Siete | Final

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7 de enero de 1948

Debía ser de madrugada. El frío de la noche se lo advertía de cierto modo, aunque sus ojos se mantenían cerrados y no era capaz de comprobar qué tan oscuro estaba el cielo. Johnny no podía dormir. A duras penas había podido conciliar el sueño por un par de horas; y en el resto, solo hubo conseguido dar vueltas sobre la cama sin parar.

Johnny controlaba la urgencia de voltearse una vez más. No quería despertar a Jaehyun, porque estaba consciente que éste no volvería a dormir si lo hacía. Cerró los ojos con fuerza, sus párpados arrugados. Repitiéndose una y otra vez el mantra de que todo estaría bien, que ya estaba en casa, intentó volver a dormirse.

Era inútil. Nada servía realmente. Una hora después, sentado en la hamaca del balcón, bebió un sorbo de su taza de café. El sereno golpeaba contra su rostro, alborotándole el cabello. Era refrescante y le ayuaba a apartarse un poco de los recuerdos, aquellos que deseaba borrar pero sabía muy claro que era casi imposible desarraigarse de ellos.

Las explosiones, las heridas, la sangre, los cuerpos sin vida en medio de la batalla, los soldados en recuperación en la enfermería, sus compañeros, el supuesto enemigo al que fue obligado a disparar a sangre fría, sin remordimientos. De pronto, las náuseas se hicieron presentes y los restos del sabor a café en su lengua supieron a sal. El estómago parecía haberse hecho trizas. Quería vomitar.

Apartó la taza. De solo pensar en beber otro sorbo, le pareció repugnante. Quizá debería empezar a intentar con otra bebida. El aroma del café ya no era sinónimo de su hogar, de Jaehyun, de las mañanas de domingo que se despertaba tarde y caminaba hasta la cocina para encontrar su taza de café recién hecha y a su marido sentado sobre la repisa leyendo uno de sus libros. El café ahora le recordaba al campo de batalla, al sabor agrio de la pérdida, al dolor en sus costillas cuando estuvo herido y a la angustia ante la posibilidad de no regresar a casa. Le recordaba al momento que sintió terror de no ver a Jaehyun una vez más, de no poder sentirlo abrazándole en las noches de insomnio y ser incapaz de volver a acariciar su rostro derramando besos sobre sus pecas.

—John... —la voz vino desde la puerta. Jaehyun aún cargaba con los rastros del sueño. Sus ojos estaban casi cerrados y él los estrujaba con sus dedos para intentar ver a Johnny con un poco de más claridad aún en la oscuridad.

Johnny le hizo un ademán para que éste se acercara y su marido no dudó ni un segundo en hacerlo, Cuando lo tuvo enfrente, lo envolvió entre sus brazos, ambos tumbándose sobre la hamaca. Jaehyun soltó una risilla.

El silencio era agradable. El silencio siempre era agradable con Jaehyun porque no era solo silencio. Habían caricias que murmuraban sobre su oído y los pequeños círculos que acostumbraba dibujar con la yema de sus dedos sobre su pecho susurraban los versos de los poemas favoritos de Jaehyun.

—Me asusté —dijo un par de minutos después. Johnny lo abrazó aún más fuerte desde su cintura. No tenía que abundar y tampoco lo hizo. Ya sabía a lo que se refería. Hace casi una semana atrás, Jaehyun le hubo confesado su miedo irracional a que todo fuera una mentira y Johnny no estuviese allí realmente. Tenía pavor a despertar en la mañana y descubrir que todo había sido un sueño—. ¿Estás bien?

El repentino cambio de tema liberó un sabor agridulce en su palabdar. Johnny sabía porqué le preguntaba, pero aún no estaba listo para hablar. Algún día lo haría, pero hoy no. Así que mintió y asintió con su cabeza.

Jaehyun sabía que mentía, pero no presionó más. Él estaba consciente, aun sin saber los detalles, que Johnny no estaba del todo bien. Lo notaba en sus movimientos titubeantes alrededor de la casa, en el temblor de sus manos cuando tenía que agarrar algo con firmeza y en cómo ya no llenaba el silencio a cada rato con pláticas sin sentido o con el tarareo de cualquien canción. Ahora pasaba mucho más tiempo en su mente, encerrado dentro de su cabeza.

Había cambiado y no sabía si aquello podría ser devastador en un futuro. Pero se negaba dejarlo ir, porque aquel era Johnny. Sin importar lo que hubiera pasado, era su Johnny y aún tenían todo el tiempo del mundo para sanar. Solo bastaba con los momentos así, tumbados sobre la hamaca, donde ambos se refugiran el uno en el otro.

vacío | johnjaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora