Capítulo Veintitrés

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Amber escuchó un grito que le heló la sangre.

Era un grito desgarrador, lleno de coraje, dolor y desesperación. La invadieron los nervios de solo escucharlo, nunca había escuchado un grito parecido, de hecho, todas las expresiones de dolor que había escuchado a lo largo de su vida parecían simples lloriqueos comparados con ese.

El grito que se había escuchado tan cerca de ella que no sabía si quería seguir avanzando por el pasillo, sus pies parecían haberse clavado al suelo.

¿Quién podría estar experimentando tanto dolor para soltar un grito así? ¿Qué podría haber causado tanto sufrimiento?

Se inclinó un poco, como si eso pudiera hacer que reconociera de dónde había venido el grito, como si pudiera mirar a través de todas las puertas del pasillo. Alcanzó a ver a Gabriel al final del pasillo, y dio pasos rápidos para llegar a la habitación de Lizet; no sabía si ella le agradaba o no, pero sabía que la primera impresión que le había dado no era muy buena.

Tocó la puerta dos veces y no obtuvo respuesta.

—¿Lizet? —llamó, alzando un poco la voz—. Lizet, ¿estás ahí? Tengo que hablar contigo...

Escuchó otro ruido de dolor, no había sido como el grito de antes, éste era mucho más débil, pero se sentía con el mismo pesar. Se sentía como si alguien acabara de perder a lo único que tenía en la vida.

Pero esa no era la voz de Lizet, ¿se había equivocado de cuarto?

No. Estaba segura de que ese era el de ella. La acompañó hasta ahí una vez, después de que la chica la había ayudado a entrenar.

Entonces, ¿había llegado en el momento equivocado?, ¿Lizet estaba con alguien?, ¿debía de regresar más tarde?

Pero si no debía de estar ahí ¿Lizet no habría salido a decirle que se fuera, que hablaban después?

Puso la mano sobre el picaporte y lo giró lentamente, casi con miedo, como si sintiera que del otro lado encontraría algo terrible: la causa del alarido que había escuchado.

—¿Lizet? —volvió a llamarla en voz baja mientras abría la puerta.

No encontró a Lizet, pero sí a su hermano.

Jaden estaba tirado de rodillas en el suelo, pálido como un fantasma. Tenía el cabello alborotado, como si hubiese pasado sus manos entre él varias veces con la intención de arrancarlo; tenía los ojos entrecerrados, pero notaba cómo sus pestañas y mejillas estaban mojadas de lágrimas; sus manos fijas en el suelo, cerradas en un puño y los nudillos estaban casi blancos, no dudaba que las uñas ya estuvieran enterradas en sus palmas. Su pecho subía y bajaba entrecortadamente, parecía que se estaba ahogando.

Amber se dio cuenta de que el chico estaba balbuceando, pero no alcanzaba a distinguir las palabras que salían de su boca.

—¿Jaden? —No estaba segura de qué tenía que hacer. ¿Se disculpaba por haber entrado así y se iba?, ¿retrocedía los pocos pasos que había dado y cerraba la puerta? La pregunta «¿estás bien?» apareció en su cabeza como una opción clara, pero la respuesta era obvia, y no creía que Jaden quisiera que se lo preguntaran.

—No importa qué haga... no voy a poder evitarlo —dijo en voz baja, casi sin separar los labios.

«Jaden, no te entiendo» quiso decir, pero sabía que realmente no le estaba hablando a ella.

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