Capítulo Catorce

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Antes que nada, me disculpo por haber dejado la historia así, cuando apenas iba empezando y apenas comenzaban a leerla. Si después de tanto tiempo siguen aquí, muchas gracias. No me encontraba bien, pero creo que ya he salido de los problemas y me esforzaré por regresar y terminar.


Aunque la teletransportación no era uno de sus dones fuertes, Sarah puso todo su esfuerzo para lograr llegar al Edificio Principal desde El Refugio.

Cayó de rodillas en la mitad de la calle, raspándose las manos y rodillas, sin poder respirar, tosiendo a cada intento y teniendo repentinas arcadas. El mareo y la visión nublada provocados por la caída le impidieron reconocer rápidamente dónde estaba.
La gente que pasaba al rededor de ella fingía no verla, algunos miraban hacia abajo y luego seguían su camino y los pocos que tenían la atención y el interés fuera de sus pensamientos aceleraron el paso al ver que Sarah apareció de la nada, temiendo que pudiera hacerles algo.

Después de incorporarse empezó a mirar todo a su alrededor, notó que estaba a varias calles del Edificio. Muy pocas veces había usado el don de la teletransportación, pero sabía muy bien que solo tenía aquellos efectos cuando la distancia recorrida entre un lugar y otro era bastante larga. Y el lugar en el que se encontraba El Refugio no quedaba tan lejos del Edificio Principal.

O al menos eso pensaba.

Comenzó a caminar rápidamente, en cuanto más rápido llegara a contar todo lo que había descubierto, sería mejor. Aún no lograba darle crédito a lo que había visto. Tanta gente, escondiéndose durante tanto tiempo, ¿cómo era posible que nadie lo hubiera notado?
Algo que tampoco entendía era cómo Alexia seguía viva. El Goberndor sabía perfectamente que algo no estaba bien con ella, incluso antes de que la llamaran.

Cuando llegó a la entrada del Edificio Principal, no necesitaba que alguien le dijera que algo malo había pasado. Antes de entrar vio perfectamente el caos dentro a través de la puerta de cristal: Agentes reunidos en el lado derecho, gente subiendo y bajando las escaleras con documentos en las manos, algunos chocando y tirando al suelo los papeles, otros sin saber qué hacer miraban atónitos al Gobernador, quien tenia la camisa manchada de rojo en el pecho y parte de la manga de la mano izquierda con la cual sostenía un arma. Mantenía el semblante tranquilo y  a la vez imponente de siempre. Pero sus ojos lo delataban, desbordaban una mezcla entre ira y desesperación.

—¿Qué es lo que ha pasado? ¿Por qué es todo este caos?

—Como bien has de saber—respondió serenamente y levantando el arma por un momento—, hay traidores en cualquier lado. Pero a algunos debo de mantenerlos vivos, y a otros no.



La luz blanca del cuarto de hospital cegó a Alexia en cuanto abrió los ojos, instintivamente intentó cubrir su vista con una mano, pero le fue imposible siquiera levantarla. Una descarga de dolor le recorrió desde el hombro hasta la muñeca en cuanto intentó mover el brazo.

Después de haber despertado completamente, comenzó a tener recuerdos fugaces de lo que había pasado antes de lograr llegar al Refugio, los cuales le provocaron un dolor en el pecho. Lo poco que podía recordar le preocupada, y su conciencia le mortificaba por haber dejado a la mujer que la ayudó sin conocerla. Se culpaba a sí misma por no haber intentado ayudarla y ni  siquiera recordaba cuál era su nombre, o cómo lucía su rostro, incluso el sonido de su voz retumbaba en su mente con eco, y sin ser muy claro. Alexia tenía una extraña sensación en los hombros que durante mucho tiempo no la había visitado: el peso de la culpa.

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