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Bajó las escaleras, dando saltitos en las mismas y sosteniendose con una mano de la baranda de madera. Al estar en la planta baja, se dirigió al comedor que estaba por la sala principal para ayudarle a la mujer. Él era muy servicial en casa, siempre que podía, le ayudaba a su mamá. La amaba mucho y la cuidaba siempre, al igual que ella al pequeño ojiazul.

Tomó dos manteles de color gris que estaban debajo de una maceta para una orquídea, la cual se encontraba en el centro de la mesa. Puso uno en el lado en el que su mamá se sentaría, luego uno en su asiento. Fue a la cocina, encontrándose con ella y la abrazó.

— ¡Mami, mami, ya puse los manteles! —Dijo dando brinquitos otra vez. Ella lo cargó entre sus brazos y besó su mejilla.

— Gracias por ayudarme, cielo. Ve a sentarte, ya llevaré el almuerzo. —Lo bajó nuevamente y el menor corrió hasta el comedor. Corrió un poco la silla de color negro para sentarse en ella, movía sus pies mientras esperaba a la mujer.

Giró su cabeza y ahogó un pequeño gritito al ver ahí al pelinegro nuevamente. El mencionado sólo levantó un poco su mano para saludarlo en un ademán. El ojiazul se levantó algo rápido para que su madre no viniera antes.

— Izzy, creí que esperarías arriba. —Murmuró para que no fuera escuchado.

— Quería ver como estabas, rubiecito. —Jugó con uno de sus rubios mechones, el cual caía un poco por el hombro del menor. Éste hizo un pucherito solamente.

— Mamá está haciendo el almuerzo... ¿Qué tal si te sientas a mi lado? —Sonrió y mostró sus dientes, aquella sonrisa que al pelinegro siempre le encantó.

— Está bien, me sentaré contigo. —Dicho esto, el rubio guió al otro niño a la mesa. Este se sentó nuevamente y esperó a su amigo. Izzy se sentó en una silla igual que estaba al lado. Luego, el ojiazul giró su cabeza al ver a su madre llevar dos platos de comida para ella y para él.

— Aquí tienes, Steven. Espero que te guste, cielo. —Besó la cabeza del menor y le entregó un pequeño plato con pasta en él.

— ¡Gracias, mami! Sabes que a mí me gusta como cocinas. —Ella se sentó al frente del rubio y sonrió.

— Me alegro que así sea. —Se dispuso a comer después de aquello.

El pelinegro miraba al ojiazul comer y sonreír, eso último también le provocaba leves sonrisitas. Le parecía tan lindo en todos los aspectos, su pequeño rubiecito era tan... Perfecto. Se percató de que el mayor lo estaba mirando y volvió a mirar a su mamá.

— ¡Mami! ¿Puedo compartirle de mi comida a Izzy? —Preguntó con una sonrisita.

La mujer tosió un poco al escuchar aquel nombre ya que estaba tomando agua.

— C-Cielo, ¿De dónde sacaste ese nombre? —Preguntó algo preocupada.

— Mhm, así se llama mi amigo. —Miró al pelinegro y le sonrió.

A ella le empezó a preocupar, incluso aterrar, la actitud de su pequeño. No sabía si algo malo podría pasar, algo terrible, si él se llegase a percatar...

— M-Mi amor, sigue comiendo, ¿Sí? Mami irá un momento a la cocina. —Se levantó de la silla, dejando ahí su plato y se dirigió al lugar mencionado.

— No sé qué pasó... ¿Crees que se haya enojado? —Le preguntó Steven a Izzy.

— No creo, rubiecito, no creo... —Acarició su cabecita—. Esperemos a que vuelva, termina de comer.

— ¡Está bien! —El rubio comió con tranquilidad mientras le hablaba al pelinegro de cualquier cosa que viniera a su mente tan inocente.

Deanna, su madre, estaba al borde de las lágrimas en aquella cocina, tapando su boca con una mano. Aquel nombre, aquella situación, aquel accidente, sólo le traían malos recuerdos.

— ¡Ven, ya terminé! —Se levantó para tomar la mano del mayor, este último rio levemente pero lo siguió escaleras arriba. Al llegar, el ojiazul se sentó en el borde de la cama mientras posaba sus ojitos sobre el otro.

— ¿Cuándo volverás a tocar guitarra? Extraño cuando lo hacías. —Hizo un pucherito. Fue a sentarse al lado del menor y jugó con sus mechoncitos rubios.

— Sabes que debo practicar, casi ni me sé los acordes, y creo que mi guitarra acústica se quedó allá en el auto... —Murmuró y desvió la mirada al recordar.

— ¿Qué auto? —Alzó una ceja al escucharlo. Negó varias veces y miró a Steven.

— Ninguno, rubiecito, sólo recordaba donde dejé mi guitarra. —Lo abrazó con suavidad de la cabeza.

— Ow, está bien. —Este abrazó su torso y suspiró sonriente.

— Ojalá pueda volver a tocarla un día para ti, no quiero desanimarte, pequeño rubio... —Pensó el mayor y suspiró también.

Solo En Tu Mente {Stradler}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora