Capítulo 9: Fragmento del pasado

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Una mujer de un metro cincuenta y cinco, castaña, ojos color miel, una complexión delgada, cabello largo recogido en una moñera, entraba al salón principal en compañía de otras dos mujeres ambas a su lado, la del lado izquierda era más alta que la anterior, rubia, ojos verdes como el pasto, más regordeta, cabello corto suelto y a su lado derecho, era de la misma altura de la primera mujer, pelirroja, ojos amatista, delgada, cabello largo un poco más que la primera.

—Mi señor — dijo la castaña haciendo una reverencia que fue seguida por las otras dos.

Un hombre corpulento, castaño con su cabello largo recogido, y unos ojos azules como el mar, que se encontraba sentado en su trono, se levantó y dirigió sus pasos hacia la mujer, miro con altivez a las tres mujeres para luego hacer un ademán con las manos a sus hombres para que se retirasen del salón.

Este luego se volvió a dirigir a su trono sentándose, las mujeres aún estaban en reverencia esperando que el hombre hablara.

—Ya, ya no me hagan tanta reverencia, levántense — Ordeno este hombre, las mujeres obedecieron. La castaña se acercó con rapidez hacia el hombre, se arrodillo ante el manteniendo una distancia de un metro entre ella y el hombre.

—¿Qué te trae por aquí, Gal? — El hombre hablaba con un perceptible atisbo de desprecio, se volvió a levantar, y miro desde sus metros ochenta a la mujer que se encontraba arrodillada ante él — Te lo voy a volver a decir, ya que tu silencio no me responde nada ¿qué te trae por aquí, Gal? — La mujer rompió en llanto tocándole los zapatos, este la levanto con fuerza y la sujeto por el cuello para obligarla que lo viera.

—Su esposa, su esposa — soltó con dificultad.

Las otras mujeres solo se mantenían calladas y observaban. El hombre la soltó tirándola al piso, las otras dos mujeres se iban acercar a Gal, pero el hombre les dirigio una mirada a ambas, indicándoles que se quedaran quietas, y no se entrometieran, tenían miedo. La mujer sollozaba, no hablaba, solo se mantenía en el suelo sollozando.

El hombre se acercó a Gal y el agarro de su cabello jaloneándoselo — ¿Qué pasa con mi esposa? —

—¡Señor! — Entro un hombre forrado de pies a cabeza con armaduras, en este se podía ver el emblema de un león y alrededor del león un lazo rojo, era el emblema de los centinelas del reino. El hombre soltó a la mujer y miro al hombre que había entrado sin tocar — ¿Qué sucede, comandante Matías? —

—La niña ha escapado — El hombre abrió sus ojos como platos, perplejo de aquella noticia.

—¡¿Quién la dejo ir?! ¡Esa bastarda! — Vocifero el hombre — ¡¿Quién, Matías?! —

—Su esposa antes de morir, la dejo ir ese mismo día, mi señor — Confesó Matías. El hombre miro a Gal de reojo y luego a su comandante.

—¡Y ahora es que me lo dicen! ¡Ana murió hace dos malditos días! ¡Son unos inútiles! — El rey parecía furioso ante todo aquello, el comandante y Gal solo lo observaban tenían miedo de hablar y objetarle.

—¿Qué hacemos mi señor? — Matías estaba en espera de una orden, el hombre se agacho para estar a la altura de Gal, la vio a los ojos "Estás muerta" —le susurro— la mujer trago saliva.

—Búsquenla y mátenla, sin contemplaciones — Diría el hombre, el comandante lo miraría asombrado por aquella orden, asintiria y se retiro rápidamente del lugar.

Hubo un silencio impresionante en el salón, las tres mujeres no emitían ningún sonido, estaban a la espera de alguna orden, queja o su propia muerte; desde el fallecimiento de la reina, el rey había sacada su lado más perverso, el príncipe admiraba a su padre más no conocía del todo su progenitor.

—¡Ustedes dos! — Llamaría la atención de las otras dos mujeres — Tu — señalo hacia la rubia, esta se acercó rápidamente y se arrodillo ante el como lo hizo Gal — Vas a buscar a la princesa Kantiana y vas hacer que busque a mi hijo, que pasen esta noche juntos.

—¿Y si no quiere mi señor? — El hombre rio ante aquella pregunta.

—¡Pues la obligas! ¡Vete ya! — Vocifero, la mujer se levantó rápido y se retiró.

—Tu, vete, no me sirves de nada por ahora — Dijo con un poco de desprecio hacia la pelirroja, esta obedeció y se fue dejando a Gal y al hombre solos.

—Milan, por favor te lo suplico, no le hagas nada a tu hija — El hombre la tomo de ambos brazos a la mujer con brusquedad — ¡Esa bastarda no es mi hija! nunca la quise, quería a mi hija aquella que tu vendiste, Gal — La mujer agacho la mirada, una lagrima bajaba por su mejilla izquierda, este la golpeo en la cara.

—¡Ya entiendo por qué tu mujer estaba harto de ti! ¡Eres un malnacido, hijo de pe...! — No pudo concluir la frase porque este la asestó una bofetada.

—¡Cállate! ¡Tú solo eres una perdida! ¡No tienes ningún derecho de insultarme! —

—¡Así no me decías cuando me ibas a buscar todas las noches! ¡Eres un ingrato! — la agarró del brazo para que se levantase

—¡Vete de aquí! ¡Malnacida! — La mujer se quedó muda — ¡¿No estas escuchando?! ¡Que te vayas! ¿o quieres que te golpee de nuevo? ¡Vete! — La mujer hizo una reverencia y se fue tan rápido como las otras.

Milan estaba totalmente solo en el salón, se sento en su trono, y después de un silencio largo, estallo de la risa, pero no era una risa cualquiera era una risa macabra, su semblante era oscuro, su mente estaba maquinando una de sus tantas perversidades y nadie nunca diría nada.

En algún otro lado de las provincias, se encontraba una niña de tez blanca, delgada, ojos de color azul, cabello liso hasta el final de la espalda, color avellana, de unos trece años se encontraba en el campo acompañando a las ovejas mientras comían y ella leía un libro, otra niña se acercaba a ella, esta era menor que la primera, tez morena, delgada, ojos color miel, cabello liso hasta un poco más debajo de los hombros, castaña, de unos diez años.

—¡Hola! ¿Qué estás haciendo Vanessa? — La niña de trece años volteo a verle con una sonrisa de oreja a oreja, se levantó de inmediato y la abrazo, la otra acertó en el abrazo, ambas se abrazaban fuertemente.

—¡Felicia! Tanto tiempo sin verte ¿Cuándo llegaste? — El tono de felicidad en Vanessa era notorio, Felicia sonrió y se sentó junto al libro que leía Vanessa.

—Llegue hace poco del viaje con mi amado padre... estás leyendo historia de las provincias ¿en serio? — Felicia había agarrado el libro de Vanessa para ojearlo.

—Tu sabes que me gusta mucho estas historias, además algún día pienso ser reina — Vanessa se llevó ambas manos a su cabeza haciendo una similitud de una corona a lo que ambas rieron por el comentario y la seña hecha.

—Y yo seré la consejera de la reina, su mejor y más fiel amiga — Felicia le entregaba el libro a Vanessa mientras reía.

Ambas se tumbaron el piso riendo por horas, jugaban a darle forma a las nubes, alguna que otras veces hablaban de principies, reyes de la antigüedad, de cómo imaginaban su futuro, de un momento a otro Vanessa enmudecio, un silencio incomodo se hizo, Felicia lo había notado, volteo a ver a Vanessa esta se encontraba pensativa viendo al cielo.

—¿Qué pasa Vanessa? ¿Qué tienes? — Felicia se sentó mirando a Vanessa esta copio su acción.

—Prométeme que pase lo que pase en nuestras vidas, siempre nos apoyaremos y no dejaremos que nada nos separe, esta levanto su dedo meñique, Felicia la observo un par de minutos — Promételo Felicia, eres mi única amiga aquí, mi mejor amiga y quiero que siempre sea así —

—Lo prometo Vanessa, prometo que siempre me tendrás indiscutiblemente — Felicia levanto su dedo meñique y los juntaron en seña de promesa, una promesa que perduraría para toda su vida.

En Otra Vida - Provincia de AscankDonde viven las historias. Descúbrelo ahora