-Sanar el corazón-

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Viendo a Enzo derrumbarse frente a sus ojos, en su regazo, Milay se preguntó por qué había mentido. No sabía el porqué de su actuar. ¿Por qué había hecho eso, por qué le había dicho a Enzo que se casaría cuando no era verdad? Casarse con alguien que no fuera él, ¿para qué? ¿Para seguir sufriendo? No amaba a Sam, así que casarse con él no era una opción. Nadie que no fuera Enzo sería alguna vez una opción para ella.

¿Para que mentirse? Ella lo seguía amando y probablemente lo haría por el resto de su vida, pero él había decidido alejarla y enfrentar la vida al lado de otra persona; una persona que ahora llevaba en su vientre al hijo fruto de su unión. Y esa era la razón. Ahí estaba su respuesta.

Había mentido para convencer a Enzo de que ella seguía con su vida y dejaba su pasado atrás, solo para que él también pudiera seguir adelante con la madre de su futuro hijo. No podía reclamarle nada, sabía que en tres años Enzo había necesitado cariño y consuelo, cosas que encontró en la otra mujer. Él no había podido tener la seguridad de que ella despertaría, Milay era consciente de ello, y tuvo que tratar de seguir con su vida.

Y luego... la maldita vida le jugó una mala pasada. Justo cuando él empezaba de nuevo, cuando trataba de superarla, ella despertó y cambió de nuevo sus planes. Aquí la culpa no la tenía él, no la tenía ella, ni la otra mujer y su bebé. Aquí nadie era culpable y ella estaba cansada de tratar de encontrarlo.

Escuchando los fuertes sollozos que Enzo no trataba de refrenar, Milay sintió un nudo formándose en su garganta. Odiaba ver que aún la amaba y que sufría por su mentira, pero ya era hora. Era tiempo de decirse adiós y de continuar cada quien por su lado, sin importar si eran contrarios. Al fin y al cabo el mundo era redondo y, tal vez algún día, sus caminos se encontrarían de nuevo. Tal vez ese día podrían verse a los ojos y no sentir dolor. Tal vez solo sonreirían, recordarían los buenos momentos y seguirían con su camino. Tal vez... Podrían ser felices de nuevo, aunque no fuera juntos. E incluso puede que su corazón, ese que ahora se sentía en carne viva, sanara. Tal vez se curara por completo y pudiera volver a sentir, pudiera amar con la fuerza que alguna vez se amaron.

Siguió oyendo los sonidos llenos de dolor desgarrar el pecho del hombre postrado ante ella y Milay contuvo la respiración; miró hacia el techo reteniendo las lágrimas que amenazaban por desbordar sus ojos y suspiró. Sabía que estaba haciendo lo correcto. No podían continuar con su rutina como era justo ahora, al pendiente del otro, retrasando el avance de sus vidas. No merecían seguirse haciendo ese daño.

Sentía el cuerpo de su amado vibrar con sufrimiento, sus manos aferrando sus piernas con desesperación, sin embargo, a pesar de que se moría por arrodillarse a su lado y abrazarlo, no iba a consolarlo. Se conocía a la perfección y sabía que un simple abrazo, una simple caricia, terminaría con ellos enredados en los brazos del otro. Enzo era la debilidad de Milay y ser débil era una cosa que, en ese momento, no podía permitirse.

Armándose con toda la fuerza del mundo, Milay quitó las manos descansando en sus piernas y se puso de pie, logrando así que él perdiera soporte y cayera de plano en el suelo.

Tras esa sacudida, Enzo levantó la vista nublada por lágrimas, y en un lastimero tono roto, suplicó:

—No te cases, Mil.

Luego, sin pena, dejó que las lágrimas siguieran empapando sus mejillas.

A Enzo no le importaba si esta vez tenía que suplicarle, solo no quería salir de ese lugar sin estar seguro de que aún podían darse una oportunidad.

—Enzo —susurró Milay con pesar—, te digo que no puedes evitarlo. Estoy siguiendo con mi vida, algo que tú también deberías hacer. Vas a ser padre y... —se interrumpió cuando sintió que su voz se rompería.

—Pero te amo —confesó, como si esas palabras pudieran arreglar todo entre ellos. Pero no se podía, todo estaba roto más allá del arreglo.

Milay sacudió su cabeza frenéticamente y sintió las lágrimas comenzar a derramarse por sus mejillas.

—No entiendes, Enzo.

—Entonces explícame, Mil. Cariño, si todavía hay una esperanza para mí, aunque sea pequeña, dímelo. Necesito que...

—No la hay, Enzo. Tú y yo acabamos. Lo nuestro se terminó y es hora de que lo aceptemos —replicó Milay con tono molesto.

Le estaba costando mucho trabajo, Enzo no se lo estaba poniendo fácil.

—No, Mil. Mientras nos sigamos amando siempre va a haber una oportunidad, piénsalo...

—¡Ese es el problema! —gritó ella con rabia y dolor—. Ya no te amo, Enzo. Acéptalo de una maldita vez y déjame en paz.

Sus sollozos ahora eran fuertes y las lágrimas no la dejaban ver con claridad. De alguna manera y con rapidez, tomó su bolso y salió corriendo de ahí hacia la seguridad de su nuevo lugar.

A veces no sabía si lo amaba o si lo odiaba. Quería golpearlo y luego besarlo, gritarle y luego hacerle el amor. Quería que la dejara en paz, pero al mismo tiempo que nunca se fuera de su lado.

¿Se estaba volviendo loca?

Cruzó la calle a toda prisa e ingresó a su coche. No supo cómo lo encendió ni cómo llegó al lugar donde ahora vivía. Solo sabía que un hoyo negro se había abierto en su pecho y que era cuestión de tiempo para que la consumiera completa.

Entró a su habitación y entonces el dolor que sentía la dobló por la mitad, le robó el aliento. Cayó de rodillas en el piso y buscó en su mente solo una razón por la que no debía cometer alguna locura.

Ni familia, ni amigos, ni un trabajo maravilloso...

Poniéndose de pie con mucha dificultad, Milay caminó hacia el baño y abrió el botiquín de primeros auxilios en busca de sus pastillas para dormir. Necesitaba descansar un momento.

Estaba sirviéndose un vaso de agua, cuando un golpe en la puerta sonó. Suspiró preguntándose quién podría ser.

Sin importarle sus ojos hinchados y el maquillaje corrido, abrió la puerta. Y se arrepintió.

Enzo la miraba del otro lado con una expresión feroz.

—Aprendí la lección, Mil. No pienso dejarte ir esta vez. Por lo menos no sin luchar.



Momentos contigo ✔ [2015]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora