Capítulo 1: SOLA

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Sola. Así estoy desde que él se fue a trabajar a Alemania. A día de hoy considero que Alberto y yo decidimos empezar nuestra nueva vida en el peor momento de todos. Nos salió un alquiler muy barato en plena crisis económica y nos lanzamos a la piscina pensando que ninguno de los dos nos veríamos afectados. Él es ingeniero aeronáutico y en aquel momento, yo llevaba temas de marketing en una conocida cadena de supermercados.

Nuestro nuevo hogar estaba (y está), en un lugar residencial, con piscina comunitaria, a las afueras de la estresante Barcelona y a 10 minutos en coche de la playa. Todo era perfecto, o lo parecía. Pusimos el piso monísimo, lo decoramos con tonos grises y blancos y rompimos el minimalismo de la  estancia con sofás de cuero marrón clarito y muebles de madera de haya del mismo tono. 

Para mí, ese espacio era un sueño cumplido. Alberto y yo llevábamos 5 años de relación. Ese sueño pronto se desvaneció. No habíamos vivido ni un mes allí y yo me quedé sin trabajo. Las ventas habían bajado y yo había sido la última en entrar y, por tanto, la primera en salir. Se me cayó el mundo encima, pero me tenía que recuperar. Había salido de situaciones más complicadas que esa. 

Alberto no paraba de decirme que algo saldría porque soy joven y según él, tengo un carácter y disposición buena para encajar en cualquier equipo, pero parece que no acabé de encajar en el suyo. En el de vivir juntos, ese equipo llamado familia. Por cierto, me llamo Nerea y tengo 27 años.

Al mes siguiente de mi despido, Alberto perdía su trabajo. Después de muchas entrevistas fallidas, empecé a opositar para conseguir una plaza pública, la cual es mi sustento a día de hoy. 

Los 6 meses que pasamos hasta que volví a trabajar, los catalogué como los peores de mi vida. Estábamos los dos en paro, en casa, todo el día aburridos y cansados de vernos las caras. Recalcar que en temas sexuales estábamos los dos apagados. No encontrábamos satisfacción en nada.

Por suerte, nuestra economía mejoró y volvimos a hacer cosas como apuntarnos al gimnasio. Además, pudimos devolver algún que otro préstamo que nos habían dejado nuestros familiares y eso nos alivió mucho, incluso nos cambió el humor para bien. Estábamos libres de deudas.

Parecía que las energías habían cambiado en nuestra vida, que se habían renovado. Yo ya llevaba dos meses trabajando el departamento de comunicación del pueblo y entonces la suerte nos sonrió de nuevo. Alberto encontró un trabajo de ingeniero aeronáutico que parecía estar muy bien. Era una empresa que trabajaba para Vueling y el sueldo no estaba nada mal. Ambos sabíamos que tendría que viajar a la central de Alemania varias veces, pero no era un obstáculo después de todo lo que habíamos pasado hasta ese momento. 

Alberto encajó muy bien en el trabajo, enseguida empezó a aprender Alemán y le dedicaba más de 40 horas semanales. Se esforzaba mucho y a mí me daba miedo que acabara cansándose de aquel ritmo de vida. Además, el fin de semana me proponía planes aunque él quería quedarse en casa porque sabía que yo quería salir. 

Entre semana, al retomar el gimnasio, volvimos a jugar a pádel y aunque yo insistía en buscar otro compañero para que él fuera más tranquilo y aliviado,  aún insistía más en jugar para pasar ratos juntos. Temía que Alberto no aguantara esa nueva rutina y cayera enfermo. Ya le pasó tiempo atrás. El estrés lo paralizó y estuvo mucho tiempo para recuperarse.

Tras medio año trabajando, pasó el periodo de prueba y lo que eran unos 3 días al mes en la sede de la empresa en Alemania, pasaron a ser 15. Al principio se negó. No quería estar fuera de casa tanto tiempo, pero cuando vio el dinero que le iban a ingresar cada mes, no lo dudó. De hecho, no lo dudamos, porque ambos tomamos la decisión. Con lo que iba a ganar podríamos vivir muy bien y cuando acabara toda la crisis, ya nos plantearíamos qué hacer. 

Espera. No te vayas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora