Capítulo 7: Varitas y Lechuzas

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Harry descubrió que no había rastro de los Dursley en la casa cuando se fue con Hagrid a la mañana siguiente. No le importaba; la mera visión de ambos lo enviaba de regreso a los días de armarios oscuros y soledad. Al menos, en la celda de detención normalmente tenía compañía. Todavía preferiría a Vernon por sobre Basil cualquier día, pero el año pasado le había dado un sentido de independencia. Estar de nuevo bajo la casa de los Dursley le hacía sentir mal del estómago, y estaba empezando a preguntarse si podría simplemente irse al bosque más cercano durante el próximo mes en lugar de regresar.

No obstante, sus pensamientos sobre escapar, fueron interrumpidos abruptamente por su llegada al Caldero Chorreante, y los nervios de Harry se dispararon inmediatamente hasta el techo mientras la gente se apresuraba a hablar con él, agarrando sus manos en apretones de manos forzados, acercándose mucho a él.

Hagrid, sintiendo su terror al ser abruptamente abordado por tanta gente –la mente de Harry volviendo a estar rodeada de científicos mirándolo como un objeto– apartó a la mayoría de la gente, gritándoles que le dieran algo de espacio al chico. La mayoría de ellos notaron la expresión pálida y con ligero pánico del niño y retrocedieron, lo que rápidamente disipó las similitudes entre estas personas y los científicos.

Aun así, ahora se enfrentaba a la incómoda comprensión de que estas personas esperaban grandes cosas de él. Esperaban que fuera inteligente, talentoso, algo asombroso... pero el chico no podía pronunciar una sola oración sin tartamudear, además de que no había ido a la escuela en tres años, y su mente volvió a sus extravagantes rarezas... mantuvo una mueca silenciosa y ligeramente aterrorizada en su rostro todo el tiempo, un intento horriblemente fallido de sonreír, mientras su mente se repetía a sí mismo, «no eres lo suficientemente bueno para sus elogios, no eres nada especial, incluso aquí eres un fenómeno».

No fue hasta que el profesor Quirrell se le acercó que sus pensamientos comenzaron a calmarse. El profesor, un tipo bastante aterrorizado, tenía un tartamudeo similar al de Harry, y Hagrid habló mucho del hombre de todos modos.

—¿Q-qué clase de m-m-magia e-enseña, prof-profesor Qui-Q-Quirrell?— Harry luchó por decir, tropezando con bastante dureza con el nombre del hombre. El profesor le dio a Harry una mirada extraña, por un momento pareció perder su expresión aterrorizada a favor de una ilegible, y Harry temió haber ofendido al hombre. ¿Pensó que Harry se estaba burlando de su tartamudeo? ¿Debería decir que no pretendía ofender y que compartían el mismo problema con el habla? Estaba averiguando cómo acortar eso en una oración más rápida cuando Quirrell continuó como si no hubiera nada malo en la manera en que hablaba Harry, y el chico dio un inaudible suspiro de alivio.

Harry pasó la mayor parte de la tarde en un silencio relativamente aturdido o aterrorizado, dando pequeños asentimientos a las constantes y emocionadas discusiones que Hagrid tenía con el chico. Gringotts era fascinante, todas las tiendas eran horribles o fantásticas por derecho propio, y su inquietud solo crecía con cada lugar por el que pasaban. Todos aquí eran magos y brujas, lo que por defecto lo hacía sentir incómodo, pero todos también insistían en usar sus varitas para casi todo. Sacar cosas de los estantes, mover algo, volver a llenar una bebida, acercar una silla, todo parecía involucrar una cierta cantidad de agitación de una varita mágica, y cada vez que alguien giraba su varita en su dirección, él retrocedía y su corazón se sentía como si se hubiera detenido.

Eso ni siquiera comenzaba a describir lo aterradoras que le parecían las pociones, y había pociones por todas partes. Muchas tiendas tenían algún tipo de poción en sus estantes, ya sea para curar dolores de estómago o fiebres menores, con fines cosméticos como aclarar la piel y cambiar el color del cabello, o para bromas pesadas, lo que ponía a Harry más nervioso por ir a Hogwarts. Estaría rodeado de otras personas, niños, tal vez algunos de ellos como Dudley. Harry sabía que, si Dudley pudiera, usaría pociones de broma todo el tiempo, y el corazón de Harry latía con fuerza mientras miraba fijamente las etiquetas que describían todo tipo de malestar que estas pociones crearían. Tendría que vigilar su comida y bebida en todo momento.

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