11. Lobo negro

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Luis tenía pecas.

Cinco sobre su nariz, justo en medio de sus ojos. Su piel lucía suave y las pestañas que poseía eran largas y algo rizadas en los costados. Sus labios eran delgados y su nariz perfilada era realmente parecida al resultado de una operación. Tenía un cuello  delgado, Dunkel sentía que con una sola mano la rodearía. Incluso con ello resultaba lindo en una forma extraña.

Dunkel observaba cada aspecto pequeño de Luis. Porque a media noche se cansó de vagar por el bosque y caminó en dirección a las cabañas. Solo que al momento de querer entrar a su habitación, el hecho de poder toparse con Alix hacía que su sangre hirviera. Por eso se coló por la ventana de la cabaña de Luis, porque con él se sentía en casa.

Y antes de intentar dormir en la esquina más alejada. Dunkel se detuvo a observar el rostro dormido de Luis. Lo veía hermoso y eso le hacía cuestionarse una vez más la razón de gustarle. Luis era hermoso a su manera, tenía la belleza de varios otros felinos, pero su alma era bondadosa como ningún otro. Eso lo hacía alguien simplemente perfecto, a ojos de Dunkel. Y era un problema porque no podía tomar algo tan bello como Luis, Dunkel no se sentía merecedor de ello.

De pronto el fantasma de todos sus errores llegaron a atormentarlo una vez más. Arrinconándolo en el lado más oscuro de aquella habitación, lo más lejos de Luis. Dunkel solo bajó la vista a sus manos y ahí, en sus dedos, estaba su pasado. La sangre escurriendo y tiñiendo sus uñas mientras a los lejos los gritos de la única persona que antes amó resonaban, perforando su alma, lastimando su corazón.

Hace años, justo cuando los lobos grises atacaron a la manada de lobos negros, su familia agonizaba en pobreza. La guerra solo fue una última gota que hizo que la copa rebasara, y solo su familia pareció pagar el precio de aquella disputa. Porque la noche en la que su hogar fue prendida en llamas, Dunkel, con cinco o seis años, veía desde su ventana el caos.

Y el doloroso recuerdo seguía ahí. Con la imagen de sus padres. Su madre tan preocupada por él, como siempre. Ella intentó darle tanto amor como le fuese posible, pero en ese punto ya no podía darle seguridad. Aquella noche, con los gritos tras su puerta. La loba tomó la decisión más difícil de cualquier madre. Ella necesitaba salvar a su hijo, sin importar su propia muerte.

Quizá esa noche quiso aliviar un poco el calor de la guerra. Pero Dunkel todavía sentía la nieve cubrir su pelaje negro.

Su madre le rogó infinitas veces que no volviera a su forma humana, que era más ágil siendo un lobo y que quizá de esa forma podría correr más lejos que ella. Porque la loba tenía las piernas quemadas por la hazaña de escapar de aquel infierno que se había vuelto la manada. Los demás lobos negros no quisieron ayudarlos, por eso solo su madre se hizo con él y corrió hasta escapar.

Pero la mujer estaba completamente débil. El dolor la consumía cada vez un poco más. Ella sabía perfectamente que no iba a llegar lejos, que así ocurriese un milagro, no llegaría al próximo día. Y por eso, con lágrimas en los ojos y coraje en su noble alma le pidió a su cachorro correr. Que corra tan lejos como pudiese. Que no se detuviese a voltear a verla, que no vuelva a aquel lugar por nada del mundo. Entre la nieve de aquella noche ella le imploró una sola cosa.

“Vive”

El pequeño cachorro de pelaje negro corrió tan lejos como sus diminutas patitas le permitieron. No se detuvo a comer ni a beber, solo se limitó a avanzar. Kilómetros en los que ni una sola alma se atrevió a prestarle ayuda. Donde el lobo todavía sentía la tristeza de dejar a alguien atrás. Porque él presentía lo que iba a pasar y temía por el alma de su madre. Rogaba su vida para reencontrarse en el futuro. Pero muy dentro de su corazón sabía que era imposible. Que aquella mujer le había dado lo último de vida que tenía.

SHADOW [Flesh 3] (GAY)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora