sensación de pesadez los hizo estremecer. Allí estaba su casa, a la que recordaban en tiempos distintos, pero no menos dolorosos. Alí sacó una flecha y se alistó para disparar si era necesario.

—Trata de apuntar a partes no mortales —pidió ella—. Prefiero evitar bajas.

—Es justo lo que tenía planeado.

—Ve detrás de mí —le pidió y desenvainó su arma. La mujer que antes temió, murió con la cortada que seguía doliendo, dejando tras de sí a una que mostraba una firmeza intimidante—. Conozco la ruta más solitaria porque me gustaba evitar a las personas.

Avanzaron por el trayecto que ella iba indicando. Sus pechos saltaban, aunque eran incapaces de expresarlo en voz alta. El crujir de unos pasos los hizo detenerse de golpe, pero fue un anciano cansado que andaba por allí sin siquiera dirigir su vista al frente. Pasó a su lado y no les dedicó ni un segundo de atención.

Continuaron, escabulléndose entre las sombras de las paredes, hasta que la casa de Violeta, la concejal, estuvo justo enfrente.

—Quédate aquí —le indicó Luna a Alí. Era su turno de ir a conseguir lo que urgía. La negrura cubría el sitio donde se encontraban para que no corriera riesgos—. Voy a entrar, es posible que tarde, por favor no te muevas.

—Te espero —aceptó y relajó la postura, guardando el arco en la espalda y desenvainando la espada larga.

Alí no le pidió una explicación, no la cuestionó ni propuso nada. Decidió que sería un compañero obediente y consciente de que ella podía tomar las mejores decisiones. Tardó más de veinte minutos y una joven cruzó a esas horas cerca de donde se mantenía esperando. Parecía que salía de una casa de la que no debía salir porque intentó ocultar su cara al quedar paralelos. Si la mujer supiera que quien se escondía era él... Fue la única persona con la que tuvo un breve acercamiento, el pueblo entero dormía, al menos la mayoría.

Aprendiz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora