17. Invisible String

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Raoul se despertó con una sensación de calma que invadía todo su cuerpo. Se sentía relajado, volviendo poco a poco a la realidad mientras se deleitaba en el calor de debajo de las sábanas. Inspiró profundamente y exhaló todo el aire en un suspiro.

Movió una pierna y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba desnudo y no estaba en su cama. Recordó la noche anterior y una sensación de felicidad se apoderó de él. Se giró y vio su figura en la cama, boca arriba, con una mano en el pecho y una pierna fuera de las sábanas. Alfred.

Le observó durante un rato, sin poder evitar la sonrisa tonta que se le empezaba a formar. La noche anterior había sido mágica. Habían ido a cenar fuera, a un restaurante japonés. Todavía podía sentir la euforia que le había dado poder ir cogidos de la mano por la calle, sin esconderse de nadie. Claro que habían tenido que saludar a unas cuantas fans, pero no le importó. Con Agoney siempre era todo a escondidas, los dos demasiado obsesionados sobre lo que decían de ellos, demasiado preocupados por si solo les querían como pareja y no como artistas individuales. Pero aquí, en este mundo, Raoul y Alfred eran libres. Por primera vez había experimentado lo que era eso, y ya no quería volver a esconderse.

Habían entrado por la puerta del piso entre risas, que se acabaron convirtiendo en besos, lentos al principio pero cargados de pasión minutos más tarde. Y los dos sabían que no lo podían retrasar más. No querían. Llevaban toda la semana evitándolo, intentando ir poco a poco, pero lo que había entre ellos crecía cada vez más. Y total, ¿qué sentido tenía privarse de algo que tendrían tan poco tiempo para disfrutar? Querían estar seguros de no arrepentirse después. Pero ahí estaba ahora, mirándole dormir con el corazón acelerado, sin arrepentirse un ápice de lo que habían hecho hacía tan solo unas horas.

Finalmente se acercó a él, acariciando su hombro suavemente con los dedos mientras le daba un ligero beso en la mejilla.

Alfred se movió un poco, murmurando algo que el otro no pudo llegar a entender pero que le hizo enternecerse igualmente.

—Buenos días. —dijo Raoul, con una pequeña sonrisa.

—¿Raoul? —murmuró Alfred, abriendo los ojos.

—Hola.

—¿Eres tú? —dijo incorporándose de golpe.

El rubio lo miró extrañado.

—¿A cuántos...—pero entonces cayó en la cuenta. —Sigo siendo yo.

—Vale. —dijo Alfred, tumbándose de nuevo y más calmado. —Por un momento he pensado...

—Alfred.

—Es que la última vez que me desperté desnudo contigo fue el día que os cambiasteis.

Lo dijo con un poco de miedo en la voz, y Raoul intentó no darle mucha importancia.

—Es verdad, nos conocimos desnudos. Y no supe apreciar tu culo en ese momento.

—Raoul. —rio Alfred, dándole un pequeño empujón.

—¿Qué? Es un buen culo.— se defendió, metiendo la mano por debajo de las sábanas para tocarlo.

Alfred soltó una carcajada al notar como le agarraba el culo y Raoul lo acercó a él. La risa murió cuando se percató de la cercanía de sus rostros, y se miraron a los ojos con una emoción que Raoul solo podría calificar como sinceridad.

—Me alegro que seas tú. —murmuró el moreno cerca de sus labios.

Raoul soltó un pequeño suspiro, aliviado.

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