Diario de J. S. Freud - Llamada de Cthulhu-Parte 4

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"Cuando vi la siniestra y rizada neblina blanca que surgía del cubo, comprendí que algo iba mal."


EL CUBO RESPLANDECIENTE

No puedo evitar que mis continuos escalofríos hagan temblar la pluma. Todavía me encuentro muy débil; mi cuerpo sana poco a poco, pero sospecho que mi mente jamás logrará recuperarse. Mis más oscuros temores imaginados se hacen ciertos ahora y a mi alrededor el mundo se desmorona. ¿Cuánto tardará la cordura que me queda en desaparecer a su vez?

Debo mantener la compostura, no por mí, sino por todos los que confían en mí, para descubrir a qué nos enfrentamos. Temo no poder estar a la altura, pero si alguien puede hacerlo, debo ser yo. No puedo exponer a mis compañeros a un horror semejante. Ellos ya han pagado demasiado. Yo debo cargar con ese peso.

Todavía escucho en mis peores pesadillas ese silbido obsesivo y musical: ¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!


Sábado 19 de mayo de 1923

Los dos meses siguientes al último caso me había propuesto aprender francés, ya que dos de los libros que más ansiaba leer se encontraban en ese idioma, hasta ahora indescifrable para mí. Desafortunadamente, la lengua gala no era dominada por ninguno de los miembros de mi grupo, por lo que tuve que apuntarme a una academia para aprender con rapidez. Mis progresos no fueron tan rápidos como quisiera y no tuve tiempo ni de ojear aquellos libros que sí estaban en mi lengua materna.

De hecho, me encontraba repasando mis apuntes cuando Corleone vino a verme y me avisó de que había un hombre en la puerta preguntando por el equipo de Freud. Entre curioso y halagado, hice pasar al hombre que se presentó como Joyce Rockfort.

Recomendado por nuestro abogado Michael Moore, el señor Rockfort había venido a nosotros para encargarnos un trabajo, corriéndose la voz ya de nuestra fama a la hora de investigar casos paranormales que escapan a la ciencia.

El señor Rockfort nos habló de una casa que poseía a las afueras de Kinsport, cerca de la costa, en la que se escuchaban ruidos extraños provenientes del sótano. Sin embargo, cada vez que bajaba allí, los ruidos desaparecían y se veía obligado a desistir de buscar su origen. Le hice varias preguntas acerca de la casa, pero no supo decirme mucho. Nuestro cliente había dejado de vivir allí hacía cinco años, y la casa había sido una herencia familiar.

Tras consultarlo con el resto de los miembros del grupo, aceptamos el caso y Rockfort nos dio las indicaciones para llegar a la casa además de su propia llave. Cuando propusieron avisar al estudiante, no me atreví a oponerme. Doc podría resultar útil, pero ya dije lo que pienso acerca de que alguien tan joven y lleno de vida tenga que enfrentarse a lo que nosotros nos enfrentamos. Él cree que lo desprecio, quizá piense que lo odio. Supongo que es mejor así si se aleja de nosotros. Aquí solo hay locura y desesperación.

Para aprovechar el tiempo decidimos dividirnos; Jefferson y yo fuimos a las bibliotecas de Arkham y la Universidad Miskatonic respectivamente para buscar información sobre la casa y el apellido Rockfort, mientras que el resto viajaron a Kingsport para preguntar en la policía, registro civil, etc.

Los resultados fueron lamentables. No obtuvimos ninguna información de validez ni en Arkham ni en Kingsport. La casa y su dueño eran un completo misterio. Quizá la escasez de información era incluso alarmante.

Entrada la tarde, nos reunimos el grupo entero a las afueras de la casa. Un primer vistazo a los alrededores no reveló nada extremadamente relevante. La casa se hallaba encima de un acantilado. Abajo, las olas chocaban con furia contra las rocas, cubriéndolas de burbujeante espuma de mar. La casa parecía bastante humilde, poco que ver con la barroca mansión Corbitt (la cual consideraba un precedente a este caso).

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