CAPÍTULO XXIV – LA GRAN BATALLA
La recuperación de Diego seguía avanzando a buen ritmo, hasta que finalmente llegó al punto que tanto deseaba. El ver recuperada a su madre del avance de su leucemia, alentó su fuerza de voluntad y le hizo redoblar sus esfuerzos, en pos de poder acelerar su rehabilitación.
Ejercicios con paralelas, ayudado por un andador y de la mano de sus padres o de Valeria, Diego comenzaba a dar sus primeros pasos luego del accidente. La progresión iba a buen ritmo, hasta que llegó el día en que creía haber llegado a su punto justo: Sentía que ya podía movilizarse con ayuda de un bastón. De esa forma, conseguiría procurar un buen bastón de madera de palma barnizada, con el que comenzaría a largarse a caminar solo.
Los días pasaron y pronto conseguiría asentarse en el dominio del bastón, al punto tal que decidiría iniciar su primera salida en solitario, tras su accidente.
Esa tarde, Gin había salido con Katina de paseo, mientras que Hugo estaba en Martorell discutiendo de negocios por una partida de automóviles. Diego había quedado solo en la casa, practicando movilizarse en ese espacio reducido, hasta que finalmente decidió salir a la calle.
Buscó algo de dinero, sus llaves, se vistió de buena forma y salió a buscar el primer taxi que pase por el edificio. Subió y mencionó su destino para iniciar su viaje. Al llegar, bajó y comenzó a caminar. Tenía enfrente un desafío muy importante. Se detuvo frente a la entrada y quedó mirando desafiante su destino final: Había arribado a la casa Vidal-Alcázar.
Comenzó a caminar lenta pero decididamente por el camino de entrada, hasta llegar a unas escalinatas. Ayudado por su bastón, subió los diez peldaños que lo separaban del piso de entrada y luego avanzó los 5 metros de largo que medía aquel piso, para finalmente llegar al portón de roble oscuro que lo separaba de esa casa. Golpeó el llamador de bronce y una mucama lo atendió:
- Diga caballero, ¿que se le ofrece?
- Busco a la señora Vidal-Alcázar. ¿Se encuentra? – preguntó Diego con tono cansado.
- La llamo enseguida. Pase, tome asiento. Se ve que hizo un esfuerzo muy grande. – invitó la mucama.
- Muy amable señorita, pero prefiero esperar aquí afuera – se excusó Diego.
La joven fue en búsqueda de su patrona y le avisó de la llegada de Diego, aunque se había olvidado de preguntar quién la buscaba. Babi un tanto enojada con su empleada por no haber preguntado quien era, fue a verificar de qué se trataba. Al llegar, abrió la puerta y al ver quien había llegado, se asustó.
- ¡Tú! – exclamó Babi al ver a Diego parado en el porche como si fuese un fantasma.
- Buenas tardes – saludó Diego.
- Mira, Perla no está en este momento si vienes a verla a ella – dijo Babi sin salir de atrás de la puerta.
- No es a ella a quien vengo a ver, señora. Es a usted. ¿Tiene un minuto? – respondió Diego sin perder su tono calmo. Babi accedió a la entrevista y lo invitó a pasar.
- ¿Te ayudo? – preguntó Babi queriendo ayudar a Diego a trasladarse.
- No, gracias. Muy amable. – agradeció Diego. Aun así, Babi lo llevó hacia un mullido sillón y lo ayudó a sentarse.
Babi no entendía a que se debía esa extraña visita y menos aun, del joven que cortejaba a su hija. Pero lo que más le hacía tener miedo, era que se trataba del hijo del hombre que supo amarla en su juventud. Diego por su parte, sabía que no había ido a esa casa a una visita de cortesía. Había ido con la firme convicción de pelear por el amor de Perla y para imponer la voluntad de su amor hacia ella, por sobre lo que pensase la madre de la joven. Fue entonces que Babi decidió iniciar la charla.