5. Come In With The Rain

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—¿Te acuerdas de cómo llegar a tu casa? —le preguntó Agoney al rubio.

—¿A mi casa?

—Sí, donde nos despertamos ayer.

—Eso no es mi casa. Mi casa está en Barcelona, que vuelvo a repetir, no sé cómo cojones he llegado hasta Madrid...

—Qué pesado, pibe. —rodó los ojos. —No sabes llegar, ¿no? Pues sígueme. Pero no te pegues mucho a mí, que no nos pueden ver juntos.

Acababan de salir de casa de Miriam y lo único que quería Agoney era hablar abiertamente con el otro chico y llegar al fondo del asunto. Así que pensó que ir a casa sería lo mejor. Por lo menos ahí estarían tranquilos.

—¿Por qué no nos pueden ver juntos? —preguntó Raoul, intentando seguir su ritmo.

—Porque no.

—Vale. —dijo el otro, mirándolo mal. —Oye, ¿tú sabes qué ha pasado con mis tatuajes y mi pelo?

—¿Qué tatuajes? ¿De qué hablas?

—Pues mis tatuajes. No los tengo, tío. Y tengo el pelo súper largo.

—¿Súper largo? —Agoney lo miró con una ceja levantada. —Siempre lo llevas así.

—Eh, no. En serio no sé qué coño me has hecho–

—¡Que yo no te hice nada, pesado! —exclamó. —Dios, deberíamos haber cogido un taxi.

—Joder tío, qué borde eres.

Agoney se aguantó las ganas de pegarle un par de hostias y siguió caminando sin hacerle más caso en todo el trayecto. Cuando por fin llegaron al piso, Agoney cerró la puerta y soltó un suspiro. Dejó las llaves en la mesita de la entrada y se dirigió al comedor.

—Ven aquí. —le indicó a Raoul, mientras se sentaba en el sofá.

Raoul fue, aunque con cara de pocos amigos.

—No sé por qué te hago caso si no entiendo nada de lo que dices. —se quejó mientras se sentaba a su lado.

—Ni yo entiendo nada de lo que dices tú. Por eso vamos a hablar, con sinceridad, y descubrir qué demonios es lo que está pasando.

—¿Y qué se supone que tenemos que hablar?

—No lo sé... ¿Qué es lo último que recuerdas antes de despertar ayer conmigo?

—Pues que me había ido a dormir con otra persona.

Otra vez aquel tirón en el pecho, haciendo que Agoney sintiera que le faltaba el aire por unos segundos. No. Raoul nunca lo haría. O estaba muy confundido, o definitivamente era otra persona.

—¿Con quién?

—Con Alfred. Pero bueno, que estaba súper taja, ahí puede ser que me equivoque yo.

—¿Y cuándo habías bebido? ¿Y dónde?

—En la fiesta, tío, si tú también estabas.

—¿Qué fiesta? Yo no estaba en ninguna fiesta. Estaba contigo, aquí, en casa.

—No. —resopló. —Estábamos en una fiesta con los demás. Estaban Alfred, Nerea, Aitana, Miriam, Roi, Amaia, Ricky, Mimi... Pregúntales a cualquiera de ellos y ya verás.

—Raoul... —dijo, cautelosamente. —Acabamos de estar con Miriam, ¿recuerdas? A ella no le suena ninguna fiesta. Es más, ni siquiera estaba en Madrid hace dos días.

DaylightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora