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El amor puro que nace de dos corazones jóvenes e inexpertos suele ser el más brillante y especial de todos. Es inolvidable e imita a la perfección la armonía y el bienestar, pero suele ser un espejismo barato, que brilla tanto que enceguece, se vuelve tan peligroso e impredecible que no siempre deja resultados agradables. Sin embargo, el príncipe Seonghwa y la criatura a la que él llamaba Yeosang, estaban lejos de comprender ese concepto, porque a pesar de estar ciegos y desbordados de pasión, eran capaz de verse.

Era un secreto a voces, su amor se convirtió en la envidia de las estrellas y las almas curiosas del bosque, todos querían amar así algún día. Era el espectáculo de cada noche, floreciendo entre caricias y besos que fundían el frío de la noche, resguardando su propia luz para alumbrarse cuando estaban a oscuras.

— ¿Qué piensa, príncipe? — preguntaba Yeosang descansando su rostro sobre la abertura de la camisa de su amante.

— En el día que puedas salir de aquí, ¿adónde te gustaría ir? — Seonghwa descansaba boca arriba al costado de la orilla con una mano detrás de la cabeza y la otra enredada en los húmedos y largos cabellos morados de la criatura.

— ¿Qué hay más allá de los árboles? — alzó la mirada curioso acompañando la intención con la cabeza

— Hay castillos enormes y jardines neón que brillan todo el tiempo. Hay corceles blancos con melenas doradas y grillos que acompañan el vals...

— Quisiera ver todo eso... — cerró los ojos, y salió casi por completo del agua para subir sobre su amante, haciendo que su mano entera permanezca sumergida como si lo sujetaran cadenas.

— Haré que veas todo... — se sorprendió por el movimiento repentino. Yeosang cada noche salía un poco más del lago, volviéndose más intrépido y poco temeroso. Cada noche era más intenso el deseo de ser terrestre, cada noche dolía más tener que despedirse y esperar a la siguiente. — Pero promete a este tonto enamorado que nunca saldrás, que me esperarás sin hacer locuras.

— Si un día tardas más de lo normal, iré por ti... — se miraron con nostalgia.

— No tendrás que hacerlo jamás porque siempre vendré, aunque traiga el sol sobre mis hombros y mis prendas rasgadas, aunque vuele en la fiebre de mi cuerpo por una peste. Siempre vendré a ti...

Al terminar sus palabras juntaron sus labios, el calor y el frío se equilibraron. De nuevo reinó la paz, y se convirtieron en la bella pintura que a todos les gustaba ver desde las sombras. 

Siluetas lunares [SeongSang][COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora