CAPÍTULO XI – LA REDENCIÓN DE DIEGO
Tras los sucesos ocurridos en el puerto, Diego tomó a Perla y se la llevó en motocicleta, escapando de la Guardia Civil que iba tras ellos. La situación era grave, ya que varios patrulleros iban persiguiéndolos, lo que hacía que Diego emplee lo máximo en velocidad para huir. Perla por su parte, se aferraba a él y cerraba los ojos ya que, como era sabido, no le gustaba la velocidad sobre una motocicleta.
Diego encaró por un callejón estrecho, dejando atrás tres patrulleros. Tomó una avenida y consiguió aire para poder bajar la velocidad.
- Escucha, primero vamos a un lugar seguro. A esta altura, ya nos tienen identificados y sobre la motocicleta no podemos seguir escapando. – avisó Diego.
- ¿Qué sugieres tú? – preguntó Perla.
- Solo acompáñame. – dijo Diego y dobló una calle.
Finalmente, Diego fue hacia su casa, llevando consigo a Perla. Ingresaron al Garage y dejaron la motocicleta escondida bajo unas sábanas.
- Ven acompáñame. – invitó Diego llevando a Perla al ascensor.
Perla se sentía un poco intimidada, viendo el torso desnudo de Diego. Mientras subían Perla inició la charla.
- ¿Hacia dónde vamos?
- Vamos a mi casa. Allí buscaré algo de ropa y las llaves de mi auto para poder circular sin que nos noten.
Perla comenzaba a sentirse en confianza con Diego
- Gracias por salvarme en el puerto.
- No fue nada. No podía dejarte sola en el medio de toda esa manada, tan pequeña como eres.
- Aunque no lo creas, he pegado mis buenos puños.
- Se te ve. Quedaste muy sucia. Ensuciaste mucho tu ropa. Y te han lastimado mucho. – dijo Diego sin evitar pasar su mano por la cabellera de Perla.
- ¿Te duele? – preguntó Perla acariciando a Diego en la zona donde recibió el puñetazo.
- Dolió al principio. Pero ahora que tú me tocas, no siento dolor. Solo calor.
Perla trató de poner las cosas en claro.
- No creas que esto vaya a cambiar algo entre nosotros ¿eh?
- No, para nada. Sigues siendo la amiga de mi prima, nada más. – dijo Diego – Mira, ya hemos llegado.
Diego llevó a Perla hasta la puerta de su departamento y antes de entrar le dio directivas:
- Voy a ingresar para no alarmar a nadie ¿vale? Tú quédate aquí y no hagas ruidos. Voy a entrar.
- Ten éxito – deseó Perla hablándole en voz baja.
Diego abrió la puerta de manera casi imperceptible. Ingresó de manera sigilosa a la casa y fue en busca de las llaves de su auto. Como estaban muy lejos, descubrió las llaves del convertible de su madre sobre la mesa. Se acercó casi en puntas de pie hacia ellas y cuando las tomó, la luz se encendió y Diego vio que Gin lo esperaba con cara de reprobación.
- Jeje, hola mami – dijo Diego completamente en aprietos.
- ¿Dónde estuviste? ¿Y qué vas a hacer con el convertible? – preguntó Gin reprobadora.
- Esteeee… ¡Aaahh sí! El convertible. Es queeee… - Diego no sabía que iba a inventar.
- Diego… ¿Qué coños quieres hacer con MI convertible?