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— ¿Qué van a hacerme, mamá? —Preguntó el pequeño ojiazul, tomando la mano de su madre mientras caminaban por los largos e iluminados pasillos.

— Solo necesitas una revisión. A todos los niños y niñas se las hacen, mi amor. —Dijo con calma sin verlo, ella estaba concentrada en buscar aquella habitación.

Steven no estaba nervioso, ni mucho menos asustado. Pocas veces había estado en una clínica o en un hospital, era un niño con buena salud. Claro que, era obvio que él no entendía la desesperación de su madre, y ésta sabía que explicarle sobre esa situación a su hijo sería algo complejo. Muy complejo.

Sin darse cuenta, los dos ya se encontraban frente a una puerta, la cuál tenía un pequelo rótulo. "Habitación 3C" era lo que estaba escrito en él.

La mujer tocó un par de veces en la puerta de color beige, esperando pacientemente a que abrieran. La espera no fue mucha, pues un hombre de mediana edad fue quién la abrió en un par de segundos.

— Cita de las 12... Señorita Deanna, adelante. —Éste le regaló una sonrisa, la cual fue correspondida y ella entró.

— Psst, Steven. —Aquella linda voz se le hizo reconocida al menor. Giró su cabeza, logrando encontrarse con Izzy escondido detrás de una pared no muy lejana. Soltó la mano de su madre y se dirigió con él.

— Izzy, creí que te quedarías en el auto. —Le murmuró el rubio.

— No importa eso. Steven, no entres allí.

— ¿Qué? Pero mamá dijo que van a revisarme.

— Ese hombre no me da confianza, Stev, yo...

— ¡Steven! No te quedes afuera, cielo. —Su mamá, al notar la presencia de su hijo fuera de la habitación, lo tomó de la mano y volvieron adentro, cerrando ahora la puerta.

Sabía que Izzy jamás le mentiría. Era su mejor amigo, cuando él tenía la razón, la tenía en verdad. Pero no decidió sacar sus nervios. Se mantuvo calmado en todo momento. Se sentó en una de las sillas junto a su mamá, mirando con sus bellos ojos al hombre que estaba enfrente, con una libreta en mano.

— Muy bien, su hijo puede acompañarme. Solo necesito hacerle un par de diagnósticos. —Dijo mirando su libreta, escribiendo cosas en ella con un bolígrafo azul.

— Pórtate bien, ¿Okey? Mamá te estará esperando aquí —Le comentó con una sonrisa para dejar un beso en su cabecita. Steven mostró sus blanquecinos dientes a través de una linda sonrisa. Cuando el doctor se lo indicó, el rubio se levantó y lo siguió hasta lo que parecía ser una verdadera habitación de hospital.

— Siéntate aquí, por favor. —Le dijo al menor, apuntando a la cama que estaba ahí.

Obedeció y fue a sentarse, dando suaves brinquitos. Una vez ahí, movió sus pies en el aire.

— ¿Cómo te llamas, pequeño? —Dijo el mayor mientras buscaba unas cosas en uno de los varios muebles de madera.

— ¡Steven! —Sonrió ampliamente. Puso sus manitas sobre las sábanas, sintiendo el frío de las mismas.

— Steven, Steven... —Tomó un pequeño banco negro y se sentó frente al menor—. Dime, Steven, ¿Cómo te has sentido últimamente? —Le sonrió con suavidad.

— Hum, bastante bien, creo. Me siento bien cuando... ¡Estoy con mis amigos! O... Cuando mamá me cuenta cuentos, o cuando en la escuela los niños malos no se ríen de mí. —Sonrió con simpleza.

— ¿Se burlan de ti en la escuela?

— Bueno, mamá dice que es así. Pero yo pienso que de seguro me quieren. A veces me... Molestan en los recesos o esas cosas. ¡Pero no importa! Sólo debo hablarles y seremos todos amigos —Explicó con una tierna e inocente sonrisa en su rostro.

El hombre no le dio mucha importancia, pues se acercó más al niño, inclinándose.

— ¿Has tenido alucionaciones o algo parecido?

— ¿Alucinaciones? Uhm, no, creo que no. —Se encogió de hombros sin haber notado el acercamiento.

Lo que sí notó y logró alarmarlo, fue cuando sintió las manos del mayor en su pequeña cintura. Fue agresivamente repentino, como una clase de impulso mal correspondido. Unos bruscos apretones estaban siendo provocados en esa zona. El rubio soltó unos grititos de obvio dolor de sus labios. No sabía lo que pasaba, no sabía por qué. Por qué alguien que debía ayudarlo estaba haciéndole daño.

— ¡Auh! E-Eso duele... ¡Ah! —Encajó con fuerza sus uñas en las sábanas. Parecía algo exagerado, pero tomemos en cuenta una cosa; Steven era un niño. Un niño con un cuerpo frágil como una bola de cristal, una que se rompe poco a poco.

No fue mucho, hasta que comenzó a gritarle a su madre desde la habitación. Un ardor en su espalda se hizo presente cuando empezó a sentir que el hombre le clavaba las uñas, rasgando su delicada piel.

— A mí.. Me gusta tanto que niños como tú griten y se quejen de dolor, ¿Lo sabías? —Le murmuró a Steven con la voz rasposa, agresiva, una que jamás iba a olvidar.

Para su suerte, para toda su maldita suerte, la puerta se abrió con rapidez, dejando ver a su madre. Esta se mostró totalmente horrorizada, ahogando un grito al ver al hombre maltratando a su pequeño niño, el cual, tenía lágrimas que caían al suelo como gotas de lluvia y la respiración más que acelerada.

~•~•~•~•

— A-Aún arde... —Sollozó el menor con la mirada apagada. Ya no tenía ese brillo tan peculiar de siempre.

Su madre estaba tratando de sanar aquellos feos arañazos en su espalda. Tenía un algodón con algo de alcohol en él. Era inevitable que el menor no se quejara con cada toque que su madre le daba con el algodón.

— Ya, ya... Con eso bastará —Suspiró y dejó la pequeña bolita de lado. Ver la espalda de su pequeño así, tan maltratada de una fea manera, le rompía el corazón—. Oh, mi Steven... Lo siento tanto... —Se levantó para abrazar al rubio de frente.

— Tranquila, mamá... D-De seguro ese doctor no quería hacerme daño... ¡T-Tal vez...!

— No, mi niño. Hay personas malas en el mundo que solo quieren hacerle daño a otras... Se ocultan detrás de un rostro indefenso para luego, apuñalarte por detrás.

— ¿Apuñalar? —Ladeó un poco su cabecita, pues no sabía su signficado.

— Te lo explicaré mejor después —Se separó del abrazo—. Dejaré estas cosas en su lugar. Avísame si vuelve a arder más, solo, no te recuestes con tu espalda contra la cama. —Tomó el alcohol y la bolsa de algodones para salir de la habitación.

El ojiazul suspiró y giró un poco su cabeza, encontrándose con el pelinegro, recostado contra el clóset del menor.

— No puedes confiar en todas esas sonrisas, Steven...

Solo En Tu Mente {Stradler}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora