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Michael Coletti, o mejor dicho, Steven Adler. Un pequeño de unos nueve años al que le gustaba ser alegre y hacer nuevos amigos, cosa que cualquier niño o niña de su edad haría también. Pero Steven era... Especial. Lo que más destacaba en él era su hermosa sonrisita, una que podía alumbrar un cuarto oscuro en su totalidad, nunca estaba completamente vestido sin una. En verdad era extraño cuando no sonreía, pero hay que ser realistas, solo era un niño y era obvio que a veces lloraba y rara vez, se enojaba.

Pero era un pequeño muy alegre y con buenos amigos. Hablando de estos, sus mejores amigos eran William, Saul, y Michael. Pero eran más conocidos como Axl, Slash y Duff. Todos de diferentes edades. Tenían una linda amistad entre ellos, y se conocieron en la pequeña escuela que quedaba cerca de la casa del rizado y del pelirrojo.

El ojiazul llegó a su casa, con aquella mochila de varios colores y pegatinas en su espalda. Salió sonriente del autobús de la escuela que lo transportaba. Su madre no podía recogerlo ya que trabajaba en casa, pero al menos tenía la decencia de esperar a su hijito unos minutos antes afuera para recibirlo. Fue corriendo a los brazos de la mayor y la abrazó con fuerza.

— ¡Hola, mami! —Saludó con alegría a la mujer, la cual correspondió al abrazo con unas risas leves.

— Mi niño. —Se agachó a su altura y besó su cabeza—. ¿Cómo te fue en la escuela? ¿Viste a tus amiguitos?

— ¡Sipi! Me divertí mucho. Hoy hicimos una actividad en parejas y yo fuí con Axl, pero no es divertido hacer trabajos con él. —Formó un pucherito con sus labios que le provocó nuevamente unas risas a su madre.

— Ven, vamos adentro, mi amor. —Tomó su manita y se adentraron en la casa. Una vez adentro, Steven soltó la mano de su mamá y fue corriendo escaleras arriba hacia su habitación. Entró en ella, para luego cerrar la puerta de madera. Se quitó su pequeña mochilita y la dejó en la cama, abrió el zíper para sacar algunas de sus cosas.

— Hola, pequeño rubio. Ya te extrañaba. —Aquella voz que se le hizo tan familiar que lo hizo girar la cabeza. Sonrió ampliamente, mostrando sus blancos dientecitos.

— ¡Izzy! —Se acercó al pelinegro de doce años y alzó un poco sus ojitos azules para conectar con los contrarios—. ¡Te extrañé, te extrañé mucho! —Dio leves saltitos de felicidad. El mayor rio por lo bajo.

— ¿Te fue bien en la escuela? ¿Nadie te hizo daño? —El de ojos verdes siempre se preocupaba por el pequeño, mientras que el mismo frotaba con suavidad los bracitos de Steven.

— ¡Me fue muy bien! Y no, nadie me hizo daño, Iz. —Rio y dejó un dulce beso en su mejilla, algo que hacía casi siempre como muesta de cariño. Aquello le sacaba sonrisitas al pelinegro.

Antes de que este último pudiera decir otra cosa, notó que la puerta de la habitación se había abierto. Ninguno de los dos escuchó los pasos de la mujer al subir las escaleras, por lo cual los tomó por sorpresa.

— Steven, ¿Con quién hablas, cielo? —Preguntó su madre al ver al menor totalmente solo. Pues desde la planta baja había escuchado su voz y sus tiernas risitas.

— Uhm, ¡Con nadie, mami! Solo estaba jugando. —Le sonrió.

Ella se había quedado algo pensativa, pero no le dio importancia. De todos modos, días anteriores le había estado pasando lo mismo. Quería pensar que solamente era su hijito jugando con sus diversos juguetes y peluches.

— Está bien, cielo, ahora bajas para que me ayudes a poner la mesa, ¿Sí? —Besó la cabeza del ojiazul y salió de la habitación para regresar a la planta baja. El pequeño suspiró y volvió a mirar al pelinegro.

— Debo almorzar. —Hizo un pucherito. Luego de eso, recibió unas pequeñas caricias en su cabecita.

— Sabes que yo no me iré de aquí. Ve a comer, rubiecito. —Nuevamente, le provocó una sonrisa amplia al menor y abrazó a su amigo.

— Te quiero, Izzy. —Murmuró.

— Yo igual, pequeño rubio. —Volvió a sonreír con levedad.

Steven no estaba abrazando nada.

Solo En Tu Mente {Stradler}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora