Capítulo 12: El Deseo del Corazón

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Lenta, muy lentamente, Bill estaba recuperando la conciencia. Su conciencia disminuiría y luego se volvería más aguda, aumentando constantemente con cada tirón hacia la realidad. Como olas arrastrándolo, entrando y saliendo, hasta que notó las voces que discutían, una masculina y una femenina.

La luz parpadeante de las antorchas se filtraba a través de sus párpados, y los abrió lentamente, luchando por traer el mundo a la claridad. El hechizo aturdidor debe haber sido especialmente potente para que se sintiera tan desorientado.

Hechizo aturdidor.

Una ráfaga de adrenalina se apoderó de él ante esa revelación y todo volvio a él al mismo tiempo. Estaba acostado en una mesa en una habitación pequeña, mientras dos personas cercanas discutían. Una era una mujer, de estatura pequeña, con una mano en la cadera, quien parecía increíblemente irritada con el hombre mucho más alto. Este hombre fue el que Bill reconoció, el que había estado perdiendo el duelo en ese callejón. El que había elegido ayudar. A quien Bill llegaría a temer. Basil Truscott.

—¿Estás loco?— Espetó la mujer, luego se pellizcó el puente de la nariz ante su propia declaración. —No, no importa, no respondas esa pregunta. Sé que lo estás.

—Tenemos pocos sujetos adultos— dijo el hombre, luciendo molesto. Su cuello estaba vendado y favorecía una pierna.

—Hay una razón por la que somos muy específicos sobre a quién traemos— Le espetó. —No puedes simplemente elegir a cualquiera de la calle que satisfaga tus sádicas fantasías.

—Un valor atípico no destruirá toda nuestra operación— respondió Basil. —Además, ya está aquí. Bien podríamos hacer uso de él.— Mientras hablaba, se acercó a la mesa. Tomando una decisión en una fracción de segundo, Bill cerró los ojos, tratando de mantener su respiración lenta y tranquila, esperando no revelar que se había despertado hace unos momentos.

—Tú...— Ella cerró sus manos en puños, apretando los dientes, luciendo como si estuviera lista para estrangularlo. —Toda nuestra operación se basa en el máximo secreto. Las vidas de todos están en riesgo cuando haces movimientos locos como este. Más específicamente mi vida.

—Voy a tenerlo en cuenta la próxima vez.— Su voz rebosaba de sarcasmo, rodó los ojos. Basil se inclinó sobre la mesa, pero Bill pudo ver a través de sus pestañas que todavía estaba mirando a la mujer. Puede que no tenga otra oportunidad.

Se lanzó, su puño conectó con la mandíbula del hombre y lo envió tropezando hacia atrás. Sin perder tiempo, se escabulló de la mesa y se dirigió hacia la puerta, golpeando con el hombro a la mujer para evitar que ella apuntara con su varita hacia él. Si pudiera salir por la puerta, podría llegar a un lugar seguro, donde sea que estuviera.

—¡Petrificus totalus!

Basil se puso de pie mucho más rápido de lo que Bill esperaba. El hechizo golpeó a Bill de lleno en la espalda y él cayó a mitad de carrera, estrellándose contra el suelo, sus músculos tensos e inmóviles a pesar de sus órdenes.

Basil se acercó tranquilamente, tomándose su tiempo e ignorando a su descontenta colega mientras se paraba junto al cuerpo que yacía rígido en el suelo. Con la punta de su zapato, pateó a Bill sobre su espalda como si fuera algo muy por debajo de su consideracion.

—Bueno, bueno, parece que estás despierto— dijo, con una especie de sonrisa cruel clavada en su rostro. Con un movimiento de su varita, Bill volvió a levitar hacia la mesa, sus músculos se tensaron y se contrajeron contra la maldición. Basil se rió entre dientes, deslizando un dedo por la mejilla de Bill, enviando un escalofrío por la columna vertebral del pelirrojo.

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