Diario de J. S. Freud - Llamada de Cthulhu-Parte 7

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"Entramos en el túmulo con armas y linternas en ristre, apuntando a toda sombra que pudiera parecer sospechosa."


CERRADLE LA PUERTA AL VIENTO

Durante los dos meses siguientes me dediqué a estudiar algunos de mis libros en francés, llegando a leer al completo Cultes des Goules y empezando en la lectura del Diccionario Infernal. Al adentrarme en los misterios profanos de esas páginas prohibidas comprendí muchas cosas, quizá demasiado. Fue reflexionando cuando llegué a la conclusión de que había leído más de lo que debería, pues había conocimientos que no habían sido plasmados en papel para ser descifrados por el común de los mortales.

El conocimiento es poder, y me siento mucho más preparado ahora que sé sobre todo a lo que nos hemos enfrentado desde que empezó esta locura... y sobre lo que podríamos llegar a enfrentarnos.

Después de todo, hemos sobrevivido a incontables peligros, hemos mandado de vuelta al abismo a horribles criaturas y hemos ahondado en conocimientos que siempre debieron permanecer ocultos.

Sin embargo, habrá un día en que no salgamos victoriosos. Habrá algún día en que fracasemos, pues esa es la naturaleza humana.

En ese caso, pobres de los que moren sobre la tierra.

Pobres de aquellos que estén aquí cuando, al morir nosotros, no quede nadie para cerrar la puerta al viento.


Viernes 23 de noviembre de 1923

Me encontraba en la biblioteca de la casa junto con Harvey, sumidos ambos en nuestras sendas lecturas, cuando Doc y Tachenko me pidieron que bajara al piso inferior.

Al parecer, había llegado una carta a nombre del joven estudiante, procedente de uno de sus profesores de la universidad.

El autor de la carta era Samuel Gobson, doctor en antropología, y en ella informaba a Doc de algunos extraños sucesos acontecidos en unas excavaciones que había llevado a cabo cerca de Búfalo, en Nueva York. Buscando antiguos restos de pueblos indios habían descubierto una tumba de piedra excavada en roca viva, con grabados de inscripciones indescifrables y criaturas extrañas que no pertenecían a ningún pueblo indio. La excavación había sido suspendida, y el doctor había decidido pedir nuestra asesoría, dada nuestra reputación resolviendo casos paranormales. Como erudito de renombre, el doctor Gobson contaba con cierta fama en los círculos intelectuales de la ciudad, por lo que no dudé en que debíamos aceptar el caso. Mandé a Doc que telefoneara al Profesor Gobson rápidamente para comunicarle que aceptábamos el caso.

Se hallaba al teléfono cuando de pronto su cara perdió el color y soltó el aparato, del que salía un ruido infernal. Colgué ese cachorro y me giré hacia nuestro compañero, que estaba completamente paralizado, lívido e inmóvil. Cuando logró volver en sí, nos dijo que algo había pasado con el profesor. Sabíamos su dirección y se me ocurrió que deberíamos ir a su casa para ver qué era lo que había pasado que tanto había escuchado a Doc. El joven seguía murmurando entre dientes algo sobre el viento, el endemoniado viento.

No llegamos a salir aquella noche, pues la terrible tormenta que se había desencadenado fue tal que incluso cortó la línea de teléfonos. Con tales ráfagas de vientos huracanados, abandonar la casa habría sido un suicidio.

Esperamos, ¿acaso podíamos hacer alguna otra cosa? Me sentía impotente. El destino no parecía querer nuestro encuentro con Samuel Gobson. El destino... ¿o quizá algo más?


Sábado 24 de noviembre de 1923

Nada más despertar encendí la radio, esperando el parte de la prensa. No me sorprendió demasiado la noticia de las catastróficas consecuencias que había tenido la tormenta de la noche pasada.

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