Capítulo 2: Cuartos Oscuros y Pasillos Largos

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Cuando Harry despertó, no estaba en su armario. Si lo estuviera, estaría solo. No, mientras salía de su aturdimiento, rápidamente se dio cuenta de que había otros cuerpos apretujados a su lado. Escuchó los constantes y suaves gemidos y sollozos de quienes lo rodeaban. Olió el pestilente olor a desechos humanos, a sudor y miedo absoluto .

Se sentó bruscamente, ignorando la forma en que su cabeza daba vueltas, trató ver en la oscuridad, pero sus ojos solo le permitieron ver pequeñas formas a su alrededor, negándose a enfocar más. Decenas de personas, probablemente niños por su tamaño, presionados unos contra otros, amontonados en el oscuro espacio que habitaban todos. Pudo ver una rendija debajo de una puerta que dejaba entrar la más mínima luz en la habitación, pero no vio nada más.

Harry intentó ponerse de pie y perdió el equilibrio, volviendo a caer y aterrizando sobre otro niño. La niña, al parecer era una niña, gritó y se apartó de él. Intentó murmurar una disculpa, pero su voz era tensa y su garganta estaba seca. Debe haber estado desmayado durante mucho tiempo.

Incapaz de pararse, se arrastró con cuidado hasta la puerta, tratando de ignorar el dolor punzante en su pecho, empujando suavemente a los otros niños, y sin que ninguno lo detuviera. Simplemente se estremecieron y alejaron de su toque y su camino. Trató de ignorar sobre qué estaba poniendo sus manos y rodillas, sabiendo que el piso de la habitación ciertamente estaba cubierto de todo tipo de cosas repugnantes; sudor, desechos, tal vez sangre. Era difícil discernir un olor de otro.

Al llegar a la puerta, se agachó, sin molestarse con la manija, y presionó la cara contra la rendija de la parte inferior. Fue recibido con aire fresco que se oponía al aire sofocante y húmedo de la habitación en la que se encontraba, y una luz cálida que casi lo cegó.

Cuando su ojo se enfocó, vio un pasillo. Cada cierto tiempo, pasaban un par de pies y los niños con los que compartía esta habitación se ponían tensos, antes de relajarse cuando el dueño de los pies seguía avanzando.

Harry sintió que se le revolvía el estómago. ¿Dónde estaba? ¿Cómo llegó aquí? ¿Estaba soñando? No, nunca antes había tenido un sueño tan vívido. Pero entonces... ¿por qué estaba aquí? La cabeza le daba vueltas y respiraba con rapidez, la nariz y los dedos le hormigueaban cada vez más con cada toma de aire.

Y luego, un par de pies se detuvieron frente a la puerta y la habitación contuvo la respiración, por una vez, todos los niños se quedaron quietos y en silencio.

Y la puerta se abrió, bañando la habitación con una luz parpadeante.

Harry se quedó solo inmediatamente, mientras todos los demás niños se presionaban contra la pared.

Se quedó helado, sintiéndose increíblemente expuesto.

Sus ojos se dirigieron hacia el dueño de los pies. Era un hombre, muy alto y bastante fornido. Si Harry hubiera estado consciente, habría reconocido al hombre como Basil Truscott, quien lo había llevado a este lugar. Pero no reconoció al hombre, ni la mirada aburrida y sin emoción en sus ojos. Sin embargo, pudo ver que el hombre tenía su nombre cosido a su abrigo, a la altura del pecho, lo que revelaba su identidad.

Harry se volteó para echar un vistazo a la habitación y con quienes la había compartido. El piso era tan repugnante como se lo había imaginado, y sí, la sangre estaba entre las muchas cosas que manchaban el piso. Sin embargo, no pasó más tiempo que ese centrándose en el piso.

Los niños, quienes parecían estar cerca de la edad de Harry (unos pocos que estaban cerca de ser adolescentes al parecer, y dos de tan solo cuatro años), estaban pegados a las paredes, sus quejidos y lamentos le decían a Harry que le temiera a este hombre frente a cuyos pies estaba agachado. Todos eran frágiles y estaban manchados de sangre, sudor y desechos humanos en los que claramente vivían, con el cabello, si es que lo tenían, pegado al rostro. Ahora que Harry noto lo que estaba usando, pudo ver que todos llevaban la misma ropa que él; una camisa y unos pantalones sencillos y holgados, como lo que uno esperaría que usara un paciente médico. Parecía que el cordón alrededor de su cintura insinuaba que se suponía que la ropa le quedaría a casi cualquier persona, así que en su caso y en el de todos los niños, casi los ahogaba. Todos tenían algunos dígitos en el dorso de la mano, cosa que Harry parecía no tener y lo hacía desencajar en el grupo.

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