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Hay dos semanas hasta Navidad. Lo cual sólo puede significar una
cosa. Los incesantes empujones en mi pierna es Carolina, la ama de llaves.
Cada habitación de la casa debe estar prístina, para mantener las
apariencias. Todas las mejores decoraciones para hacerlo sentir como un
verdadero ambiente familiar. Se siente más como un centro comercial para
mí.

—Sólo salta mi habitación. —Gimo mientras me escondo debajo de
las sábanas—. La limpiaré yo misma.

Aun así el golpeteo continua. Y esta vez, la mano se desliza bajo la
manta y se envuelve alrededor de mi tobillo.

Cálida y fuerte, y… masculina.

Un grito se desliza por mi garganta cuando me enderezo y tiro de las
sábanas. Antes de que pueda quitármelas, hay un destello de movimiento
y esa misma mano está sobre mi boca.

—Shhh… —susurra una voz familiar —. Soy yo.

Parpadeo ante Harry, y de repente estoy consciente de tres cosas.
Su cuerpo presionado contra el mío. El hecho de que mi top sin
mangas es prácticamente transparente y que no estoy usando sujetador.

Y que Harry Styles está en mi dormitorio.

Aparto sus dedos de mi boca una vez que mi respiración se ha
calmado y espero que no sienta el sonido de un cañón saliendo de mi
pecho.

Huele tan bien. Es tan cálido. Y nunca hemos estado tan cerca uno
del otro. Pero él no se está alejando. Ni lo estoy haciendo yo.
Me está mirando, y todo por lo que vino aquí parece haber sido
olvidado por mucho tiempo cuando algo más se mueve entre nosotros.

Sus
ojos recorren mi rostro y descienden a mis labios, y un escalofrío recorre
mi columna vertebral.

Ha pasado tanto tiempo desde que incluso mirara en mi dirección.

No tiene sentido que él esté aquí. No sé cómo lo consiguió.

—¿Harry? —Su nombre sale entrecortado, y él no lo pierde.

—Pepper.

Su voz es áspera, y su aliento huele a menta mientras se desliza
sobre mis labios.

Él lleva su mano a mi cara, arrastrando sus dedos sobre mi mejilla.

Cierro los ojos y espero. Esperanzada.

Pero él no me besa. Está justo allí,
y es lo que siempre he querido de él, pero no está dándomelo.

Me pone irracionalmente enfadada. Y temporalmente loca. Porque no
puedo pensar con claridad cuando él está tan cerca. Cuando puedo oler su
colonia y sentir el calor de su cuerpo contra el mío. Y cuando me muevo
debajo de él, siento algo más también.

Presionado en el hueso de mi cadera.
Harry cierra sus propios ojos y se estremece, y ahí es cuando ataco.

Mis manos se enredan en su corto cabello y mis labios chocan contra los
suyos.

No es como en las películas. Porque no tengo idea de lo que estoy
haciendo. Sólo quiero hacerlo. Lo quiero tanto que no puedo siquiera
preocuparme de avergonzarme a mí misma o por su inminente rechazo.
Pero él no me rechaza. Al menos no en un primer momento.

Me devuelve el beso. Sus manos se enredan en mi cabello. Y mi
cuerpo se vuelve loco, como si estuviera siendo electrocutada.

No quiero que termine nunca.

Pero lo hace.

Harry se aleja y se levanta de golpe de la cama, poniendo algo de
distancia entre nosotros. Estoy respirando con dificultad, mi pelo es un
desastre y no tengo nada de maquillaje.

Pero aun así, él no quita sus ojos de mí. Y cuando se mueven más
abajo, hacia mi pecho, están oscuros y calientes.

Yo miro hacia abajo también, dándome cuenta de que mis pezones
están duros y que no llevo ningún pantalón de pijama. Sólo un par de
bragas, que ni siquiera son las mejores que tengo.

La vergüenza arde en mis mejillas cuando Harry se da la vuelta.

—Probablemente deberías… eh…

—Claro. —Le corto cuando salto de puntillas y me pongo un
albornoz.

Y ahí es cuando lo noto.

Mi habitación.

El centro está lleno de cajas de decoraciones. Y un árbol de Navidad
en miniatura. Uno real. Que se parece al de Charlie Brown.

—¿Qué es esto? —pregunto.
Harry se da la vuelta y me da una sonrisa tímida.

—Siempre te quejas de la decoración de aquí —dice—. Así que pensé
que este año, podríamos decorarlo juntos.

Me toma un minuto para mirar por encima de los adornos que trajo.

No están comprados en una tienda. Son de su casa. De su familia. Son
reales. Con años de desgaste, amor y recuerdos felices.

Mis ojos están vidriosos, y le doy un asentimiento, porque es todo lo
que puedo gestionar.
Harry se ve un poco incómodo, pero satisfecho con mi respuesta.

Entonces me toma de la mano y me lleva al árbol.

Lo decoramos juntos, en silencio.

Hasta que yo logro recomponerme
al menos un poco.

La Navidad en mi casa siempre ha sido nada más que un
espectáculo. Para los amigos de mi padre de dinero viejo. Los ricos y
poderosos. Las mismas personas en las que él no podría confiar si les diera
la espalda por un mero segundo.

Esa es la vida de un político.

Y es una de las razones por las que me gusta pasar tanto tiempo en
la casa de los Styles. Ellos no son como esas personas. No son falsos. O
deshonestos. Y no están haciendo un espectáculo.

Puede que no tengan la mejor casa, ni la mejor ropa, ni coches. Pero
se tienen los unos a los otros. Y el amor que tienen es real y honesto.

Una
verdadera familia.

Del tipo que nunca he tenido realmente.

Harry lo sabe. Pero de alguna manera, pensé que lo había olvidado
en los últimos dos años. Porque él se mantuvo a distancia. Ha actuado
como si hubiera superado nuestra amistad, aunque yo nunca pude
entender el por qué.

Y no me he permitido admitir ante mí misma cuánto lo extrañé. Hasta
que él está sentado aquí a mi lado ahora, haciendo algo como esto. Como
en los viejos tiempo.

—¿Por qué te gusta tanto la Navidad? —le pregunto.

—No sé. —Se encoge de hombros—. Simplemente lo hace. Todo el
mundo está feliz. Bueno, casi todos.

Me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

—Me siento feliz. —Miento—. Sin embargo, aquí es aburrido. Ojalá
mis padres me dejaran ir a tu casa por Navidad. No es como si siquiera
notaran incluso que me hubiera ido.

—Pero tienes que impresionar a las masas. —Bromea Harry—.
Quieren mostrarte a ti.

—No hay nada que mostrar.

Mi voz ha bajado una octava, y esa tristeza vuelve a entrar. No
puedo evitarlo.

Harry se acerca y toma mi barbilla en su mano. Su toque es gentil,
pero sus palabras son firmes.

—No hables así de ti misma, Pepper.

—Es la verdad —digo.

—Simplemente tú no lo ves.

Él niega con la cabeza, y se ve disgustado. Pero no puedo decir si es
conmigo, o algo más.

—¿Ver qué?

Cuando sus ojos se encuentran con los míos otra vez, están abiertos.

Y por una fracción de segundo, no hay nada más entre nosotros. Sin
mentiras. Sin pretensiones. Sólo honestidad.

—No ves… —dice en voz baja—. Qué tú eres todo.

NAVIDAD EN FAMILIA H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora