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NOTA: Segunda parte de "Buenos días, Frank

Buenas noches, Gerard.

Sé que es muy noche, sé que es muy tarde y quisiera poder decirte de frente todas las cosas que tengo aquí dentro pero tengo miedo de darme por vencido sabiendo que jamás podré hacerlo.

Quizá debí saberlo antes, así habría hecho lo posible por salir de aquí para aunque sea, en esos minutos que pudiera estar solo contigo y no conectado a todas estas máquinas, poder abrazarte y decirte que todo iba a estar bien.

Pero nada lo está, Gerard.

Hoy es Jueves y está lloviendo afuera, es de noche y truena y no puedo dejar de pensar en cuan asustado debes de estar y cómo debes de estar llorando. Y yo me siento tan solo, triste y enojado que si no te escribo podría enloquecer en mis delirios.

Hoy vino Mikey con sus lentes mojados y una tormenta viviendo en sus ojos. Vino solo. Tan solo entró al cuarto llorando y me tendió una caja de zapatos. Al principio quise bromear con él acerca de que no podría usar esos zapatos porque ya no podía caminar, pero no se lo dije. Y él tampoco me lo dijo a mí.

Me puso la caja en el regazo y yo la mire: Converse del número 5. En ese momento no se me pasó por el cráneo pensar que esos zapatos jamás me entrarían, solo los tomé y le agradecí a Mikey. No le pregunté por ti en ese momento porque su rostro estaba tan deshecho, pálido y ojeroso, y te lo juro, Gee, dentro de sus ojos había una tormenta. Una tormenta real, con gotas de lluvia y destrozos ahí dentro, y rayos incendiándolo todo y truenos iluminando la oscuridad de sus pupilas.

Entonces se levantó de mi cama de hospital donde se había sentado después de que yo cogiera la caja, se levantó y le vi las piernas dejarle de funcionar por un segundo. Sus manos se tomaron con fuerza de la baranda, de una forma como si quisiera sostenerse de algo sabiendo que podría caer en cualquier minuto. Todo estaba tan gris, tan en cámara lenta, como una de esas viejas películas de misterio, aunque ahora que lo pienso no era misterio, era angustia. Dolor.

Y sentí algo más horrible golpearme al pecho, como una realidad clavada a la fuerza que alguien cruel intentaba hacerme saber sin decirlo. Fue eso, una realidad. Entonces alce los ojos y mire a Mikey, y él hizo todo lo contrario a mí y engancho sus dedos con fuerza. Y alguien siguió martillando a mi cabeza, a mi pecho, a todo mi cuerpo y a mi alma en plenitud. Y  yo ya sabía que las realidades duelen, arden y matan, pero esta terminaría por tragarme.

Le miré unos segundos más, como si quisiera negarme a aceptar que ya lo sabía. Y un pánico me invadió hasta los huesos, una opresión en el pecho y palabras tartamudas.

-¿Dónde está Gerard?

Y Mikey no contestó.

Y yo me rompí.

Yo te había visto roto tantas veces que no me sorprendí cuando me vi a mi mismo en esa situación, me vi por fuera, como sí hubiera salido de repente de mi cuerpo para ser solo un espectador más de esa broma tan cruel. Grité, como si mi voz fuera un cristal rompiéndose en miles de pedacitos destrozando mis cuerdas vocales, desgarrando, haciéndome desangrar. Lloré, y la tormenta de los ojos de tu hermano también se dejó llover con fuerza, como una tormenta muda que azota y arrasa por la noche cuando todos duermen. Me rasguñe, tratando de arrancarme las maquinas que sentí llegaban a mi cerebro, desconectando cada cable que me mantenía vivo, quebrando cada máquina que se interpuso en mi camino fuera de la cama.

Pero también agradecí cuando seguridad llegó y me inmovilizo mientras las enfermeras trabajaban rápido en estabilizarme, porque había una pequeña máquina que aún estaba conectada a mí que emitía un “Beeep beeep beeep” con violencia, con fuerza, como si la tormenta tratara de destrozar el muelle que me encallaba a la vida. Y mientras lo hacían, yo me sentía desgarrado por dentro, como si me hubieran arrancado algún órgano y ahí el hueco que había dejado no dejara de sangrar.

Pero era cierto, Gerard, me habían arrancado un órgano esa noche.

Y tú te lo habías llevado.

Buenas noches, Gerard  [Frerard]  HLYBN2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora