Nubes de colores

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Han pasado dos meses desde que estás en coma, Milay, y por más miedo que tenga, por más que me niegue a que pase, tengo que aceptar que hay una probabilidad de que nunca despiertes. Y de que si lo haces, puede que no me recuerdes. ¡Y joder!... Eso me mata por dentro.

Hemos planeado toda nuestra vida juntos durante estos últimos cinco años, y es una cosa jodida esto. En fin, no he venido a descargar mi miedo, dolor y frustración contigo. He venido a confesarte algo.

¿Recuerdas cuando cumplimos dos años de relación? Tú tenías veintitrés y yo veinticinco y nos encontrábamos recostados fuera de tu casa, en el patio cubierto de césped. Acabábamos de llegar de ver una película en el cine y, como siempre, tú habías llorado con el final a pesar de que nadie murió y fue un final feliz. Siempre llorabas por cosas así de sencillas, pero bueno, tú eras muy sensible y mentiría si te dijera que eso me molestaba. Al contrario, admiraba tu empatía, la facilidad con la que te ponías en los zapatos de otros sin importar que fueran personajes ficticios. Lo mismo te pasaba con los libros.

En fin, te encontrabas algo triste y dijiste que querías ver las nubes tintadas de rosa y púrpura en el cielo; que eso siempre te alegraba. Salimos, nos recostamos viendo las nubes y comenzaste a hablar. Me contaste por primera vez cómo tus padres siempre te había presionado a hacer cosas que no te gustaban del todo, pero de igual manera siempre los obedeciste porque no querías defraudarlos. Me dijiste que tomaste clases de piano, violín, baile de salón e incluso cómo saliste con algunos chicos que ellos eligieron para ti.

Mencionaste cómo fue que al cumplir los veinte años de edad, te "rebelaste" y les dejaste en claro que era tu vida y tenías derecho a hacer con ella lo que quisieras, lo que te hiciera feliz. También me expresaste que fue después de ese ataque de sinceridad con ellos, que te dieron un ultimátum. Si no hacías lo que ellos te pedían, tenías que irte y dejarían de reconocerte como su hija. Y luego se excusaron bajo el "Nuestra casa, nuestras reglas".

Pero no te importo. Te fuiste. Saliste a buscar lo que te hacía feliz porque, después de toda tu vida haciendo lo que alegraba a tus padres, nunca habías encontrado exactamente lo que a ti te llenaba. Hasta que me conociste.

Eso fue lo que me dijiste. Tus palabras exactas fueron: "Nunca estuve segura de qué es lo que había estado buscando, lo que me hacía sentir completa y dichosa, hasta que, literalmente, chocaste conmigo".

Te miré a los ojos mientras decías eso y sentí que mi corazón crecía, que se expandía en mi pecho duplicando su tamaño. Se me hizo increíble que no explotara, ¿sabes? Tus ojos estaban llenos de verdad y de amor, y supe que quería amanecer todos los días y que fueran esos orbes la primera cosa que mirara en las mañanas. Así que te pedí que te mudaras conmigo.

Y aceptaste. Me diste el honor de ser el hombre que te mirara por las mañanas al despertar y por las noches antes de dormir. Me diste el privilegio de compartir mis rutinas contigo; de reír y amarte cada día más y más, aun cuando creía que ya no era posible.

Y extraño eso. Lo extraño como no tienes una idea. Dios, Mil, por favor. Por favor no me hagas sufrir ya más y despierta. Te necesito en mi vida de nuevo, cariño. Sálvame de este tormento.



Momentos contigo ✔ [2015]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora