9. El arroyo

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Cuando Luis despertó aquella mañana, el dolor en su pecho quemó de forma casi infernal. Como una herida que llegaba hasta su cuello y jalaba cada nervio. Incluso sus brazos se sentían adormecidos y un cosquilleo en la palma de su mano le indicó que había un peso de más en aquel punto. Una mano, cálida, que sujetaba la suya.

Un suspiro, justo a su lado, cerca a su oído, le permitió darse cuenta que no estaba solo. Volteó, con el dolor en el cuello y una fuerte presión en su cabeza al moverla un poco, en una inclinación que le ayudó a ver al sujeto a su lado. Abrió los ojos por la sorpresa, detuvo su respiración un segundo antes de jadear para quitar su mano del contacto contrario.

Encontró a Dunkel echado a su lado, con los ojos cerrados y disfrutando de un sueño reparador que Luis no creyó que merecía. Sin embargo lo dejó dormir. Luis se alejó en cuanto pudo y despacio, en un intento de no despertar al moreno a su lado. El dolor en sus articulaciones le hizo más difícil el trabajo, sintió una carga eléctrica ante cada movimiento de sus brazos y piernas y cuando sus dedos tocaron la fría madera del suelo, un dolor cruzó su espina dorsal hasta hacerle jadear.

Aquel pequeño sonido que emitió fue suficiente para despertar a Dunkel. El moreno se levantó de inmediato y sujetó el cuerpo de Luis obligándole a volver a la cama.

—Puedo hacerlo solo —La negativa de Luis fue clara, su orden implicaba más. Él no quería ser tocado por Dunkel. La traición que sentía seguía siendo grande.

Dunkel se separó de inmediato, comprendiendo de inmediato la situación. Inclinó la cabeza y solo se mantuvo quieto, a lado de aquella cama.

Luis sintió un poco más de frío, el intento de cubrirse con las mantas no aminoró el sentimiento. Por ello bufó, enojado consigo mismo porque quiso  que Dunkel vuelva a su lado para darle un poco más de calor como antes. Pero su familia de felinos siempre se caracterizó por su orgullo inquebrantable. Él no pensó ni un poco aceptar necesitar ayuda, no en aquel instante de desconfianza con el moreno. Luis abrazó sus piernas e intentó calentarse por su cuenta.

Klein solía usar aquellos dardos tranquilizantes para dormir algunos animales. Luis sufrió las consecuencias por un momento de valor que ahora lamentaba.

—Son efectos secundarios —advirtió Dunkel. Él ya conocía cada aspecto de aquellos tranquilizantes que Klein solía usar en ellos. No le sorprendía la actitud friolenta de Luis, pero le preocupaba—, con un buen desayuno y un largo baño se pasa.

El silencio de Luis fue suficiente respuesta.

Dunkel decidió que lo único que en aquel instante podía hacer era darle un buen desayuno. Volteó, con pesadez, con miedo que en cuanto salga de aquella habitación, Luis no volviese a dejarle entrar. Se obligó a sí mismo a salir, combatir aquel malestar con el estómago vacío era un infierno.

En cuanto salió y cerró la puerta, soltó un largo suspiro. Se sintió avergonzado por traicionar la confianza de alguien que tan solo le entregó comprensión y cobijo. Luis fue el único que cuidó de él en tantas circunstancias. Dunkel no encontró el valor para volver a disculparse, no se sintió merecedor de un perdón.

Alix se dio cuenta de aquella mirada y se acercó a él. Posó una mano en el hombro de Dunkel y con una sonrisa le indicó que él se sentía de la misma forma. Faltaba relativamente poco para que todo aquello termine.

Los dos estaban en el mismo hoyo.

—A los guepardos les gusta la carne —indicó Alix, una vez más con aquel tono divertido que lo caracterizaba—, si le das un buen conejo asado puede perdonarte. No pierdes nada intentándolo.

Dunkel supo al instante las intenciones de Alix. Por eso arrugó la nariz y lo dejó atrás.

No sabía cazar y Alix conocía aquel hecho. Las comidas que tuvo a lo largo de su vida siempre se le habían dado en un plato, justo frente a él. Nunca necesitó de cazar y si tan solo lo hubiese intentado entonces Klein hubiese disparado su bonita arma en todas las direcciones.

SHADOW [Flesh 3] (GAY)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora