Capítulo 2: Ascenso

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Tan rápido como pude me retire del gran salón no sin antes de agradecer tal ascenso y con una confusión por saber por qué la mentira de la princesa, opte por salir rápidamente de ahí, pero alguien tocó mi hombro, deteniéndome, voltee a ver quién era, era ella.

—Princesa — sonreí y la miré seriamente.

—Miles — Hizo un ademán con su mano izquierda, viéndome confundida por la manera en la que yo la estaba viendo — Veo que mi padre le dio su nuevo trabajo — diría ella con una sonrisa de oreja a oreja a lo que yo asentí — ¿Sucede algo, Miles? — preguntó ella, entrecruzándose de brazos.

—¿Por qué le mintió a su padre, princesa? — la princesa soltaría una risita, sujetaría mi mano y me sacaría del pasillo hasta llevarme al jardín.

—No quería que mi padre me castigará por volverme a escapar del castillo, además, Miles usted tiene más porte de guardián que de herrero, lo he visto, hasta la misma Marian ha intercedido por usted ante mis padres para que le den este puesto y pues digamos que mi mentira funcionó para ambos ¿no cree? — esta me miraba con ojos coquetos, yo en cambio la miraba observándola de arriba abajo con cierto aire desaprobatorio.

—Con bases hechas por mentiras cosas buenas no se consiguen — la princesa alzó una ceja y soltó una risita.

—Tiene trabajo ¿cierto? —asentí — entonces si fue algo bueno, deje de estar interrogándome y acusándome y acompáñeme al Río Horing — Su sonrisa era ligera y su mirada transmitía felicidad, la princesa también tenía su carácter aparentemente heredado de su padre.

—Señorita, el Río Horing queda a las afuera de Quiroga — Ella asintió con una sonrisa marcada.

—Lo sé, tengo permiso de hacer lo que quiera si usted está conmigo, venga, vámonos — Esta empezó a caminar hacia las afuera del palacio y yo la seguí — Señor Córdoba ¿Cómo le gustaría ir? ¿A caballo o a caminando? — Dijo está riendo a lo último, como si de un chiste se tratara — ¡Tráiganme a princesa! — Gritó esta, me miró con una sonrisa en su rostro, algo que acababa de darme cuenta era que la princesa siempre tiene una sonrisa en su rostro y más cuando consigue lo que quiere, consiguió salir del palacio sin que la castigasen — Princesa es mi yegua, la más fiel de todas, mi favorita, la más rápida — me comentaba la princesa, mientras traían a su yegua, apenas llegó a nosotros, la princesa Esmeralda se subió a ella con gran facilidad y me hizo señas de que hiciera lo mismo y que yo mismo cabalgara a la yegua, y así lo hice, era una yegua muy preciosa, dada y obediente; en el camino la princesa Esmeralda comentaba cosas sobre cómo era su vida como princesa, cosas que ella quería conocer, pero su padre nunca se lo ha permitido, era la fase más elocuente de la princesa, una fase que nadie había visto antes.

—Miles... no me respondiste la pregunta que te hice ayer — Ella me miraba expectante, esperando la respuesta, yo la miraba por el rabillo del ojo.

—¿Cuál, princesa Esmeralda? — Reí.

—Venga, no se haga el tonto, la pregunta que le hice ¿De cómo un hombre tan caballeroso como usted no tiene una dama que lo acompañe? Además ¿Qué le dije de hablarme tan cordial? — Su curiosidad me generaba inquietud y algo de desconfianza, me preguntaba por qué ella quisiera saber eso y también me causaba gracia ver lo insistente que era a qué no la nombrase con su título.

—Esmeralda, un hombre como yo que es tachado de mujeriego no puede tener una dama que lo acompañe, ya que esa misma dama puede que tenga miedo de las habladurías del pueblo — Esta se quedó en silencio y pasó su mirada a otro lado — Llegamos, princesa — anuncie mientras paraba la yegua y me bajaba, estire mis brazos para ayudar a Esmeralda a bajar, mientras la ayudaba ambos pisamos en falso haciendo que su cuerpo y el mío se juntaran, quedando nuestros labios a centímetros de tocarse, nos quedamos mirándonos a los ojos algo embobados. Los ojos de Esmeralda eran como la luna, brillantes, hermosos, una hermosura que solamente podrías ver estando tan cerca como me encuentro ahora, su color me recordaba a la miel cuando la sacabas de los tarros, era un color fuerte y hermoso, su piel tenía un olor suave, y embriagador, sus labios rosáceos me recordaban a la frambuesa.

—Miles — Su voz era suave y cálida.

—Disculpe, disculpe princesa — Desperté de aquel hipnotismo que su mirada y olor me había hecho.

—Tranquilo, Miles — Esta se apartó de mí, y camino a orillas del río — Miles ¿no te parece hermoso este lugar? — Volteó a verme.

Asentí.

—Venga, Miles. Deje de ser tan serio conmigo, somos amigos desde ayer o

Eso creo — rio a lo último. Se empezó a desvestir, bajo el cierre de su vestido, quitó las mangas del mismo y lo dejo caer, dejando ver solo un vestido casi transparente blanco.

—Esmeralda, no es prudente que haga eso — Dirigí la mirada a otra parte para no verla, era incómodo ver a la princesa así.

—¿Qué cosa? — Se acercó a donde yo estaba, mientras lo hacía se miraba y luego me miró a mí — Debería dejar de ser tan serio y reservado y divertirse un poco — Caminó de vuelta a la orilla del río para luego adentrarse al mismo.

Yo solo me dispuse a sentarme en un árbol cerca, mientras reposaba, algo me decía que hoy sería un día muy largo, repentinamente un sonido proveniente de los árboles captó mi atención, sonaba como el galopar de un caballo —¡Miles! ¡Venga! — Gritaría Esmeralda, desde donde estaba, me le acerque un poco.

—Princesa haga silencio, se lo suplico...—

—¿Por qué de...? —

—Shhh — La interrumpí poniendo mi mano sobre su boca, el sonido se hacía cada vez más cercano, temía que fueran maleantes, asesinos o cazadores de recompensas o podría ser un aldeano, pero mi deber era protegerla a ella cueste lo que cueste; mire a ambos lados para intuir de dónde venía el sonido, luego la mire a ella — Escóndase, y no salga hasta que yo le diga — le ordené, está asintió algo renuente, aunque no quería alejarse de mí porque su terquedad se lo impedía fue y se escondió en uno de los arbustos que daba al río.

Un caballo apareció saliendo del sendero del bosque, su jinete paró a penas me vio, sentía como me miraba de arriba a abajo, este se bajó de su caballo y se acercó a mí, con un caminar algo lento, pero seguro de sí mismo, parecía ser más alto que yo, un metro setenta y ocho por lo menos, a través de su capucha se podía ver un poco su rostro y cabello, este tenía el cabello negro azabache, tez blanca, contextura que se discutía entre lo fornido y lo delgado.

Se detuvo ya estando enfrente de mí, luego de un par de minutos, habló — ¡Miles, hermano! ¡¿Eres tú?! — Este desconocido me abrazó con tanta simpatía de su parte, que yo quede incrédulo; después del cálido y amigable abrazo, se quitó la capucha que cargaba, mientras me sonreía y reía a carcajadas, ante todo eso, lo mire confundido —¿No me reconoces? — Negué lo bastante extrañado —Hermano, soy yo Benjamín, Benjamín Castillo, no puede ser que no recuerdes a tu mejor amigo, a tu hermano — Ahí fue cuando recordé, a mi gran amigo de infancia, Benjamín. Este era príncipe del reino vecino, amigo mío desde la infancia, ya que mi madre y su madre se conocieron antes de que nosotros naciéramos, lamentablemente, mi madre murió dejándome huérfano a los diez años y al cuidado de la nana de Benjamín así que nos criamos juntos durante seis años como si fuéramos hermanos.

—¡Benjamín! Tanto tiempo — Lo abracé está vez, con muchísima alegría y entusiasmo.

—¿Cuánto tiempo ha pasado, hermano? — Dijo este con una sonrisa de oreja a oreja — ¿Qué estás haciendo por acá? — indagaría mientras se sentaba en el árbol que anteriormente estaba yo sentado, lo seguí hasta el árbol y me senté a su lado.

—Han pasado tres años, Ben — Sonreí ligeramente — Estoy aquí... —

—Él está aquí cuidándome — salió Esmeralda desde los arbustos, interrumpiéndome. Benjamín me miró con cierta duda y picardía en su mirada, luego a ella y de nuevo a mí.

—Entonces ¿Es tu chica, Miles? — Esmeralda y yo nos miramos para estallar en carcajadas para luego negar al unísono — Venga, no me lo nieguen se ve que se quieren — este rio a lo último — ¿Cómo te llamas, preciosa? — Esmeralda estiró su mano para luego ser besada por Benjamín.

—Esmeralda Quiroga, princesa de Quiroga. Un gusto, en conocerle personalmente, príncipe Benjamín — Esta hizo una reverencia para luego sonreírle — Ustedes se conocen ¿no? — Dijo está, mirándonos a ambos con una sonrisa ladeada, ambos asentimos — Interesante... mejor me retiro, el agua está muy sabrosa y la estaba disfrutando hasta que usted, príncipe, llegó, hasta luego — Así sin más, Esmeralda se retiró, dejándonos solos.

—¿Qué haces cuidando a la princesa? — El tono de pregunta, era un tono algo juguetón, insinuando algo.

—Soy su guardián, nada de lo que tú insinúas, hermano — Mi tono de voz era algo descortés, puesto a que entre Esmeralda y yo, nada podría pasar, ni pasara.

—Ya veo, que bueno que la princesa tenga alguien que la cuide de delincuentes, y que seas tú mismo el que la cuide, sabiendo cómo es Quiroga y fuiste entrenado para ello — Benjamín sonrió ampliamente — pues que te puedo decir hermano, es afortunada.

—Si tú lo dices — Dije con desdén.

—¡Claro que lo digo! — Reiría este — Hermano desde que te fuiste nos has hecho mucha falta, te fuiste así sin más, no nos escribiste más — Benjamín tomaría de su bolso una manzana y la mordería.

—Benjamín, sabes que volví a Quiroga porque aquí mi madre vivía, además, no me sentía bien estando ahí, siendo presentado como un hijo de la caridad al que todos deben respetar y tener contemplación porque su madre había muerto y era el adoptado del rey —

—Tienes razón, hermano... pero mis padres, mi nana y yo te queríamos y eso debía bastarte ¿No lo crees?, Además, a mi padre le haces mucha falta —

— No lo sé, hermano — dije algo cabizbajo, Benjamín tenía razón, ellos siempre fueron mi familia, aunque fue algo egoísta mi decisión de irme de allí y dejarlos, pero sentía que era lo correcto y yo no iría en contra de mí sentir y de lo que creía correcto.

—Bueno... hermano yo me tengo que ir, tenía un paseo por el bosque antes de que mis padres me molestaran con la visita a la provincia de Bolmire, hasta pronto, hermano, cuida a la princesa, y por favor no te olvides de visitarme o mandarme alguna carta, mamá y papá estarán felices de saber de ti — Se levantó del lugar, caminaba rápidamente hasta su caballo para luego montarse y volverse a adentrarse al bosque.

—Puff, pensé que no se iría — Escuche a Esmeralda acercarse a mí, dirigí mi mirada a ella, el vestido blanco que cargaba se había adherido a su cuerpo, marcaba una silueta perfecta y hermosa, lo bastante encantadora, y sensual, su ropa interior se veía, voltee a ver otro lado.

—Princesa, tapase, por favor — Declaré duramente. Esta me sujetó de ambas manos y me jalo, llevándome al río.

— ¡Diviértase, Miles! Deje de ser tan serio — Me deje llevar por las aguas y las bromas que ambos decíamos, parecíamos niños sin importarnos nada, nos estábamos divirtiendo de un momento a otro, deje de verla y escucharla, Esmeralda había desaparecido.

—¡Esmeralda! ¡Esmeralda! — Grité, preocupado, me sumergí al fondo del agua y no estaba, salí y tampoco.

—¡Miles! ¡Miles! ¡Ayúdame! — Escuche a Esmeralda gritar desde la roca más cercana que había — ¡Estoy atascada! ¡Mi vestido se atascó! — Gritaba ella angustiada, me acerqué nadando lo más rápido que pude.

—Aquí estoy, aquí estoy, cálmese — Me sumergí, y forcejó con otra roca que le impedía mover el vestido, cuando logre mover la roca, no nos habíamos dado cuenta de que la corriente del río había aumentado. Esmeralda y yo empezamos a nadar río arriba con la esperanza de salir de la corriente, pero fue en vano, ya la corriente había decidido por nosotros, llevándonos a la caída del río.

—Miles, tengo miedo — Su voz se escuchaba entrecortada, buscaba refugio en mí, así que la sujete de la cintura, pegándola a mi cuerpo, la miré fijamente a los ojos.

—Vamos a estar bien, tranquila — hablé con tanta seguridad que esta se calmó un poco, pasó sus brazos por detrás de mi cuello abrazándome y me miró a los ojos — Esmeralda, confía en mí — le susurré al oído, abrazándola.

La corriente se hacía cada vez más fuerte, y se escuchaba cerca la caída del agua, ambos teníamos miedo, quizás este era nuestro fin, pero yo debía demostrar dureza, ella confiaba en mí. Antes de caer en la cascada, Esmeralda me obligó a verla, nos quedamos embobados viéndonos por unos segundos.

—¡Miles! —

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